“Me siento trabajando para el bien y el mal”, nos
dijo Federico, un ingeniero civil que trabaja haciendo los estudios previos
para una hidroeléctrica que se construiría desviando el río Ranchería en el
departamento de la Guajira (Colombia). “La consulta previa a los indígenas no
lo permitirá, los Wayuu son pescadores… es obvio que no permitirán que eso
pase, ojala no pase”, agregó Federico con el corazón constreñido, reflejando el
mismo desasosiego que podría sentir un indígena Wayuu, o cualquier ciudadano al
conocer la magnitud ecológica de lo que implica desviar un río. El proyecto es
financiado por las multinacionales que detentan la explotación del Cerrejón, la
mina a cielo abierto más grande del mundo.
“No quiero ser opositor a la construcción de la
hidroeléctrica, pues traería beneficios, pero tampoco quiero ser partícipe de
desplazar pueblos que necesitan del río para comer”. Federico aprovechaba para
desahogarse, pues la mayor parte del tiempo prefiere no “pensar en voz alta”.
Algo lo incomoda, una encrucijada lo confronta con sus valores, aspiraciones, e
ideales.
Así por convicciones Federico renuncie a su trabajo,
el capitalismo nunca será incrédulo, y siempre tendrá una empresa, o un
profesional, dispuesto a vender su ingenio y su tiempo a nombre de un
esperanzador “desarrollo”. ¿Por qué entonces Federico decidiría renunciar si
alguien más vendría y haría su trabajo? ¿Cuáles son las manifestaciones del
creer que subyacen a la crisis ecológica? ¿Cuál es el sentido escatológico de
los discursos que vaticinan un colapso global? ¿Qué papel juega la economía
verde, y las nuevas configuraciones de la identidad en los discursos
apocalípticos y apologéticos sobre la crisis ecológica? ¿Cuál será la decisión
de Federico?
En el presente ensayo reflexionaremos alrededor de
la economía verde y las nuevas manifestaciones de la identidad como fenómenos
sociales ligados a la crisis ecológica, configurados sobre discursos
científicos o religiosos, en los cuales subyace una ideología que se puede
analizar a la luz de lo apologético y lo apocalíptico del creer. En este
terreno de opiniones, remolinos y trampas, hay un discurso ambiental o
ecologista, que contiene también un tono revelacionista y que no se conforma
con la racionalidad científica o las promesas por la vida eterna. La
trascendentalidad de las promesas se confunde con las razones, provocando un
choque de paradigmas que se debaten entre las corrientes apocalípticas y
apologéticas. Las primeras asumen la destrucción de los recursos naturales como
el camino que está llevando a la humanidad a una lucha de todos contra todos, y
las segundas asumen que este es solo un ciclo que debe tener un punto de
inflexión, cuando la revonversión tecnológica, o la toma de conciencia, generen
el cambio para que la humanidad logre adaptarse y revertir esta situación.
Ambas corrientes configuran sus discursos sobre la
crisis ecológica y cuestionan las posibilidades adaptativas del ser humano a
ambientes degradados. Su origen está en la raíz de las preguntas existenciales,
preguntas tan antiguas como la misma humanidad, y que en su escape y en su
búsqueda se obliga a la razón a creer en
lo que no ve, y a la esperanza a sustentarse en lo visible. Es una cuestión que
está volcando al ser humano en una búsqueda de respuestas, en donde es posible
navegar entre el esoterismo y la ciencia sin restricciones. La naturaleza hoy
más que nunca está siendo redescubierta, preguntada, sacralizada, en un terreno
que cuestiona necesariamente la separación entre cuerpo y espíritu.
Esperanzas y desesperanzas ecológicas.
Es imposible
reflexionar en la vida sin hacerlo en la muerte. Así mismo, para reflexionar
sobre la esperanza es imperativo afrontar el pesimismo. En todas las culturas y
civilizaciones que han constituido sistemas religiosos y de pensamiento, yace
siempre una imagen sobre el fin de la
vida, bien sea como un fin en sí mismo, o como el principio de la vida
eterna.
La situación
ecológica del planeta, está acarreando para muchos fuertes visiones pesimistas
hacia la viabilidad de la vida humana. Al parecer, el rol de los esperanzadores
solo puede existir tras una revelación personal. Para que la “esperanza” sea
ella misma, y no una impostora, debe aprender a creer en lo que no ve, porque
los ojos ven ciudades contaminadas, bosques acabados, clases sociales opulentas
consumiendo más de lo que necesitan, y personas mendigando en las calles. Esta
situación no es fácil de afrontar para nadie, de alguna manera todos estamos
inmersos en esta bola que llamamos Tierra, viviendo el mismo instante de
tiempo. Nadie esta antes y tampoco después, “todos venimos y vamos para el
mismo lado” dice el sabio adagio popular.
Lo anterior parece
una verdad revelada, pero por cautela epistemológica, prefiero asumir que la
historia humana no es precisamente un constructo de “verdades”, y la verdad
revelada solo puede estar en el espíritu que está en todo y en todos. Aquí
hablaremos sobre discursos sociales, desde ahí, haremos un intento explicativo
y comprensivo sobre las diferentes corrientes que mueven las mareas de la
actual crisis ecológica, evidenciando los valores y recursos ideológicos que
estos discursos bombardean al universo mediático.
Algunos de estos
recursos se sumergen en lo profundo de las cosas del espíritu, justificándose
en fuentes religiosas. Pueden ser tomados al pie de la letra, o tan solo
prestados para referirse al calentamiento global como una señal del “fin de la
humanidad” o el “día del Juicio”. Por su parte otros, en un estado de cierta
rebeldía contra las verdades totalizadoras, prefieren confiar más en los
métodos científicos para sacar conclusiones:
midiendo, contando y mostrando tendencias que se ajusten o no, a las hipótesis
centrales que relacionan a la sociedad con los ecosistemas.
Pero en medio de
estas dos tipologías opuestas entre religiosos y científicos, están todas
aquellas que se construyen mediante prácticas sociales y configuran sus propias
referencias explicativas, tejiendo un entramado social bastante amplio para
asumir de algún modo las alarmas que la sociedad prende para alertar un
desastre ecológico inminente. En este campo, preguntas a fenómenos sociales
pueden responderse sobre principios universales, sin redundar mucho en la
explicación sociológica o antropológica. O también las cuestiones espirituales
son tratadas con lupa por los métodos científicos, como manifestaciones de la
materia y la energía.
La vida cotidiana
puede no tener mucho que ver con las grandes discusiones de los paradigmas, tan
solo transcurre, y no se detiene a pensar porque pasa lo que pasa. Pero a la
hora de explicarse el mundo que percibe como uno, necesariamente se pregunta quién es, de donde viene y para donde va.
Estas preguntas sitúan a la naturaleza frente al hombre y al hombre frente a la
naturaleza, van a constituir los habitus ecologicos,
mueven intereses, crean realidades y se rutinizan sobre la cotidianidad del día
a día.
La producción de
sentido sobre la relación del sujeto frente a la naturaleza no es exclusiva de
los discursos científicos, ni de los profetas ecológicos. Los valores que se
consideran legítimos dentro de la vida social, son también relativizados y
subvertidos dependiendo de sus contextos sociales, y pueden llegar a producir
sus propias teorías. Las posiciones dentro del campo no están necesariamente
ligadas a una figura universal, aunque puedan tomar de una y de la otra. Los discursos
legítimos, aunque opuestos entre sí, operan como recursos de sentido social, o
como referentes ligados a una filosofía escatológica de la historia,
que según Bourdieu (1990; p. 58) da sentido, explica, o incluso pone orden y
asigna fines.
En el artículo
“Reflexiones ambientales entorno al pensamiento ambiental y la crisis del
racionalismo científico” (De La Cruz; p. 2012), publicado en la Revista
Colombiana de Sociología, buscábamos llamar
la atención sobre como desde otros discursos místicos, espirituales o
esotéricos, “el mundo se inventa desde otros espacios con modos de hacer y
pensar muy distintos a los formales, espacios donde confluyen naturalmente las sinergias suficientes
para transformar el mundo más rápido de lo que se demora la ciencia tratando de
explicarlo”, haciendo referencia a “fenómenos sociales ligados a una
reecologización de la vida, que involucran a la naturaleza de manera más
metafórica que racionalista”. (De La
Cruz, P, 2012, p. 26)
Pero el
despertamiento ecológico de la sociedad que se asume desde esta visión, no es
tan revolucionario como lo quisieran los más idealistas. Esto puede obedecer
también a una adaptación de las formas sociales a un “capitalismo ecológico”, o
a una identidad ecológica como “una cosmovisión salvadora del mundo de la vida”
(Rodríguez, R; 2010, p. 113). Lo ecológico se convierte en una matriz a donde
se construyen las prácticas sociales, un referente sagrado que desplaza las
esperanzas del mercado y el capitalismo salvaje.
Las contradicciones
sociales dan cuenta de un espacio simbólico lleno de pluralismos, marcado por
diferencias sociales que se disputan la legitimidad de sus “certezas”, un campo
de poder y toma de posición (Bourdieu; 2005 p. 152). Esto es lo que Bourdieu
analiza como una lucha donde se mezclan estratégicamente el interés por los
“bienes temporales” y los “bienes espirituales”, donde la “analogía con la
religión no es artificial: en efecto, en los dos casos, de la inmanencia de las
luchas interesadas surge la mas indiscutible trascendencia con respecto a los
intereses estrictamente temporales” (Bourdieu, 1988, p. 319), luchas que
construyen un imaginario ecológico de discursos sociales que ligan al hombre y
a la naturaleza con sus propios fines.
Lo apologético y lo apocalíptico:
En este campo,
podemos diferenciar varios discursos, que se diferencian tanto en sus medios
como en sus fines, discursos que pueden ser analizados a la luz de lo
apologético y lo apocalíptico. Cuando nos referimos a una visión apologética
hacemos referencia a un camino positivo, a una historia que se escribe como un
encuentro triunfal, con diferentes grados de justificación hacia una “raza
superior” o al encuentro del “reino de Dios”. Mientras tanto, lo apocalíptico
es una historia que se escribe desde la visión del dominado, denuncia la
injusticia y vaticina el “fin de la historia”, el colapso ecológico o el juicio
final de una manera repentina.
Para la primera, no
está pasando nada más que la misma evolución del universo, contra la cual la
razón humana no puede hacer nada, ya que su curso obedece a las leyes de la
evolución de la vida. Para estos, el calentamiento global no es el resultado de
la acción del hombre sobre la naturaleza, sino mas bien, lo inscriben como un
epifenómeno perfectamente concebible dentro de los ciclos de calentamiento y
glaciación que ha tenido la tierra en ciclos de miles, y millones de años.
En contraste, las
visiones apocalípticas tratan al hombre como dotado de libre albedrío y directo
responsable del calentamiento global. Para estos, aunque el sentido profético
está inscrito en un sistema más amplio de creencias, como el apocalipsis, el
marxismo ecológico, o las profecías mayas, el fin último es inescrutable. Aquí,
el problema ecológico es un asunto de “salvación”, que así no se realice a
nivel colectivo, si puede ser individual y en pequeños grupos. En esta
tipología se incluyen los que por ejemplo consideran el calentamiento global
como una consecuencia de las emisiones
de gases por las actividades industriales[1].
Para Hervieu Legere
(1982; p. 51), los movimientos comunitarios apocalípticos se apoyan a menudo
sobre el trabajo de economistas o de especialistas de las ciencias ambientales,
que ponen el acento en los callejones sin salida sobre los cuales la sociedad
moderna se ha encerrado en el imperialismo del valor. Esta aproximación
racionalizante agudiza aun mas su sentimiento de culpabilidad y transgresión,
sentimiento que funda la conciencia propiamente apocalíptica de un inminente
juicio ligado a la ruptura brutal del curso de la historia.
Esta dimensión
tipológica, no pretende, en ningún momento, ser una categoría a priori de lo que es la realidad, sino
por el contrario, busca dar cuenta sobre las diferencias y conexiones en la
práctica que puedan tener distintos fenómenos sociales ligados a la
ecologización del creer.
Aunque la necesidad
de prender las alarmas es quizá una opinión compartida de las visiones
apocalípticas y apologéticas, estas no se prenden de la misma forma. Según la
teoría del caos, pequeñas alteraciones en los ecosistemas causa grandes cambios
en fenómenos más amplios como el calentamiento de los océanos, pero para muchos
científicos esto no puede ser tomado a la ligera. Para Pardo (2012) “es muy
difícil probar hasta qué punto nuestras emisiones pueden provocar un aumento
sostenido de la temperatura, incluso si se quemara todo el petróleo que queda
en el mundo”.
Para Pardo (2012),
“las actividades humanas por ahora no determinan las tendencias de la
temperatura en el planeta”. Esas tendencias y variaciones en las temperaturas
“responden a ciclos naturales que dependen de la actividad solar y ciclos
locales a diferentes escalas. De hecho, la temperatura global ha sufrido un
descenso desde el año 2000, y es probable que esta tendencia a la baja se
mantenga”. Según Pardo “es un tema muy complicado, porque eso de ver el futuro
en una bola de cristal está sujeto a modelos que, no han tomado todas las
variables involucradas y tampoco se basan en series de datos lo suficientemente
largas o de cobertura global. Disminuir la contaminación derivada del petróleo,
no debe responder a algo tan vago, sino al hecho irrefutable de que estamos
envenenando el aire, el agua y todos los ecosistemas, tanto con las emisiones
como con los subproductos del petróleo. Lo otro es más político y esotérico que
científico.”[2]
Para la sociología
de la ciencia cualquier conocimiento debe ser tratado como conocimiento de
investigación, según Merton (Citado por Bourdieu, 1997; p. 87) “la
ciencia ha de plantearse en su relación con el cosmos social en la que está
inmersa por una parte y por otra con el universo científico, mundo dotado de
reglas de funcionamiento propias, que hay que describir y analizar”. Cualquier análisis que confronte las razones
ambientales de la crisis ecológica resulta inoficioso si no se es honesto en
hacer explicito cuales son las apuestas de los actores en cuestión, aquí la
razón no es un asunto puramente lógico, sino también una posición subjetiva,
donde el creer se confunde con el poder.
La vida como
creación, evolución, parte de un espíritu o una cosmogénesis son referentes que
permanecen como sentido de unidad. A pesar de esto, los discursos se atreven a
contradecirse los unos a los otros. Pero ninguno es capaz de asumir que la crisis
ecológica es un mero capricho sino, sea haciendo uso de las artes mágicas, de
la ciencia explicativa o la chamanería, se intenta dar sentido manifiesto a un
fenómeno natural o social.
El dilema quizá
puede empezar cuando las contradicciones sociales generan fracciones tan
diferentes, que se generan visiones opuestas, y esto es lo paradójico de la ecología, y la relevancia de la pregunta
de si el ser humano es o no es parte de la misma naturaleza que comprendemos
como el reino vegetal y animal. La teoría política y la economía marxista están
llenas de estas disputas, pero quizá, en donde son más visibles es en el campo
religioso. Una historia de las creencias ecológicas, solo podría justificarse
si se logra demostrar que el creer traspasa la manera como nos relacionamos con
la naturaleza y la transformamos, en un ejercicio reflexivo que busque
desnaturalizar las creencias que justamente se viven como naturales.
Sanabria (2007;
pág. 63) analiza como “las creencias sociales, aunque parezcan “certezas”, son
más bien “ilusiones bien fundadas” (…), estas “certezas” logran movilizar ritos
sociales que “consagran e instituyen a quienes de ellas participan, obligando a
hacer lo que hay que hacer, lo que debe ser conforme a una función, a la
entrada en un juego, a jugar el juego, a sostener la ficción”. Las ciencias
ambientales, que con la bandera de la transdisciplinariedad prometen generar
análisis objetivos, tarde o temprano tropiezan con esto, y sea por omisión o
plena intención, siempre deben preguntarse por lo subjetivo. No pueden pasar
por alto, que su acto científico también es un “acto de creer”, o una ficción
social de consecuencias éticas.
Para nadie es un
misterio que existe un combate por la definición del problema ambiental, lucha
que se libra más en el campo de las opiniones que de las mismas ideas. Solo en
los medios científicos más conservadores puede darse quizá una confrontación de
hipótesis, modelos de probabilidad e inferencias que sea tomada como seria. En
el campo de la opinión la cosa se toma de manera más “vulgar”, dejando la sensación
de estar en un medio hostil y rapaz, donde la disputa por la legitimidad a
usufructuar los millones de dólares que se destinan para la investigación y la reconversión
tecnológica ha favorecido un cierto nihilismo científico.
Y no es para menos,
si tenemos en cuenta los montos entregados por las organizaciones
internacionales a diferentes organismos de cooperación para la ejecución de
proyectos, la mayoría de ellos en los países llamados “subdesarrollados”. Lo
ecológico se resuelve con no creer en nada, o más bien, creerlo todo, que es
igual. Si en los mismos órganos científicos existen bifurcaciones
infranqueables por la vía de la razón (o el creer), mas aun se ha de esperar en
la organización política, para quienes los argumentos científicos no son más
que un recurso accesorio, cómplices de su ideología, con el cual se negocia en
una especie de centro comercial de los argumentos.
Economía
verde o “verde que te quiero verde”.
Los discursos ecológicos de la economía verde varían
según los que consideran que el curso natural
del capitalismo será capaz de internalizar los costos ecológicos de
producción y adaptarse a los ciclos naturales, y los que en cambio, consideran
que el capitalismo como sistema es totalmente contrario a los sistemas
ecológicos. Mientras los primeros
cuestionan principalmente la insostenibilidad de los procesos industriales, los
segundos cuestionan el consumismo, como la raíz del problema y lo declaran
incapaz de adaptarse a la inminente escasez de recursos naturales que se
avecina.
La
economía verde hace constante referencia a la “sostenibilidad” como referente
de unidad, tótem sagrado hacia donde se deben dirigir todas las veneraciones de
la nueva producción. O’Connor (2000) señala que la “sostenibilidad”
es una cuestión ideológica y política, antes que un problema ecológico y
económico, según este: “Esto lleva a muchas personas a hablar y escribir acerca
de la “sostenibilidad”: la palabra puede ser utilizada para significar casi
cualquier cosa que uno desee, lo que constituye parte de su atractivo.”
La sociedad de mercado vende la economía verde como
la gran solución, hace suponer que manteniendo los mismos niveles de consumo
pero con productos con sello verde es posible detener la contaminación por
desechos sólidos. Sus principales estrategias están en la promoción y adopción
de una “moda verde”, lo que en pocas palabras quiere decir que ayudar al medio
ambiente es ser “el mismo”, pero vestido de “verde”, lo que parecen más bien
síntomas de una sociedad que busca en el mismo consumo, pero ahora vestido de
verde, la misma satisfacción siempre indeseada.
Para el cálculo económico nada es imposible de
cuantificar. A donde se creyó que nunca llegarían la internalización de los
costos de producción (como a los bienes y servicios ecológicos: acceso al
paisaje, al aire limpio), estos ya llegaron. Lo que irónicamente hizo saber al
mundo una reconocida tarjeta de crédito como: “Hay cosas que el dinero no puede
comprar, para todo lo demás existe Master Card”, será el lema que mejor
explique porque el cálculo económico es capaz de internalizar los costos de
producción y hablar de capitalismo “sostenible”, como dándole una satisfacción
al medio ambiente, pero aun así, queriéndoselo devorar.
Todo indica que no solo el aire, el bosque, la
tierra, el agua, la contemplación, la respiración, sino también la identidad,
son aptos para ocupar las vitrinas de los centros comerciales. Pero seguramente
la cuestión va más allá, y es más urgente de lo que parece, porque a pesar de
ser conscientes del problema, el estilo
de vida occidental se sigue reproduciendo de manera insostenible. Los más
pesimistas podrían pensar que la lógica del individualismo, la avaricia, (greed en inglés) está tomando ventaja sobre la ayuda mutua. Como en una película futurista en donde las dimensiones materiales del deseo han sometido a la conciencia
de la vida; sea cual sea el resultado, los humanos están en medio, como
luchando contra fuerzas suprahumanas. Menos mal eso solo pasa en las películas.
Pero quizá algo de estas películas si pueda estar de
acuerdo con nuestra realidad, y es que los ecosistemas están evidenciando
impactos ecológicos imposibles de revertir. A pesar de los esfuerzos de la
economía ecológica por medir las externalidades de manera diferenciada y
establecer medidas compensatorias, el avance de la destrucción ecológica se da
de manera mucho más rápida de la que la ciencia y la economía se demoran en
entenderla. La cuestión ecológica ya no es de retorica, aunque sí lo es, pues
lo que se dice no es lo que es, y lo sabemos todos: no le estamos devolviendo a
la naturaleza, ni a la vida, la misma cantidad de energía que tomamos de ella.
Identidades
ecológicas y la fosilización de la cultura.
Los tiempos están cambiando, y como producto del mismo
desencanto producido por la revolución tecnológica, se está asistiendo a una
necesidad de encontrar lo perdido. Lo que Patricia Noguera (2004 , p. 22)
describe como un reencantamiento del
mundo, en “que la voz misteriosa del mundo como vida, como ser en
despliegue, como perpetua aurora y crepúsculo, pueda ser escuchada”. Lo describe como un proceso a dejar de
lado los esquemas rígidos de la ciencia, en un intento parecido como el que se
empezó a vivir tras el renacimiento, cuando se desplazaron los centros de
sentido que las instituciones religiosas monopolizaron durante años.
El siglo XXI, no solo representa un nuevo milenio en el
calendario gregoriano, también se habla del comienzo de la edad de Acuario, del
fin de un ciclo de 5132 años según el calendario Maya, del fin de la Historia y
el comienzo de la posthistoria, donde se han abierto espacios para la
circulación, intercambio, renovación y nuevas elecciones de creencias. Llama la
atención el auge con el que emergen los nuevos movimientos comunitarios, entre
los cuales se busca un sentido de pertenencia a través de una nueva
espiritualidad, una recomposición identitaria, o una salvación ecológica.
Fenómenos como la permeación creciente del espiritualismo oriental en
occidente, y las expresiones ascéticas comunitarias del cristianismo primitivo,
representados en movimientos rurales, donde la naturaleza mantiene su referente
de pureza.
Los movimientos sociales que adoptan el ecologismo
como parte de su identidad, relativizan los viejos valores, y buscan
identificarse en un contexto donde se promueven nuevos creeres y se valora lo
“tradicional”. La identidad y la
naturaleza se funden como esquemas inmutables, alrededor de un discurso
endogenista que promueve la importancia de proteger los sistemas tradicionales
de producción, y con esto, el conocimiento y la cultura indígena, campesina, o
aborigen, porque se les considera sostenibles para el medio ambiente.
Desde los organismos gubernamentales y no
gubernamentales, se sigue reproduciendo un concepto monolítico de la identidad,
favorecido por la necesidad de las comunidades minoritarias de demostrar su
diferencia, para acceder a derechos de igualdad. Esto obedece al interés de los
movimientos ecologistas de revalorar la cultura tradicional como un sistema
ideal de harmonía con la naturaleza, en contraposición a los valores de la
sociedad industrial. Un concepto monolítico de cultura que se reproduce bajo la mirada occidental de
los proyectos de las organizaciones ambientalistas y académicas. La tendencia a
considerar lo cultural como un campo cerrado, claramente diferenciado de lo “otro”,
un concepto fosilizado de cultura, gestado en las fronteras del poder político,
ideológico y científico.
Los procesos identitarios se construyen en universos
simbólicos plagados de discursos: el calentamiento global, la crisis ecológica,
la descentralización del poder, son, entre otros, influencias globales con
manifestaciones locales. Pero más allá de esto, las manifestaciones sociales
entorno a la crisis ecológica toman dimensiones casi religiosas. La adopción de
lo ecológico como fuente de creencias asoma como respuesta al inconformismo
producido por las grandes religiones y los grandes paradigmas de la ciencia,
fuentes que agotaron su emanación mágica de sentido existencial, pero que
también se renuevan en una diversidad de creeres y nuevas identidades.
La búsqueda del
milagro, la visión espiritual, el dialogo con las plantas, el testimonio de lo
mágico, muchas son las formas de definir esta búsqueda de identidad. Los nuevos
paradigmas emergen en la actualidad desde visiones científicas, conocimientos
ancestrales, ligados a un sentido de unidad, de Gaia, en un intento de volver a
vivir por fuera de los monopolios del poder espiritual y material. Sin embargo,
así como el dogma religioso o el evolucionismo, contaron con sus estrategias de
reproducción para monopolizar los significados legítimos, así mismo en la
actualidad los medios de comunicación han tomado su lugar, detentando gran
parte el control sobre los códigos legítimos de producción de sentido en las
nuevas “identidades ecológicas”.
Consideraciones finales:
En el presente
ensayo esbozamos algunas de las manifestaciones sociales ligadas a la crisis
ecológica como manifestaciones del creer. La economía verde y las identidades ecológica
constituyen fenómenos que en distintos grados asumen la naturaleza en un
sentido religioso, estas nuevas configuraciones del creer, al contrario de los
grandes paradigmas y religiones, resaltan una creciente individualización. Lo
que en palabras de Hervieu–Léger
(2012), se puede ver como una emergencia en la que la religiosidad individual “permite a los individuos (independientes con relación a los
grandes sistemas religiosos instituidos), ir al contrario y producir pequeños
sistemas de creencias que los deja reunir, organizar y darle sentido a sus
experiencias personales (…)”[3].
La naturaleza ha
dejado de ser esa fuente de recursos inagotables, y se viene posicionando como
un referente sagrado, que mueve procesos sociales de autonomía organizativa.
Vale la pena preguntarse desde una sociología del creer cuales son los axiomas
ideológicos que transforman las practicas ecológicas, su relación con las
estructuras de la sociedad, y hasta qué punto el creer se alimenta de los
imaginarios sociales. La critica a las manifestaciones sociales alrededor de la
ecología establece los discursos dominantes y las tensionalidades con los
agentes, problematiza y cuestiona la disputa por el dominio de los códigos
legítimos sobre la crisis ecológica.
No hace falta ser un
apocalíptico para reconocer la catástrofe ecológica en la que estamos, y
tampoco un apologético para creer en algún tipo de salvación. El ser humano
esta aprueba, no solo los habitantes de los países desarrollados, supuestos
culpables de la crisis ecológica. También lo están las culturas aborígenes e
indígenas del mundo, tan inocentes como responsables en toda esta historia. La
naturaleza habla en lo profundo de cada quien, sea vaticinando el fin, o
saludando un nuevo comienzo, el misterio del futuro se combina con las acciones
del presente. La historia lo dirá, aunque las decisiones más que volver sobre
la historia recaen en las personas, quienes a fin de cuentas deciden que creer,
y deciden, que hacer.
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