Hay
muchas mañanas, las animadas, las adversas, las que tienen motivos, las que no
encuentran un motivo, las que recuerdan los sueños o tan solo los rasguñan con
el suave velo del olvido, la cabeza busca un orden, que se dijo ayer, que se va
hacer hoy, cuál será el encuentro que se viene aquí a formar, mucho trabajo,
mucho trabajo, pero el único parece que es real es este de escribir, la obra
puede mutar de la acción interpersonal, a la universal, y solo la escritura de
eso puede lograrlo, porque hay muchas palabras, hay solo 27 letras, pero
cuantas cosas se pueden decir, cuantas palabras se pueden crear, pero de todas
esas cual es verdaderamente palabra, quien sabe, pero no mucha, más bien poca.
Con un ligero dolor de cabeza me levanto nuevamente aquí en Tarapacá, el túnel
es misterioso y se recorre sin mucha luz, pero la sombra de mi cuerpo, marca la
frontera entre lo que se ve y lo que no se ve, con eso alcanzo a ver el camino,
y caminar con cuidado para no tropezar, observar el palito que tiene espinas y
sentir el pie que anda descalzo, solo puedo atinar a lo que se hacer, solo
puedo acompañar, y conectar hacia arriba para traerlo abajo, para subir el hilo
sinuoso que sube por la columna, que se corporiza en lo orgánico y recibe la
información de lo galáctico, parece ciencia ficción, pero para mí no lo es,
porque es lo que hago, lo veo con mis ojos, pero no lo hago porque lo vea, sino
porque lo creo, esperar con calma, no escatimar en quitar del camino las púas y
palos, pisar la arena blanca donde el agua es transparente, ver los pececitos
nadar, con todos sus colores, con toda su elegancia, poco a poco el movimiento
de las aletas retorna la razón y el impulso para seguir, algo que se vino a
realizar, y que por cosas de lo entendido, o lo “nientendido” se realizará, cada cosa a su debido momento.
viernes, 6 de septiembre de 2013
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