miércoles, 20 de abril de 2011

El pensamiento ambiental ante la crisis del racionalismo científico. “¿Y ahora quien podrá defendernos?”

El pensamiento ambiental ante la crisis del racionalismo científico.
“¿Y ahora quien podrá defendernos?”
Pablo De La Cruz Nassar.
Universidad Nacional de Colombia.
2006.
“(…) la propia naturaleza no es naturaleza:
es un concepto, una norma, un recuerdo,
una utopía, un plan alternativo. Hoy más que nunca.
La naturaleza esta siendo redescubierta,
mimada, en un momento en el que ya no existe.”
Ulrich Beck, 1999.
La crisis ambiental o ecológica actual, es mas un termino resbaloso y baboso que un concepto, nadie sabe que es, pero se siente terrible pensar en ella. El sentido de zozobra que se evoca cuando salimos a la calle y olemos todos esos gases que entran a nuestro cuerpo, o atendemos a un noticiero que muestra un derrame de petróleo en algún lugar del mundo, se compara a eso que sentía cuando era niño viendo al Chapulín Colorado: resulta que siempre pasaba que la maldad se apoderaba de la situación y una mujer con voz chillona y desesperada decía “¿Y ahora quien podrá defendernos?” Entonces, a pesar de la angustia que sentíamos todos, irrumpía en el escenario un personaje que decía “Yo, el Chapulín Colorado” quien a pesar de su torpeza y en medio de todas las dificultades resolvía la situación y nos tranquilizaba con otras palabras: “No contaban con mi astucia”. Me pregunto ahora, si la civilización occidental todopoderosa de los últimos siglos contará con esa misma astucia impredecible del Chapulín, quien a pesar de su torpeza y falta de sentido común se las ingeniaba para salvar a los buenos de los malos, o si por el contrario, es hora de que vengan nuevos héroes, o aun mas extremo, el escenario quedara vació de ellos, erosionando de una vez por todas el “proyecto absoluto de la razón”.
Hacia una redefinición de lo ambiental:
El ambientalismo, al contrario de las ciencias naturales o las ciencias humanas que se desarrollaron separadamente, emerge en un contexto diferente a cuando la exaltación de la razón se presentaba como la medida absoluta del hombre y la naturaleza, los cambios sociales de la posguerra relativizaron de manera radical el papel salvador y todopoderoso de la ciencia moderna como conductor del devenir de la humanidad.
La ciencia, como cualquier tipo de producción cultural, se suscribe al misterioso curso del “espíritu del tiempo”[1], lo que implica tener en cuenta una propuesta ambiental que parta de comprender mejor cual es el espíritu del tiempo que recalifica al hombre como especie de la biosfera y la naturaleza como especie esencial de las sociedades humanas” (Cedric, 2003). Lo que aparece con sentido en el mundo actual, y que podría empezar a dar respuesta a los problemas ambientales, es un nuevo sentido de la naturaleza, distinto al esquematismo y al cuantitativismo, mas asociado al pluralismo y al anticientificismo, es precisamente despojarse de la medida moderna de la ciencia y reconocer que la solución es mas de alteridad que de medida.
Paradójicamente, hoy asistimos a un proceso de resignificación de lo que fue el nacimiento del racionalismo de la ilustración inspirado en valores de la modernidad, donde la exaltación del hombre y la naturaleza se daba en términos místicos y de inmanencia, lo que posteriormente desbocó en una maquinaria carente de espíritu. Max Weber, ya percibía desde finales del siglo XIX este fenómeno cuando casi proféticamente asume el desencantamiento del mundo como un proceso de racionalización de la sociedad occidental, que abandonó el ascetismo puritano “para instalarse en la vida profesional y dominar la moralidad mundana”, lo cual, “vinculado a las condiciones técnicas y económicas de la producción mecánico-maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos individuos nacen en él, y de seguro lo seguirá determinando durante muchísimo tiempo mas”. (Weber, 257, 1985)
La metáfora de Weber del estuche que ha quedado vació de espíritu, puede recordarnos a esa naturaleza que es nombrada como recurso, como servicio, como capital, como cosa, propia de esa civilización de “hombres sin espíritu y gozadores sin corazón”; la naturaleza también ha quedado vacía de espíritu: “Nadie sabe quien ocupara en el futuro el estuche vació, y si al término de esta extraordinaria evolución surgirán profetas nuevos y se asistirá a un pujante renacimiento de ideas e ideales; o si, por el contrario, lo envolverá toda una ola de petrificación mecanizada y una convulsa lucha de todos contra todos”. (Weber, 258, 1985) “Y ahora quien podrá defendernos?” Vendrá el Chapulín Colorado quien a pesar de su torpeza seguramente resolverá el problema? O tanta torpeza ya no puede ser aceptada?
El valor del discurso posmoderno, que asoma con una relativa fuerza dentro de ciertos ámbitos académicos, es precisamente el que da cuenta que las transformaciones en el mundo no pueden seguir siendo abordadas bajo la misma mirada del racionalismo científico, las ciencias humanas se encuentran en la paradoja de constituirse en los verdugos del proyecto científico de la modernidad, y no es para menos, si pretendemos defender un humanismo donde se rescate la organicidad de la vida y no una empresa entregada a la alienación objetiva de la ciencia y los sistemas. Sin embargo, no pretendo dar a pensar que la modernidad deba ser desechada para producir el cambio cultural necesario sobre el cual se erija el pensamiento ambiental, mas aun, la modernidad como entramado histórico puede aportarnos las claves necesarias para dar una mirada diferente al papel de la ciencia frente a la crisis ambiental, enfatizando y construyéndola desde una visión plural, y esto abarca, necesariamente, a las ciencias tecnológicas que por años han estado ensimismadas trabajando para el mejor postor.
Entonces, dadas las particularidades de la naturaleza que se funda con la modernidad, ¿sobre que bases epistemológicas se levanta el nuevo pensamiento ambiental y cual debe ser su lectura del hombre y la naturaleza? ¿Cuál debe ser esa nueva mirada que debe hacerse del racionalismo científico desarrollado durante la modernidad? ¿Por qué es importante retomar las corrientes míticas e inmanentistas expresadas en las artes y la literatura moderna, para humanizar la naturaleza y naturalizar al hombre? ¿Por qué se habla hoy en día de una crisis del racionalismo?
Escisión y recomposición de la naturaleza: el legado de la modernidad para el pensamiento ambiental.
El estudio de la modernidad ha girado en gran parte al estudio del desarrollo de la ciencia, del “racionalismo”, de la técnica y de la lógica deductiva, sin embargo, la ciencia como mito de la modernidad no se agota en fenómenos asociados al entendimiento de la naturaleza y su correspondiente teorización, mas aún, esta ha sido expandida a muchos ámbitos de la vida de los hombres, y se ha constituido en una compleja trama de valores, ideas y lenguajes, configurados en un amplio sistema de creencias y practicas particulares.
Considerar a la ciencia como mito de la modernidad es reconocer que esta se ha constituido en una fuerza suprema que expone al hombre ante su mundo vivido en una relación ética y moral, relación que no solo se expresa en dominio y poder, sino también es parte constitutiva de su “realidad ultima”, es decir, la forma en que el hombre moderno justifica su relación con “algo mas allá” y se armoniza como parte de un todo orgánico. Una apropiación cultural del mito científico no solo puede enfatizar en los asuntos prácticos y materiales, sino debe, además, reflexionar sobre su función simbólica de religar al hombre y la naturaleza como un todo.
La modernidad, no solo se funda en el racionalismo científico, también es reproducida por un proceso dialéctico de espiritualidad que lo acompaña, y no se esconde tras la dominancia del pensamiento científico. Mientras la ciencia naturalizó la separación entre alma y cuerpo, el desarrollo estético y del arte concibió una relación sensible y naturalista de expresión entre los hombres y la naturaleza. En síntesis, desentrañar la visión de la naturaleza construida en el proceso del conocimiento es dar por sentado una dialéctica entre, por un lado, un proceso donde la razón subjetiva asume el proceso del conocimiento objetivo como totalidad de lo absoluto e inmutable, o sea, el conocimiento de la naturaleza, y su negación, la naturaleza que se conoce como sujeto y funda una nueva naturaleza, negación de la naturaleza, es decir, naturaleza pensada.
La naturaleza de la modernidad, se funda sobre valores afines a la cultura occidental, de donde la ciencia emerge como configurador de un proceso más amplio de resignificación acerca de lo natural como vínculo cosmogónico con la naturaleza pensada. Esta naturaleza distingue dos procesos: por un lado, el proceso de extrañamiento o escisión con lo natural emergido desde las ciencias positivas, donde lo natural esta para ser conocido, comprendido, explicado, medido y transformado por los hombres para beneficio de este, y por otro lado, un proceso de recomposición de la naturaleza, donde se resignifica al hombre como parte de la naturaleza, aquí la naturaleza, por el contrario de la ciencia positiva, no aparece como objeto sino mas bien como vivencia subjetiva.
Estos dos procesos y su relación con la naturaleza no se dan linealmente ni de manera separada, históricamente tanto la ciencia influyó en gran parte de las manifestaciones sensibles de la modernidad, como el arte en gran parte medió el desarrollo de la ciencia. La dialéctica ontológica entre escisión y recomposición natural son dos dispositivos de un mismo sistema de apropiación y concepción de la naturaleza, que configura, en un ámbito cultural propio a la modernidad, las diversas relaciones y practicas que se tejieron en el transcurso del desarrollo de la ciencia. La historia del pensamiento moderno no puede ser reducido a una despiadada separación entre el hombre y la naturaleza, la modernidad en gran parte todavía es un proyecto inacabado, por sus implicaciones ambientales actuales no podemos imbuirnos en un intento unilateral de desprestigio al “proyecto moderno”, sobre todo si lo que esta en juego es un mínimo acuerdo de pensamiento ambiental.
La responsabilidad ética de la ciencia, en el ocaso de la modernidad, debe apuntar a una serie de desnaturalizaciones de aspectos que antes se creían naturales, y dejar emerger alternativas nuevas de pensamiento que se han dado en la periferia de las instituciones formales de la sociedad moderna. De esta manera, la relación entre la “doxa” y la “episteme” debe ser reinterpretada en términos de disposiciones culturales y no de eficacia o eficiencia, ya que en tanto se siga concibiendo el problema ambiental dentro del horizonte conceptual de la sociedad tecnocientífica, los efectos en el medio ambiente seguirán percibiéndose como efectos colaterales de una acción aparentemente calculable, en vez de cómo tendencias que están erosionando el sistema y deslegitimando las bases de la racionalidad occidental.
La crisis ecológica actual pasa irremediablemente por la pregunta acerca de la naturaleza y el hombre. Algo que es o se piensa? Una pregunta tan antigua pero que sin duda, en su escape y en su búsqueda, nos damos cuenta que la naturaleza no es tan “natural” y el hombre no es tan “humano” como parece. Las miradas acerca de cómo pensar las relaciones entre hombre y naturaleza en el discurso de una teoría ambiental pueden variar tanto como culturas y cosmogonías han confluido a lo largo de la historia. Pensar que la naturaleza es algo dado y objetivo seria asumir que las raíces de la escisión entre alma y cuerpo se aplican a todas las visiones culturales acerca de la vida, algo imposible de aceptar en un mundo que asiste a la negación de la naturaleza por las naturalezas. O al contrario, asumir que la naturaleza es tan solo una construcción cultural, sería negar las consecuencias objetivas que la industrialización y la tecnología han tenido a nivel global.
La pregunta por el ser y el pensar del medio ambiente es en principio un buen comienzo, pero seguramente se nos queda por fuera el valor del conocimiento vivencial o subjetivo, o percepción naturalista, como constitución inherente al proceso del conocimiento. Esta segunda pregunta se ha formulado mas desde el mundo de las artes, la poesía y la literatura, y ha documentado gran parte el conocimiento que se tiene sobre la evolución cultural de la humanidad. Pensar al medio ambiente como “cosa” puede ser pertinente y aceptable en algún grado para la tecnocracia, pero no para la ciencia, esta debe estar dispuesta a deconstruirse y “profanarse” a si misma, y antes de buscar la aplicación de su base conceptual, debe preguntarse por las disposiciones preconcebidas que son inherentes a su visión como configuración social e histórica, y así, tener la capacidad de articularse a una visión mas holista e integral de la vida.
En principio, siendo equitativos con la tradición moderna y los cambios culturales de la posguerra, una teoría ambientalista sistemática debe distinguir dos perspectivas que partan de la dialéctica ontológica entre escisión y recomposición natural: una realista y otra constructivista, la primera asociada con las corrientes positivistas y objetivistas que recogen el andamiaje teórico, metodológico e instrumental de la ciencia ortodoxa, y la segunda, más afín a las perspectivas fenomenológicas derivadas de la filosofía, la antropología, la sociología y la literatura que configuran sentido a las acciones derivadas de una ficción cultural o de la conciencia, es decir una realidad social.
Mientras la perspectiva realista, permite dar cuenta de las consecuencias globales de la intervención del hombre sobre el medio natural, la perspectiva constructivista del medio ambiente pretende dar un peso más relevante a la interpretación de cómo se construyen las realidades, como se naturalizan las diversas naturalezas e interpretan desde los diferentes actores y escenarios de la vida cotidiana, aquí la pregunta es como se fabrica socialmente la naturaleza, incorporando mas una perspectiva antirrealista constructivista, que realista esencialista.
El absurdo pensamiento científico ambiental.
Hasta aquí se podría pensar que la crisis del racionalismo científico esta saldada si le ponemos un poco de poesía a los fríos análisis técnicos, o si por el contrario, le ponemos un poco de técnica y realismo a los meta relatos antropológicos. Prácticamente, este es el pedestal sobre el cual busca sostenerse el andamiaje de la sociedad moderna. Sin embargo, para la ciencia esta aparente solución tiene implicaciones metodológicas altamente peligrosas en un contexto en que el estudio de las disciplinas se ha dado de manera compartimentada, donde el ingeniero es “ingenierista”, el sociólogo “sociólogista”, o el economista “economista”. Augusto Ángel dice al respecto:
“(…) a pesar del adelanto de los métodos específicos de las ciencias naturales y la ayuda que han prestado al conocimiento de las organizaciones culturales, se siente todavía un cierto temor a la confluencia de los métodos para un análisis interdisciplinario de la realidad cultural. (…) No se ha comprendido todavía con suficiente fuerza que es la <<naturaleza>> la que va siendo modificada por el proceso cultural y que cada día es mas difícil establecer barreras artificiales entre el mundo <> y el espacio artificial de la técnica” (Ángel, 1998).
La integración de perspectivas en lo ambiental no es tan simple a involucrar al hombre con la naturaleza, esta “integración” va más allá, supone problemas nuevos epistemológicos y revivir viejas discusiones entre lo divino y lo humano. Ángel plantea el problema de la siguiente manera:
La cultura no es quizás un extrañamiento o una alienación. No es el don de Prometeo ni tampoco la conquista autónoma del hombre. Es un hecho tan natural como la evolución biológica. Más aun, es la prolongación de dicha evolución. Es la naturaleza la que se convierte en cultura. La cultura no constituye una intromisión extraña en el orden de la naturaleza. Es una fase de la misma naturaleza. La aceptación o negación de estos supuestos están cargadas de consecuencias para el pensamiento ambiental” (Ángel, 1998).
Explicar donde termina la naturaleza y comienza la cultura desde la teoría de la evolución como lo hace Ángel, tiene un doble inconveniente, primero, la naturaleza de la cual se parte es una naturaleza estudiada desde la biología y la ecología, que aunque inventada por el hombre, este no cabe en ella, y solo de esa manera la teoría “funciona; y segundo, la cultura que se asume es un concepto que se desprende de una secuencia evolutiva, temporal, es decir, es una cultura que, aunque fundada en el seno mismo de la naturaleza, parte de un relato manejado por la teoría científica ortodoxa, que si bien puede ser valido para el análisis de las sociedades occidentales, es insuficiente para dar cuenta de la multiplicidad de creencias y cosmogonías. Desde esta perspectiva, naturaleza y cultura son un monolítico sólido que se adapta perfectamente al pensamiento racionalista.
Gruzinsky asume la crítica del concepto de cultura de la siguiente manera:
“La categoría cultura es el ejemplo perfecto de la replica de una noción occidental sobre realidades que ella transforma y hace desaparecer. Su empleo rutinario minimiza lo que esas realidades llevan inevitablemente de extranjeras, de influencias e imprevistos procedentes de otros horizontes; y eso incita a entender los mestizajes como procesos que se extenderían entre entidades estables, o como desordenes que quebrarían súbitamente los conjuntos impecablemente estructurados y reputados como auténticos” (Gruzinsky, 1990 Citado por Sanabria).”
En este contexto, una mirada ambiental definida como el estudio de las relaciones complejas entre cultura y ecosistemas tal como lo propone Ángel conlleva, contrario a un espíritu creativo propio, a una replica disciplinaria que se asemeja mas a una colcha de retazos con una visión similar a los mismos esquemas y miradas del cienficismo moderno, pensamiento que por definición esta por fuera del “espíritu” de su tiempo.
El análisis científico del medio ambiente como las relaciones complejas entre ecosistema y cultura, heredados por la tradición evolucionista son dos objetos rígidos y con poca afinidad para integrarse en un mínimo de pensamiento común. Si socavamos las bases que originaron la escisión epistemológica entre alma y cuerpo y las dinámicas históricas de dominación que apoyaron este pensamiento, nos damos cuenta que la teoría de la evolución como tal se ha venido planteando es incapaz de dar cuenta de este fenómeno.
Las ciencias ambientales no deben tomar prestados los conceptos de una manera tan abrupta de las ciencias naturales y sociales y juntarlos bajo un esquema cientificista. Los cambios sociales y ambiéntales ocurridos en el ultimo medio siglo son fenómenos que no se inducen por su sola complejidad a través de la ciencia, sino mas aún, son andantes promotores de una crisis que abarca desde la política internacional, hasta la misma dimensión psíquica del sujeto, por tanto, mas que un problema de “definición disciplinar”, la crisis ecológica constituye una relativización de los valores y una emergencia social que se vuelca al redescubrimiento de mundos alternativos a los paradigmas occidentales.
Augusto Ángel recalca la honestidad del problema todo el tiempo, pero no hace mucho por resolverlo, sino tan solo lo esboza y justifica de porque la ciencia se debe seguir manejando dividida y luego interrelacionada. Por un lado, hace una critica a la ciencia por su incapacidad de explicar cual es el sitio del hombre dentro del sistema de la naturaleza, y a las ciencias sociales por intentar explicar al hombre, la sociedad y la cultura como si nada tuviesen que ver con las leyes de la naturaleza. Y concluye: “Muy pocos se dan cuenta de que la crisis ambiental exige repensar y reconstruir la totalidad de la cultura y que, por lo tanto, exige el esfuerzo de todas las ciencias y de todas las voluntades.” (Ángel, 1993).
Por otro lado, siendo contradictorio con lo anterior, define al medio ambiente como,
(…) el análisis de la relación entre ecosistema y cultura, reservando el termino de ecosistema para el conjunto de leyes que rigen los sistemas vivos antes de ser transformados por la actividad humana, y el de cultura para la forma como el hombre se organiza en sociedad, construye instrumentos adaptativos y organiza una red de símbolos que le permite comunicarse y transmitir sus conocimientos a las generaciones futuras”. (Ángel, 1993).
El problema que presenta esta concepción del medio ambiente obedece a una separación bastante fuerte entre sentido común y lógica de análisis, por supuesto, el sentido común nos muestra un fragmento de realidad y el análisis lógico pretende encausar ese fragmento en un sistema de leyes. Porque no entonces, si se pretende una ruptura paradigmática en la ciencia, aventurarse a la sistematización de un pensamiento que no solo reconozca su producción histórica y social, sino que además, incorpore tales determinaciones dentro de una nueva propuesta de análisis?
La ciencia ortodoxa ha llegado hasta nuestros días a un punto en que intuye de manera acertada las explicaciones e intuiciones que se hacen en torno a como pensar el medio ambiente, se dice que el medio ambiente es en esencia caótico, complejo y sistémico, estos conceptos tienen cada vez mas fuerza, pero la ciencia moderna en su afán de racionalizar todo no logra asimilar teórica y metodológicamente fenómenos cada vez mas resbalosos de aprehender. Teorías y metodologías que buscan tan atropelladamente dar cuenta de “tanta complejidad” que se ahogan en un mar de esfuerzos sin sentido, con muy poca incidencia sobre la vida de la gente, los pueblos, la sociedad o como se le quiera llamar. Mientras tanto, el mundo se inventa desde otros espacios con modos de hacer y pensar muy distintos a los formales, espacios donde confluyen naturalmente las sinergias suficientes para transformar el mundo mas rápido de lo que se demora la ciencia tratando de explicarlo, me refiero específicamente a fenómenos sociales ligados a una reecologización de la vida que involucran a la naturaleza de manera mas metafórica que racionalista.
La ciencia es un producto cultural de la sociedad moderna, un instrumento de dominación, de transformación, de configuración de valores, en pocas palabras la ciencia dice tanto como las religiones, y es tan relativa como estas, que la vida es caótica, compleja, impredecible, extraña y hasta fascinante, todo eso se dice y se ha dicho, pero lo trágico para el pensamiento científico dentro de la sociedad contemporánea será poder asimilar lo que para la edad media constituyó el nacimiento de la modernidad: un nuevo escenario social, construido sobre las cenizas del racionalismo y del cientificismo, lo que Durand explica como una sociedad desesperadamente sedienta de una relación cultual.
Maffesoli muestra esta ruptura contraponiendo las sociedades modernas con las sociedades Post modernas:
“Les sociétés de la Modernité sont celles dont les perspectives sont fondées sur l'individualisme, et sont régies par le modèle dominant économiste. Elles s'appuient sur la solidarité mécanique, le général y étant "ce à quoi tous sont partie prenante plutôt que ce qui est commun à tous". L'objectif de ces sociétés rationalistes occidentales est ainsi le rêve de l'unité que tentent de réaliser, au niveau du pouvoir (y compris culturel) les processus de centralisation et d'unification fondés sur la clôture et l'homogénéisation des pratiques“. (Bertin, 2002, citando a Maffesoli).
Mientras tanto las sociedades posmodernas son:
"sociétés claniques ou néo tribales de l'engagement organique des uns envers les autres, sociétés où ce qui compte, c'est moins l'individu que la personne, laquelle "doit jouer son rôle sur une scène globale et ce en fonction de règles très précises." (…) Michel Maffesoli oppose ainsi au principe d'autonomie, un principe "d'allonomie qui repose sur l'ajustement, l'accommodation, l'articulation organique à l'altérité sociale et naturelle". (…) C'est le paradigme de la complexité qui fait ici surface, avec ses applications culturelles qui obligent à considérer la diversité, la réintégration du pluriel, du vivant dans l'analyse comme dans les pratiques. ” (Bertin, 2002, citando a Maffesoli).
Reconocer las consecuencias de una ruptura profunda entre alma y cuerpo, u hombre y naturaleza es tan solo el comienzo de lo que debe concebirse como el emprendimiento de una nueva aventura por el conocimiento, y no se sabe que va a pasar, esa es la esencia misma de la vida, el descubrimiento, el encantamiento, el cambio; por lo tanto, definir al medio ambiente como una relación entre ecosistema y cultura es romperle las alas a la aventura y quedarse en las amañadoras y turbias aguas del racionalismo arcaico.
En conclusión, el escenario esta en permanente construcción y el Chapulín Colorado no ha vuelto a aparecer. El racionalismo científico, ya no tiene la “astucia” para liberarnos de las oscuridad que trajo su ilimitado desarrollo, y no parece, afortunadamente, un nuevo superhéroe que venga a salvarnos del estuche vació de la naturaleza racionalizada, mas aun, parece llegar la astucia del Chapulín fragmentada en una pluralidad de miradas, algunas renacen de la ortodoxia pero con mascara nueva, y se presentan como la renovación de los viejos paradigmas, su lugar favorito de reproducción son esos en los que la vieja ciencia se ha reproducido por años y se siente el distanciamiento profundo con el “espíritu del tiempo”, por ahí lo llaman la Universidad, o mas bien, el “pensamiento conforme”; otras corrientes han emergido en la periferia, en lugares increíbles e inesperados, donde lo impredecible y la magia todavía hacen parte de la vida, voces que calló la unipolaridad de occidente y la modernidad abandonó durante años, voces que hoy parecen llenar el estuche de una nueva vida.
Bibliografía:
Ángel, A. 1993. “La Trama de la Vida”. Las bases ecológicas del pensamiento ambiental. Cuadernos ambientales Nº 1. Bogotá.
Ángel, A. 1998. “El retorno a la tierra”. Introducción a un método de interpretación ambiental. Cuadernos ambientales Nº 3. Bogotá.
Beck, U. 1999. La sociedad del riesgo global”. Editorial siglo XXI. España.
Cédric F. 2003 "Questions à l'anthropo-écologie", En : Esprit critique, Revue internationale de sociologie et de science sociales Hiver, Vol.05, No.01, consulté sur Internet: http://www.espritcritique.org.
Georges, B. 2002 "Interculturel et mondialisation: niveaux de communication culturelle, temporalité et sociétés", Esprit critique, vol.04 no.10, Octobre, consulté sur Internet: http://www.espritcritique.org
Giddens, A. 1989. “La constitución de la sociedad”. Buenos Aires: Amorrortu.
Maffesoli, M. "Imaginaire et plurialité", Esprit critique, Printemps 2003, Vol.05, No.02, ISSN 1705-1045, consulté sur Internet: http://www.espritcritique.org
Pardo, M. 1996. “Sociología Y Medio Ambiente: Hacia un nuevo paradigma Relacional”. Universidad Pública de Navarra. Política y Sociedad. Número monográfico sobre Medio Ambiente y Sociedad. Nº 23:33-51.
Sanabria, F. 2004 “La virgen se sigue apareciendo”. Un estudio antropológico. Facultad de Ciencias Humanas. UN. CES. Bogotá.
Weber, M. 1989. “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Ediciones Orbis. Barcelona.

[1] El espíritu del tiempo, en alemán Zeitgeist, es expuesto por Maffesoli: “Il est fait d'une multiplicité de petites choses et, bien sûr, de structures macroscopiques. Et c'est leur conjonction, ou plus précisément leur réversibilité, qui détermine la manière de vivre de tout un chacun, et qui scande la respiration sociale. D'où la nécessité, pour comprendre un espace civilisationnel donné, de s'interroger sur l'atmosphère qui le baigne et lui permet d'être ce qu'il est. (Maffesoli, 2003) Citado en el idioma original para evitar imprecisiones en la traducción.