Para un colombiano continental, llegar a San Andrés
por primera vez es una ruptura en la forma de concebir su identidad. Lo primero
que salta a la vista es una ciudad destartalada que en poco se diferencia de
muchas ciudades y pueblos del continente: los materiales de las casas, el
diseño urbano, sus habitantes, etc. El aeropuerto no presenta nada llamativo en
su recepción, no se ven las exuberantes morenas con vestidos coloridos
ofreciendo cocos con licor que muestran las revistas de promoción turística,
mas bien, resalta un puesto de control atendido por funcionarios que revisan
los documentos y expiden un permiso de estadía no superior a cuatro meses.
Recorriendo la ciudad empieza a sentirse que
efectivamente se esta en Colombia, pero hay algo diferente que se mezcla con la
habitual simbología continental, empiezan a aparecer casas construidas en
madera, bastante deterioradas y rodeadas de casas en concreto y extravagantes
hoteles, el trazado de la ciudad es confuso y parece no tener una lógica
coherente. Los almacenes comerciales irrumpen con suntuosas vitrinas alrededor
de gigantescas manzanas, en las esquinas se oyen mujeres y hombres hablando
inglés creole de una manera muy distante al inglés tradicional. El centro es
una extraña mezcla de arquitectura comercial muy simple, edificios
residenciales al interior de las manzanas, hoteles, y una que otra casa de
estilo ingles. La ciudad habla de Parque Bolívar, de Avenida New Ball, el
barrio obrero, la avenida Pepper Hill, diluyendo la toponimia anglo con la
hispana.
El primer contacto con San Andrés es con la vida
urbana. El mar, a pesar de estar por todos lados, se opaca ante el intenso
movimiento de las calles. El comercio, los automóviles, el rebusque, el
concreto, todo esto se ve primero que los corales de Sound Bay o la exuberante
vegetación de La Loma. Desafortunados
los turistas que llegan buscando el paraíso tropical ofrecido por las
revistas de turismo de las empresas nacionales, la isla aparentemente cambió la
contemplación del paisaje tropical por una vida dictada mas por el agite, el
rebusque y la vida económica, algo así como un latin urban caribbean way of
life.
Pero las sorpresas de San Andrés no terminan ahí, la
isla empieza a mostrar toda su complejidad mientras abandonamos el centro y nos
dirigimos hacia el sur. El paisaje cambia drásticamente y el paraíso tropical
aparece de repente en las playas de Sound Bay. La población es en su mayoría de
origen isleño, se comunican en creole, ingles y español, la distribución
territorial es menos densa y la madera se hace mas frecuente en las
construcciones, tanto de casas como de iglesias que se instalan sobre la
avenida. A muy pocos kilómetros del centro da la sensación de estar en “otro
lugar”, dominado por la cultura isleña y una fuerte presencia de elementos
continentales. El sector de La Loma, hacia la parte alta y central de la isla,
conserva el “aire” de la vida isleña de cultura anglófona y protestante, la estética
arquitectónica manifiesta una radical separación con la vida de los colombianos
continentales. La vegetación acompaña permanentemente los recorridos ondulados,
y la vista al mar, de lado a lado, se impone en llamativos miradores
frecuentados por turistas.
Lo sorprendente de vivir a San Andrés, y esto rebosa
cualquier pretensión académica, es sentir como un espacio “finito” se hace vivencialmente
infinito: 27 Km2 contienen una diversidad de formas de vida que seria
lamentable reducir a categorías sociológicas. San Andrés es una sociedad sui generis configurada por un
particular estilo de vida isleño, donde la insularidad y la diversidad de los
valores de sus habitantes, define en gran medida el universo simbólico. El
encuentro continuo y las luchas por los códigos de dominación cultural se
cotidianizan y tensionan el proceso de recomposición identitaria sanandresana,
proceso que se expresa, por un lado, por medio de un discurso de exclusión,
intolerancia y resentimiento, y por otro, por la posibilidad del encuentro y la
aceptación del otro.
Cualquier estudio que pretenda denominarse ambiental
debe tener en cuenta y tratar de comprender el contexto de referencia de las
islas. Los conflictos identitarios y procesos de mestización configuran una
serie de luchas que inevitablemente pasan por la definición acerca de qué es
San Andrés, ¿Un paraíso perdido? ¿Una reserva de la biosfera? ¿Una colonia
colombiana? ¿Un centro comercial en medio del mar? ¿Una isla bendita? La
identidad y las relaciones de poder, se presentan como los principales
dispositivos que configuran algunos de los muchos elementos insertados en la
comprensión de cualquier problemática ambiental. Cuestiones que solicitan una
mirada diferente a la de una recua de expertos en ciencias sociales o
naturales, e invitan a vivir la isla desde su dimensión mas cotidiana,
conviviendo y sintiendo el territorio como una expresión histórica y natural,
en continuo proceso de autocreación.
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