Recuerdo
cuando estaba en la Universidad Nacional los conceptos que se usaban para
describir esa bendita manía que se nos atribuye a nosotros los latinoamericanos
de no saber pensar por nosotros mismos, y que debemos ser instruidos, guiados,
llevados al camino de las conveniencias de quienes por años nos enseñaron de
que si saben pensar por si mismos. En palabras cortas es lo que se conoce como
“colonialismo”, de esta se desprenden otras versiones como “neocolonialismo”,
“asimilación”, “subdesarrollismo”, y sus contrarias, descolonización,
emancipación etc, etc. Aunque nunca dudé que el origen de tales conceptos es
una historia que tiene manifestaciones políticas, sociales y culturales y que
ha creado la noción, y la realidad, de que existen países que están en una
especie de minoría de edad frente a otros que son los adultos y abuelos de la
tribu, jamás me creí el cuento que esta fuera una condición impositiva que nos
supeditara a ser un mal reflejo, una copia chimba, de otros que son los
originales. Es más, las personas que más veía encarnar tales discursos siempre
me parecieron personas con una frustración profunda de no ser como los “originales”.
Pero bueno, a lo que voy es que en estas cosas de los trabajos en las tierras
lejanas de Colombia, donde abundan los bosques y son pocas las personas, y
existe todo un pull de organizaciones públicas y no gubernamentales que hacen
proyectos (yo he trabajado en algunos de esos, y he tenido la oportunidad de
darle continuidad a un trabajo de cinco años en una localidad llamada Tarapacá),
suceden cosas que le dan la razón a esos compas que hablan de colonialismo. Pues
resultase que de por allá, en los países de los originales, nos llegan a
nosotros los chibiados el billetico para ejecutar muchos de estos proyectos,
estos billeticos vienen amarrados a una serie de propósitos que en un abrir y cerrar
de ojos pueden pasar a convertirse en prioridades por encima de aquellas cosas
que se han trabajado desde el mismo lugar donde transcurre la vida de las personas, y de los árboles que
dicen querer proteger. Asi, como algo mágico y además científico, la opinión de
un simple sociólogo como yo que ha pasado cinco años trabajando en Tarapacá
puede ser borrada por unas decisiones que toman personas de quien sabe dónde
pero que cuentan con el poder para que sus preceptos pasen a ser las verdaderas
necesidades. Jueperra, exclamo yo. Esas cosas muestran lo bobos que somos, por
eso nos llaman el tercer mundo, porque no hacemos lo que sabemos que tenemos
que hacer, sino lo que nos dicen que hacer, con la maldita excusa que no hay
plata para hacer lo que si es importante para nosotros, mientras si hay mucha
plata para hacer lo que es importante para los originales. Muchas formas hay de
voltear la arepa, por ejemplo, nuestra favorita como latinoamericanos es decir
que si a todo, y de pronto por algun chispazo poner la oportunidad a correr a
favor de las necesidades reales, pero eso a veces cansa, porque no somos bobos
y hay que saber decir que no, ser obstinado y conformarse con pocos recursos
pero insistir en lo que si puede funcionar antes que perder el tiempo en proyectos
con billete pero sin trascendencia. Eso es lo que voy a hacer, me la voy a
guerrear por donde sea, no solo no basta creer en cuentos chimbos de
colonialismo sino realmente representar la diferencia, jugar al juego sí, pero
con coherencia, no más parecer los chibiados del paseo, no mas.
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