Por:
Pablo De La Cruz
Resumen:
Partiendo
de la definición de identidad ambiental, el articulo compara los procesos de
transformación identitaria en el Trapecio Amazónico colombiano y en el Archipiélago
de San Andrés, como dos casos de redefinición histórica de la etnicidad con
referencia al medio geográfico, al encuentro con la colombianidad, la
agudización del discurso y las tensionalidades que los capitales y los agentes
institucionales generan en torno a lo tradicional. Se analiza el creciente
turismo, la influencia de las agencias de cooperación, y sus efectos en el
desplazamiento de lo sagrado hacia una cultura
teatral.
Palabras clave: Identidad
ambiental, etnicidad, cultura, aislamiento, cultura teatral.
Environmental identities, a
comparative case between the Amazonian Trapezium and the Archipelago of San
Andrés.
Resume:
Based on the definition of environmental identity, the
paper compares the processes of identity transformation in the Colombian Amazon
and in the Archipelago of San Andrés, as two cases of historical redefinition
of ethnicity with reference to the geographical environment, the encounter with
the Colombianization, the exacerbation of discourse, and discussions about capitals
and institutional agents generate around the traditional. It analyzes the
growing tourism, the influence of cooperation agencies, and their effects on
the displacement of the sacred into a theatrical
culture.
Keywords:
environmental identity, ethnicity, culture, isolation, theatrical culture.
En
este artículo nos proponemos hacer una reflexión comparativa entre los procesos
de transformación identitaria y su relación con el entorno natural de dos
grupos disimiles en condiciones territoriales, pero con interesantísimas
similitudes. Pondremos los sentidos en el Archipiélago de San Andrés, y el
territorio correspondiente al Trapecio Amazónico. Este escrito se logra gracias
a la experiencia de trabajo con la Universidad Nacional Sede Caribe en 2005, y
con el Instituto Sinchi de 2009 a 2012.
1. Estructuración
política y ambiental.
A
primera vista, el Trapecio Amazónico y el Archipiélago de San Andrés parecen no
tener mucho en común, salvo que pertenecen a un mismo país: Colombia. Pero si
los analizamos mas detenidamente, podemos encontrar interesantes afinidades
históricas relacionadas a sus procesos de construcción de identidad ambiental,
entendiendo esta como
la trascendencia hacia una serie de reivindicaciones políticas y morales
aceptadas como “justas” entorno al derecho de las “minorías étnicas” por
apropiarse e interpretar su entorno inmediato y definir la relación
entre el medio natural, y su cultura. Quizá por ser los dos extremos del
territorio colombiano más alejados entre sí y del poder central, han sido
regiones de construcciones identitarias propias, con características
notablemente diferentes a la mayoría de la nación como el idioma, las costumbres,
las creencias, la dieta, etc.
Por
supuesto, todo esto tiene matices, y no solo eso, sino diferentes dimensiones.
Las comunidades indígenas y raizales no solo se han hecho portadores de una
identidad bastante definida y diferenciable de la cultura mestiza andina o
costera, sino que también comparten su vida con colonos, militares, policías,
viajeros y turistas. La migración y el continuo flujo de visitantes obedece a
un proceso histórico de colonización, con diferentes fases, favorecido por
políticas internas del gobierno, que han tratado de generar capitales populosas
en las fronteras, como una estrategia de soberanía.
Estos
territorios han sido también escenarios de disputas limítrofes. Y a diferencia
de otras fronteras, son los únicos dos casos exitosos en que el Estado
colombiano conservo su soberanía. En el Caribe, perdió territorio marítimo y
terrestre con Venezuela y perdió la soberanía sobre el Istmo de Panamá. La
soberanía sobre San Andrés la consiguió no solo por la decisión de los isleños,
sino también, tras un juego de influencias con Estados Unidos de por
medio. La soberanía sobre el
Archipiélago aún es reclamada por Nicaragua.
Al
sur, la delimitación de la frontera amazónica estuvo marcada por el avance y oportunismo brasilero, ante la ausencia
de presencia colombiana en lo que en el papel se consideraba territorio
nacional. Por su parte, la presencia peruana hacia la parte norte del rio
Putumayo y hasta el Caquetá se vio favorecida por los empresarios peruanos que
explotaron el caucho, lo que facilitó la avanzada del ejército peruano en 1932
y la posterior respuesta del ejército colombiano en 1934. Este conflicto
constituye el principal hito histórico, en la definición de una identidad
nacional en el Trapecio.
Aunque
tanto en el Trapecio como en el Archipiélago, la gran mayoría de la población
se reconoce como colombiano o colombiana, el auto-reconocimiento identitario
también se ve fuertemente influenciado por naciones vecinas, recurso que más de
una vez ha sido empleado estratégicamente por los grupos étnicos para obtener
reconocimiento, y más atención por parte del Estado. No en vano, por estos
territorios han corrido fuertes rumores de separaciones y desconocimiento del
poder central.
Al
contexto político y a la historia económica de estas dos regiones, subyace
también un elemento estructurante que los define como territorios especiales:
su geografía. Ambos son territorios
rodeados de ricos ecosistemas. El mar Caribe es al Archipiélago, lo que la
selva y los ríos son al Amazonas. A diferencia del habitante de la cordillera
de cultura andina y agrarista, el nativo de estas dos regiones tiene a su
alrededor la posibilidad de cazar o pescar. Y aunque la dependencia con los
mercados es cada vez mayor, raizales e indígenas aun sostienen unas relaciones
de unidad con el entorno (Guerrero; 2005: 8. ASOAINTAM; 2008: 25)
Para
los ojos del foráneo, estas relaciones con el entorno se afianzan con la idea
de una naturaleza salvaje. El mar y la selva son lo desconocido, territorios
llenos de “demonios”, lugares de respeto y de contemplación, a donde los
espíritus protectores de la naturaleza viven y gobiernan. Son extremos paganos
para la “santidad” centralista. Territorios que por más de cien años desde la
independencia fueron vistos como inhóspitos, poblados por pueblos “salvajes”, o
en el mejor de los casos, comunidades evangelizadas por “infieles
protestantes”.
Las
crónicas de viajeros y exploradores reforzaron la imagen de una tierra lejana y
difícil para la vida. Antes de que la aviación llegara a San Andrés, la
travesía desde Cartagena estaba franqueada por el inmenso mar Caribe. Para
llegar a Leticia, era aun más largo, las únicas opciones eran entrar por la
desembocadura del rio Amazonas en Brasil, o desde el rio Putumayo. La selva es
a la Amazonia lo que el mar al Caribe, la infinitud es imponente, no apta para
todo el mundo, se requiere de valentía, y destreza para la supervivencia.
Tanto
el Trapecio Amazónico como el Archipiélago de San Andrés pertenecen cada uno a
una macro región de dimensiones continentales. La Amazonia suramericana, como
el Caribe Insular transpasan fronteras de países, y en su interior se tejen
relaciones que permiten definirlas como unidades geográficas con
particularidades ecológicas y culturales comunes. Y aunque pueda pensarse que
las relaciones de insularidad (Ratter,
2001: 25) solo aplican para la
región Caribe, la Amazonia suramericana también funciona como una agregación de
“islas”, salvo que en vez de estar distanciadas por el mar, las separa la
selva, y los ríos han sido la principal vía de comunicación entre sus núcleos
urbanos.
A
nivel del territorio nacional, la Amazonia es la región con área terrestre más
grande, 477.374 km2, que representa un 41,8% del área terrestre total del país
y con tan solo el 5,71% del total de la Amazonia continental (Acosta; García; Mendoza,
2008: 157). El Caribe insular es la región más pequeña con tan solo 44 km² de
área terrestre, pero lo que al Caribe le falta en tierra, lo tiene en área
marítima con 589.160 km², lo que corresponde a un 63% del área marítima. A
pesar de estas diferencias cuantitativas en el espacio agregativo, en los dos
hay una relación de aislamiento con relación a las principales ciudades del
territorio nacional (Sinchi, 2007: 15; Sandner, 2003: 52). Esta sensación de
aislamiento muchas veces ha sido suplida económica y culturalmente por otras
metrópolis, como es el caso de Iquitos y Manaos en la Amazonia, y las ciudades
del sur de Estados Unidos para San Andrés.
2. Identidades
históricas:
Mientras
las islas del Caribe americano fueron escenarios de un trasplante cultural que no
llega ni a los cuatro siglos, las culturas indígenas de la Amazonia tienen en
el territorio, lo que tiene América de ser poblado. Es difícil asegurar que las
culturas indígenas en la Amazonia ocupan actualmente sus territorios de origen,
pues se sabe de los desplazamientos que estos han tenido antes y después de la
llegada de los españoles. Mientras los Tikuna, la etnia mayoritaria en el Trapecio,
tuvieron que esperar a que los españoles acabaran militarmente a la tribu
guerrera de los omagua para poder ocupar la ribera del rio Amazonas, los
colonos ingleses y las poblaciones africanas tomadas como esclavos, se
asentaron después de que las enfermedades y el temor exterminaran a los
indígenas Miskitos .
Desde
la época de la conquista, las islas y la Amazonia han tenido que vérselas con
visitas de conquistadores, aventureros, comerciantes y misioneros. A pesar que
desde antes se conocía de la existencia de las islas por parte de navegantes,
solo hasta 1629 se da la llegada de un grupo de puritanos ingleses a San
Andrés. A mediados del siglo XVI Orellana baja desde el rio Napo hasta el rio
Amazonas. La cercanía con el continente europeo y los avances en navegación,
favoreció que las islas se convirtieran en lugares de asaltos y colonización.
La actividad de piratas y corsarios españoles, holandeses, franceses,
comerciantes de las potencias europeas fue más intensa sobre el Caribe,
mientras que la penetración del Amazonas fue siempre una tarea más premeditada,
a donde pocas veces ganaba el poderío militar, y más eficiencia demostraron las
misiones evangelizadoras.
A
mediados del siglo XVIII los españoles toman posesión de las islas, y a finales
de este mismo siglo los indígenas de la Amazonia reciben las primeras visitas
de buscadores de caucho. Durante el siglo XIX, mientras la naciente nación
colombiana se conformaba y se veía envuelta en sus contradicciones políticas y
sociales, los territorios amazónicos y del Caribe insular quedaron en su
olvido, pero no en el de otros países que ya se asomaban con ínfulas
imperialistas, como Brasil al sur, o Estados Unidos al norte. Este periodo
puede describirse como un periodo de aislamiento para estos territorios. Ya en
el siglo XX, los extremos del territorio colombiano, fueron objeto de políticas
del gobierno para su control, convirtiéndose en teatros de abundante fuerza
armada, y en territorio de mitos sobre conspiraciones brasileras, peruanas, o
nicaragüenses.
La
necesidad de dinamizar la economía, hizo que se dieran un especial régimen de
aduanas a los Puertos de San Andrés y Leticia, lo que generó un encuentro entre
migrantes de diferentes caracteres marcados por su región de origen: una mezcla
genética blanca, indígena y negra. Raizales y “pañas” en las islas; indígenas y colonos en el amazonas, son los
grupos culturales que marcarían la pauta en el proceso de transformación
identitaria que se empezó a vivir desde la segunda mitad del siglo XX con el
avance del mestizaje.
A
San Andrés migraron en su mayoría comerciantes urbanos, tras las ventajas que
encontraban en las excepciones aduaneras de Puerto Libre que se instauraron
desde 1954 durante la dictadura de Rojas Pinilla; al Amazonas migraron en su
mayoría campesinos intrépidos, que en busca del sueño de poseer una porción de
tierra, o un negocio propio, fueron empujados por sueños de “bonanza”, como las
caucherías, las pieles, o la coca.
Actualmente,
estos dos grupos presentan notables diferencias y semejanzas en su relación con
los pobladores llegados de otras regiones. El agudo conflicto entre la identidad
raizal sanandresana y la continental, contrasta con las relaciones
aparentemente más cordiales entre colonos e indígenas amazónicos. En ambos
lados hay tensiones y luchas políticas. La migración descontrolada a las islas,
generó un desplazamiento de los raizales del norte de la isla hacia el sur,
abriéndole paso a la construcción de la ciudad. Actualmente, las tensiones
entre raizales y pañas han llegado hasta el punto de proponer que se relocalice
a mucha población venida del continente. Por su parte, muchos colonos que
migraron al Amazonas, con el impulso patriótico de estar cumpliendo una misión
de soberanía en un territorio inhóspito y difícil, también se hicieron dueños
de extensas propiedades y negocios. Los valores de la colombianización,
representaron alteraciones ecológicas y paisajistas importantes en el
ecosistema amazónico e insular, estos valores no solo se han venido mezclando
con las cosmovisiones locales, sino que también han sido el caldo de cultivo de
agudos conflictos interetnicos.
Las
relaciones sociales y políticas entre una cultura mestiza (desblanqueada y
desindigenizada), católica e hispanohablante, y las poblaciones de raizales
sanandresanos e indígenas del amazonas varía según las relaciones de producción
entre un estamento y otro. Por ambos lados nos encontramos con grupos sociales
que vivieron en distinto grado la esclavización. Mientras en la Amazonia los
indígenas vivieron por miles de años por fuera del sistema colonial y no fueron
tan abruptamente deportados de su territorio, en las islas nos encontramos con
una población de origen africano que padeció la esclavitud por los ingleses y
los españoles. Los indígenas, aunque también han vivido la esclavitud bajo las
caucherías, las características del territorio permitieron que grupos
considerables pudieran mantenerse a salvo del sistema extractivista y colonial
empleado por la casa Arana.
3. Las
luchas sociales por el reconocimiento y el territorio.
Hoy
en día, la importancia de estas dos regiones radica principalmente en su riqueza
y diversidad de recursos. Las políticas económicas y ambientales del gobierno,
han visualizado estas regiones como áreas de conservación por un lado, y por
otro, como reserva de recursos forestales, combustibles, minerales y pesqueros.
Esta situación los ha hecho un constante escenario de objeto de políticas de
conservación y explotación, contradicción que ha tenido su efecto sobre la
economía y cultura de sus habitantes.
Actualmente,
la Amazonia colombiana es la región con mayor número de hectáreas entre
resguardos y parque naturales, y el archipiélago de San Andrés es reconocido
como reserva Sea Flower de la Biósfera. Estas acciones conservacionistas
apoyadas por protocolos internacionales son apenas recientes, pues
históricamente los diferentes ciclos de la economía extractiva han sido la
constante en la vida de los isleños y amazonenses. La entrada de grandes
capitales e inversiones no se han traducido en inversiones locales, ni una
mayor participación de la población local en la estructura económica.
La
población isleña e indígena, están en el meollo de una crisis existencial tras
las continuas luchas por reconocimiento. En estos escenarios han tenido lugar
procesos de construcción identitaria que la Constitución Política de 1991
consagra hoy en día como el derecho de los pueblos indígenas y comunidades
negras, a forjar su destino con respeto a las diferencias. Las voces de
reclamos al Estado no se han hecho esperar: reivindicaciones territoriales,
políticas, culturales son instrumentos de lucha que muchas veces se convierten
en estrategias deliberadas por atención y recursos.
El
principal elemento de conflicto que ha enfrentado a las poblaciones locales con
el poder central es el reconocimiento de su identidad. Si entendemos como
identidad los elementos culturales que definen a una población como la lengua,
la raza, y las creencias, vemos que las comunidades indígenas y raizales
detentan una lengua diferente al español, conservan creencias propias y además,
son territorios a donde a diferencia del resto del territorio nacional, la
iglesia católica no es la más populosa, teniendo mayor presencia una diversidad
de iglesias protestantes. Estos elementos han configurado culturas con un ethos
y modos de actuar propios.
Pero
la identidad, a la vez que se define como diferencia, también se recompone en
un nuevo contexto. Los procesos actuales de recomposición y escisión
identitaria (De La Cruz; 2012: 118) que han tenido lugar en el Archipiélago de
San Andrés y el Trapecio Amazónico, se caracterizan por una agudización del
discurso que busca afanosamente crear una frontera entre lo propio y lo de
afuera. Esta necesidad no solo nace como consecuencia de mayores derechos
contemplados por el Estado a las minorías, sino también hace parte de un proceso
interno fundamental de todo pueblo a definir los códigos culturales sobre los
cuales las comunidades deciden sobre su destino.
Estas
redefiniciones de la identidad que se viven en estas regiones, también se
erigen sobre una sociedad de mercado cada vez más invasiva. El discurso
endogenista se vuelve muchas veces más un instrumento para lograr puestos
políticos, o beneficios económicos. Esta etnicidad Gros y Ochoa (1998: 2) la
definen como:
“parte de la construcción de una identidad
genérica que, lejos de reflejar un rechazo a la modernidad y un repliegue
comunitario, se presentaría como un "recurso" accesible y fuertemente
instrumentalizado, en pro de una integración en el corazón de las sociedades
que recientemente han llegado a reconocer su carácter multiétnico y
pluricultural”.
El
Trapecio amazónico y las islas son escenario hoy en día de una creciente
actividad turística. Este continuo contacto con personas que llegan de paso y
quieren llevarse algún recuerdo de un lugar exótico, ha tenido efectos
importantes en la cultura local. Los nuevos modelos del desarrollo vienen
favoreciendo en las comunidades alternativas comerciales en la que lo cultural
represente un mayor valor agregado: las artesanías, el ecoturismo, la música,
el baile tradicional, la comida típica, entre otros, son algunos de los
renglones que se estimulan. Estas actividades a pesar de constituir importantes
alternativas para el desarrollo propio y una menor dependencia frente al
mercado como mano de obra, trae contradicciones al interior de las comunidades,
enfrentando la necesidad de mostrar y vender una cultura, a la necesidad de
vivirla sin necesidad de dinero a cambio.
Vale
la pena resaltar, que en estos escenarios, a donde la cultura teatral se viene abriendo paso, es también fuerte la
presencia de proyectos promovidos por agencias internacionales. Los actores
institucionales, en su afán de buscar alternativas productivas para las
poblaciones locales y en proteger los sistemas tradicionales de producción,
abren paso a una especie de fosilización discursiva de la cultura. Llama la
atención como el concepto monolítico de cultura
se reproduce bajo la mirada de los proyectos de las organizaciones ambientalistas,
académicas y ONG (De La Cruz, 2012: 4). La identidad como un campo cerrado, y
claramente diferenciado de lo otro, ha hecho de la memoria un discurso que se
predica con nostalgia e idealidad, pero que muchas veces no se practica en la
vida cotidiana, resultando en un concepto fosilizado de cultura, que se gesta
en las fronteras del poder político e ideológico.
A
pesar de las muchas corrientes que tratan de redefinir lo “identitario”, sigue
siendo algo que se asocia más al indio, al raizal, al aborigen. En la mente de
muchos turistas que visitan estas regiones, la identidad no es más que un
espectáculo que se consume, erosionando la sacralidad del ritual y remplazándolo
por un acto teatral. En las comunidades indígenas y raizales, los procesos de
construcción identitaria se han visto fuertemente influenciadas por esta
apreciación de cultura fosilizada y mercantilizada, desplazando el real poder
simbólico de la tradición.
Algunos
fenómenos tan aplastantes como la expansión de la sociedad de consumo, no
pueden ser tampoco motivo de creer que el final de las comunidades de San Andrés
y el Trapecio es el remplazo de un sistema cultural tradicional, sagrado,
propio, por otro moderno, desespiritualizado e impostado. Afortunadamente la
historia no es nunca lineal, y siempre sorprende con respuestas inesperadas. La
identidad, no es un concepto abstracto que nace de la nada, sino algo vivo por
las personas y comunidades. Como todo ser vivo, puede cambiar, mutar y adaptarse
a nuevas circunstancias.
Los
sanandresanos y amazonenses, sean indígenas, raizales, mestizo o blancos, a
diferencia de otros tiempos en que imperaba un esencialismo antropológico,
maniatado y poco realista, que hablaba de su vida como si fueran estereotipos,
cuentan hoy con el privilegio de reconocerse y aceptarse como son. Para muchos que hemos tenido la
oportunidad de vivir en estos territorios, podemos aseverar que son regiones
más cosmopolitas y abiertas, que las mismas metrópolis que los sujetan
económica y culturalmente. Para toda identidad siempre llega la oportunidad histórica
de mirarse a si mismos, pero lo más importante es que no existe identidad sin
voluntad, y solo cuando se entiende esto como una decisión, y no una
imposición, el presente está a favor, y no en contra de su destino.
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