viernes, 17 de mayo de 2013

Creencias naturales de una naturaleza desnaturalizada.



¿Quién sabe si antes de concluir el presente siglo
la sabiduría popular habrá inventado este nuevo proverbio:
“Tan increíblemente crédulo como un científico”.
H. Blavatski.

Así como el agua es invisible al pez porque nunca ha visto nada diferente, así mismo se podría creer que nuestras creencias permanecen invisibles a nuestros sentidos. La creencia puede tomarse como algo que es necesariamente real para una sociedad. Pero la relación del creer no es propiamente una relación naturalizada, y así como la observación es a la razón, la experiencia es a la creencia. Es difícil separar a la creencia y a la razón, cualquier distinción solo podría quedarse en un plano analítico apto para el sociólogo o el antropólogo, porque en la realidad, a pesar de que la educación y la religión lo han separado en la sociedad, son parte del proceso de la experiencia, y por ende, del conocimiento.

A diferencia del pez que sale del agua y no tiene más camino que la muerte, los seres humanos podemos experimentar un extrañamiento hacia lo que consideramos más obvio. Para muchos resultara natural creer que el ser humano es un producto de un proceso de evolución del homo sapiens, pero seguramente en otros tiempos, cuando la teoría evolutiva no había surgido, para muchos resultaba obvio creer que el ser humano había sido creado por Dios. ¿Qué es lo natural entonces? Nos tropezamos entonces con una diferencia entre lo que se pueda entender como natural desde la ecología, a lo que la antropología nos pueda aportar. En ambos casos podemos resbalar en un esencialismo que solo puede ver lo natural en el funcionamiento de la naturaleza prístina, o en un relativismo, que entiende lo natural como algo cultural.

Pero la pregunta sigue su curso, y no se detiene ante las trampas del análisis, porque la misma experiencia nos asegura que lo vivo es natural, sea humano o no, pero la razón también nos recuerda que algo hay de natural en el ser humano que no lo es en las plantas y animales. “Miren a los cuervos: no siembran ni cosechan, no tienen graneros ni despensas, y Dios los alimenta”[1]. Es entonces cuando la creación de Dios en las plantas y animales es tan perfecta que es posible sentirlo, un efecto de comunión natural. En la conciencia la naturaleza se transforma en pensamiento, se puede observar, cuidar, apreciar, transformar, aprovechar, se le puede rezar como una deidad.

La crisis ecológica actual viene llevando a la naturaleza en un proceso creciente de desnaturalización. Los procesos de escisión y recomposición natural de la postmodernidad ha revaluado el esencialismo de la ecología, mostrando una naturaleza nueva, o mas bien a las naturalezas. Ulrich Beck (1999; p. 72), de una manera poética lo expresa del siguiente modo: “la propia naturaleza no es naturaleza: es un concepto, una norma, un recuerdo, una utopía, un plan alternativo. Hoy más que nunca. La naturaleza está siendo redescubierta, mimada, en un momento en el que ya no existe”. Aquí Beck nos recuerda a esa naturaleza “ecológica” donde el ser humano no cabe en las relaciones, que choca con esa naturaleza del ambientalismo, politizada, cuantificable y sacralizable.

El pensamiento premoderno analizaba a la cultura humana como esencias inmutables, esta visión, fuertemente enraizada en el pensamiento etnológico del siglo XIX relaciono el determinismo genético y geográfico con la psicología. También ha sido fuente de inspiración de muchas historias. Tarzán, la representación de un hombre blanco que crece en la selva y aprende a dominarla mejor que los propios nativos, sigue conservando su aire puritano, propio de los valores “civilizados”, en oposición a los “salvajes”. Para Tarzan la selva es su medio natural, pasa de liana en liana por los arboles, es amigo de los leones y las serpientes, pero si fuera llevado a Londres, seguramente aprendería a comportarse como un gentleman.

Para esta figura cinematográfica, la selva puede ser un medio tan natural como lo puede ser la gran ciudad para un corredor de bolsa. Pero estos no son mas que malos ejemplos sacados de la imaginación estereotípica, una construcción imaginaria que muchas veces se transforma en realidad cuando se trata de confrontar y definir conflictos asociados a la naturaleza. La pregunta por la realidad aquí puede ser transpuesta a qué es lo natural. Si entendemos la naturaleza como una construcción social, como una creación divina, o como un proceso de la evolución seguramente llegaríamos a resultados diferentes, así no exista diferencia en que todos habitamos el mismo planeta.

Las discusiones epistemológicas sobre la relación del hombre con el medio natural son tan antiguas que se pueden ubicar desde los orígenes de la filosofía misma. Por años, la academia y en especial los humanistas, han establecido un dialogo profundo con las ciencias naturales para encontrar un campo de definiciones que no se sienta tan frio y cojo como el propuesto por la “tecno-ciencia”, o  inestable y movedizo como el que tan pomposamente se presenta desde la transdisciplinariedad de las ciencias. Estas discusiones, aunque ponen de manifiesto preguntas tan importantes como las consecuencias ideológicas derivadas de la separación del alma y el cuerpo, no han hecho mucho para resolverlo.

El racionalismo científico, radicalmente cartesiano y metódico, a pesar de haber desarrollado una instrumentalidad capaz de develar la estructura fisiológica o genética de los organismos, aun se mantiene tímido a la hora de dar crédito a “las causas primeras” que tomaron los pensadores neoplatónicos y alquimistas como punto de partida de estructuración de la naturaleza, esta separación, por algún motivo terminó alimentando la idea de un “mundo espiritual”, de las mónadas, o de los elementales, como un terreno caprichoso y subjetivo, donde cada quien ve lo que quiere ver. Por su parte, el humanismo ha quedado entre la espada y la pared de la ciencia moderna y los saberes “periféricos”, y por no perder su legitimidad se han rehusado a tratar como iguales a las ciencias mágico-espirituales, y se han aferrado mas a un tibio fenomenalismo, que apenas disimula lo que tiene de materialismo.

Hélène Artaud, en su investigación sobre la sacralidad del mar para la comunidad musulmana Imrâgen de Mauritania, analizando la ritualidad y la manera de apropiación de estos a través de la pesca, encuentra que el “secreto del mar” ocupa sin dudas el corazón de la dialéctica entre el mar y lo sagrado. Sin embargo, como cuando se presenta un fenómeno inexplicable, asume la limitación de su ciencia:

Le caractère paradoxal d’une recherche sur le « secret » a naturellement stimulé diverses difficultés, d’ordre éthique et méthodologique. Défini par son caractère caché, non-dévoilé et non-dévoilable, le secret n’offrait qu’un seul traitement méthodologique possible : celui de la phénoménologie. Il n’a donc pas été question de savoir ce qu’est ce « secret de la mer », mais comment il se manifeste, se raconte, se transmet… 

Para muchos etnólogos el registro del fenómeno constituye un momento de grandes confrontaciones, la Sociología Reflexiva de Bourdieu (2005; Pág. 119), asume que “la coincidencia entre las estructuras objetivas y las estructuras encarnadas que crea la ilusión de comprensión espontánea es un caso particular de la relación con el mundo, vale decir la relación originaria.” Por su parte, la etnometodología de Garfinkel parte de la base de reconocer las limitaciones del observador cuando describe el fenómeno social: “hay un sesgo intelectualista inherente a la posición del científico social que observa desde afuera un universo en el que no está inmediatamente involucrado.” (Bourdieu y  Wacquant  citando a Garfinkel; pag. 119)

La fenomenología siempre ha tenido que vérselas con el positivismo, pues la experiencia siempre ha sido un terreno problemático de describir y transmitir. Muchas etnografías describen y estructuran las cosmogonías de muchas comunidades indígenas de una manera tal que todo lo que van a describir aplica solo para sus estudiados. “Para los indígenas…”; “Segun los Desana…” y llenan paginas con informacion sorprendente, que para cualquier adepto no puede ser tomado como un conocimiento puramente subjetivo, sino como una parte integral de una Gran Ciencia Universal.

La investigación botánica y antropológica está llena de estos sucesos, y aunque los primeros científicos fueron adeptos, herméticos, poseedores de “secretos”, la materialización de la ciencia llevó a crear una barrera enorme entre la ciencia experimental y lo que desde el esoterismo se conoce como filosofía hermética. En muchas comunidades indígenas del amazonas, el investigador científico es visto con recelo, por un lado representa un cazador de saberes, presto a lucrarse a consta del saber tradicional, pero por otro lado es visto como un niño, que no comprende que el verdadero secreto de una planta, no está en sus componentes químicos, físicos o genéticos, sino como dicen ellos: “es en la oración que se pone”.  

Lo que desde las ciencias humanas se conoce como el poder simbólico del mito, es para muchos indígenas de la amazonia una realidad tan científica como lo puede ser la ley de la gravedad. Esta manera de referirse a las ciencias mágicas chamánicas, es el resultado de una sociedad que ha dejado como “cuentos de hadas” lo que para los antepasados era lo mas natural. La fantasía, es un terreno construido para la sugestión de los niños, desplazando el significado hacia lo inconsciente, porque a medida que va creciendo se le va enseñando a discernir lo que es la realidad de lo que no, es introducido en un mundo racionalizado, escindido, es prevenido a no creer lo que los ojos no pueden ver. 

Los dilemas de la observación, llevo que a principios del siglo XX en Inglaterra y Europa en general, se viviera una intensa discusión entre espiritistas, religiosos y científicos. En esa época, con el nacimiento del psicoanálisis y el auge de las comunidades herméticas, existió un furor entorno a lo inconsciente, a lo secreto. Eran muy comunes las sesiones espiritistas. Científicos, místicos, y religiosos desencadenaron una interesante discusión sobre la naturaleza y la veracidad de los fenómenos. Helena Blavatsky, en su serie de libros sobre Isis sin Velo, relata cómo se vivían esas luchas de argumentos en torno a si el movimiento de la mesa que súbitamente giraba en medio de los curiosos asistentes, era un artificio de ilusiones calculado fríamente por los mediums, o si tal fenómeno “sobrenatural”, era tan verídico como la ley de la gravedad. Según Blavatsky:

“Muchos científicos han reconocido la autenticidad de fenómenos en apariencia sobrenaturales, porque como el citado caso de levitación, contrarían la ley de la gravedad; pero al investigarlos, se enredaron en inextricables dificultades por su desgraciado intento de darles explicación con hipótesis basadas en las leyes conocidas de la naturaleza”. (Pág. 65)

Quiero llamar la atención sobre este aspecto porque es solo un ejemplo de los desacuerdos axiológicos que pueden existir en cuanto a definir lo “natural”. Si una comunidad indígena que lucha por proteger un bosque argumentara ante una entidad que no puede llevar a cabo un proyecto minero porque estaría afectando a las hadas, duendes y elementales que viven en el bosque, fácilmente se les podría tachar de locos o supersticiosos. El problema radica cuando la existencia de esos seres puede demostrarse, pero para eso, se necesitaría contemplar unas estrictas reglas, ser un “iniciaciado”, un aprendiz de brujo, un filósofo hermético o un elegido. ¿De cuándo acá, dirían los científicos, las demostraciones científicas son una cuestión de “elegidos”?

A la par que el mundo pareciese estar asistiendo a un reencantamiento de la naturaleza, así mismo no falta quienes temen un regreso a los nichos oscuros del Medioevo, a donde una casta sacerdotal y religiosa abarcaba todas las dimensiones explicativas con respecto al mundo y al universo. El desarrollo del esoterismo, se ha generado en las fronteras de la ciencia y la religión, su evolución ha estado marcada por una potente insinuación hacia la vinculación espiritual con la vida práctica, historia que ha estado llena de exageraciones, pero de algún modo se ha tomado en serio la construcción de una ciencia que no separe el Plano físico del Plano Astral.

La reproducción del paradigma científico ha sido un largo proceso de secularización, aunque paradójicamente, la crisis ecológica del mundo actual ha volcado la mirada de pensadores y nuevos científicos a donde todo empezó, a lugares donde quizá muchos saberes de culturas aborígenes e indígenas no han dejado de mirar, me refiero aquí al mundo de las animas, de los espíritus, al éter, a lo invisible, al plano astral. El marcado tono revelacionista con el cual la humanidad ha recibido el siglo XXI, ya muestra resultados sorprendentes. El mundo invisible, los seres espirituales, las profecías escatológicas, empiezan a ser tomadas más en serio por los escépticos, y asoman como una fuerza que el mismo materialismo se encargó de echar en el canasto de las supersticiones.

Los tiempos están cambiando, y como producto del mismo desencanto producido por la revolución tecnológica, se esta asistiendo a una necesidad de encontrar lo perdido. Lo que Patricia Noguera (2004 , p. 22) describe como un reencantamiento del mundo, en “que la voz misteriosa del mundo como vida, como ser en despliegue, como perpetua aurora y crepúsculo, pueda ser escuchada”. Lo describe como un proceso a dejar de lado los esquemas rígidos de la ciencia, en un intento parecido como el que se empezó a vivir tras el renacimiento, cuando se desplazaron los centros de sentido que las instituciones religiosas monopolizaron durante años.

Llama la atención el auge con el que emergen los nuevos movimientos comunitarios, entre los cuales se busca un sentido de pertenencia a través de una nueva espiritualidad, una recomposición identitaria, o una salvación ecológica. Fenómenos como la permeación creciente del espiritualismo oriental en occidente, y las expresiones ascéticas comunitarias del cristianismo primitivo, representados en movimientos rurales, a donde la naturaleza mantiene su referente de pureza. El siglo XXI, no solo representa un nuevo milenio en el calendario gregoriano, también se habla del comienzo de la edad de Acuario, del fin de un ciclo de 5132 años según el calendario Maya, del fin de la Historia y el comienzo de la Posthistoria, donde se han abierto espacios para la circulación, intercambio, renovación y nuevas elecciones de creencias.

En todo esto lo social parece seguir decidido a descubrirle todas las mixturas posibles a los valores, y busca afanosamente una nueva forma de ser reconocido, en un contexto a donde se promueven nuevos creeres y se transforma la identidad. Lo que en palabras de la socióloga francesa Danièle Hervieu–Léger (2012), se puede ver como una emergencia en la que la religiosidad individual “permite a los individuos (independientes con relación a los grandes sistemas religiosos instituidos), ir al contrario y producir pequeños sistemas de creencias que los deja reunir, organizar y darle sentido a sus experiencias personales (…)”.

Se dice que en los barrios de Ciudad de México hay un curandero en cada cuadra, y lo que para las frías estadísticas podría ser una elección debida a las condiciones de pobreza e ignorancia, para muchos que prefieren al “brujo” puede ser una decisión racional, a plena conciencia, porque así ha sido comprobado, y además vivido durante años. Si durante la primera década del siglo XX al amazonas solo llegaban unos pocos viajeros, el siglo XXI muestra una amazonia accesible al turismo y al viajero, a donde muchos europeos llegan buscando experiencias extáticas como el yagé, buscando en la naturaleza y en lo diferente una sensación de conexión con la Unidad. El campo de las creencias se ha revuelto tanto que ya es imposible hablar de civilización occidental sin los muchos matices que esto pueda tener, y al igual que las culturas aborígenes e indígenas que fueron asimilándose y adaptándose a nuevos esquemas de valores traídos por el colonialismo, así mismo los territorios del racionalismo científico vienen siendo también colonizados por otro tipo de saberes que cuestionan profundamente la raíz de la ciencia moderna, como incapaz de explicar las causas primeras de los mismos fenómenos que estos investigan.

En algún punto de la historia la ciencia decidió divorciarse de la teología, eso aceleró por un lado el desarrollo tecnológico y las fuerzas productivas, pero por otro lado provocó un divorcio en cuanto a la explicación de los fenómenos físicos y naturales por causas mágicas-espirituales. El auge del monoteísmo, y la influencia del protestantismo solo podían adjudicar a Dios la posibilidad de hacer milagros, mientras los humanos tendrían que vivir en el completo renunciamiento a las creencias mágicas, y por consiguiente, en la desespiritualización de la naturaleza.

Las ciencias naturales, en su rol de descubrimiento y manipulación de las leyes físicas de la naturaleza han construido barreras entre lo que se concibe como lo natural y lo espiritual, dejando de lado lo eterno y la voluntad, por lo que se conoce como tiempo y adaptación. La naturaleza creada por un Ser Superior se reemplaza como el producto de una constante evolución en el tiempo y en el espacio, adjudicándole características a los seres vivos adquiridas por adaptaciones ocurridas en millones de años. Darwin en su libro el “Origen de las especies” lo presenta de la siguiente manera:

“Estamos convencidos de que las especies no son inmutables, sino que las pertenecientes a los llamados géneros descienden en línea recta de algunas otras especies ya totalmente extinguidas, de análoga manera que las variedades reconocidas de cualquier especie son descendientes de esa especie. Aun más; no dudamos que la selección natural ha sido el más importante, sino el exclusivo medio de modificación.” (Pág. 15)
La teoría de la evolución permeo de manera vertiginosa el desarrollo posterior de la sociedad. Cuando esta se erigió como el paradigma más importante se le clavó la estocada final a las enseñanzas creacionistas que hasta en ese momento influían en la escena educativa de las universidades. Sin embargo, para algunos estudiosos, el auge de la teoría de la evolución fue la justificación perfecta para ensalzar esa sociedad que ya asomaba con fuerza en Europa y Estados Unidos en el siglo XVIII, cuando la revolución industrial, y las ideas liberales de la economía, privilegiaron el desarrollo del capitalismo, y las teorías de Adam Smith. Dejando sentadas las bases ideológicas para la extensión del dominio occidental.

Otras voces se escucharon también cuando la teoría de la evolución le caía como anillo al dedo a quienes buscaban escapar del dogmatismo religioso. Las llamadas sociedades secretas, a donde se discutían cuestiones científicas, esotéricas y teológicas, fueron grupos frecuentados también por quienes defendían la ciencia como el conocimiento de la verdad. En estos círculos también se generó una respuesta a los supuestos del paradigma evolutivo. Para Helena Blavatski, fundadora de la sociedad Teosófica, la evolución era demostrable solo si se le entiende como una evolución espiritual, la cual se puede sustentar sobre muchas analogías de cosmogonías y creencias de los antiguos.

Si a cuantos creemos en la evolución del espíritu, tan firmemente como los materialistas en la de la materia, se nos acusa de sostener “hipótesis indemostrables”, bien podemos echar en cara a los acusadores que, según ellos mismos confiesa, su teoría de la evolución física no está demostrada y tal vez sea indemostrable. Nosotros podemos por lo menos inferir pruebas de los mitos cosmogónicos cuya pasmosa antigüedad reconocen filólogos y arqueólogos, mientras que nuestros adversarios en nada pueden apoyarse (…)”. (Pág. 80)
Para los movimientos teosóficos, la ciencia moderna y las religiones abandonaron la búsqueda de la verdad en aras de sostenerse como una institución al servicio del poder. Lo más grave de esto según los teósofos, es que así como los antiguos geógrafos llenaban las márgenes de los mapas con desconocidas figuras, advirtiendo que mas allá solo habían fieras y terrenos infranqueables, así mismo la ciencia y la religión han caído en una carrera por ridiculizar a su contrario. Como advirtiendo a sus fieles no ir “más allá”, porque podrían ser presas del engaño de la superstición, o la tentación del maligno.

Las llamadas sociedades secretas, han sido el opio de muchos curiosos, quienes han tratado de demostrar por todos los medios como estos grupos han influido en las esferas más altas de poder. Pero quizá, lo que no se ha analizado, es como estas sociedades, así como muchas comunidades cerradas religiosas o místicas, han constituido síntomas de una crisis de sentido sobre la finalidad misma de la vida. El sentirse elegido es un síntoma necesario para emprender el éxodo hacia el cumplimiento de una misión divina, buscar la salvación, en la obra o en la fe. “Pero no hay nada nuevo bajo el sol” dice el Eclesiastés, y lo que la literatura mágico científica mitifico como algo inalcanzable para muchos, ahora es develado sin restricción al mundo entero. Los libros Apócrifos de la Biblia, prohibidos antes o secretos, ahora están en internet; las formulas alquímicas para convertir el plomo en oro también están al alcance de quien las busque (¿Quién las entiende?); la planta del yagé se ofrece abiertamente a todo quien pague por ello; los grandes gurus del budismo escriben libros que se venden como pan caliente, revelando el camino a la iluminación. El bombardeo de “verdades reveladas” es tan intenso que ahonda el deseo de algunos por ir hasta el final. Sin embargo queda la pregunta, ¿a quienes les interesa asumir el camino del “elegido”?, porque para muchos, la cotidianidad sigue transcurriendo de espaldas a todo esto, y entre mas se “hable”, menos posible es creer.

M. Blavatski, a finales del siglo XIX, escribia de manera apocalíptica lo que quizá ya en estos tiempos estamos viviendo:

Las ciencias físicas tocan ya los límites de la investigación, y la teología dogmática ve agotadas las fuentes de que en otro tiempo bebiera. Si no mienten las señas, se acerca el día en que el mundo tenga pruebas de que únicamente las religiones antiguas estuvieron en armonía con la naturaleza, y de que la ciencia de los antiguos abarcaba todo conocimiento asequible a la mente humana. Se revelarán secretos durante largo tiempo velados; volverán a ver la luz del día olvidados libros de épocas remotas y perdidas artes de tiempos pretéritos; los pergaminos y papiros arrancados de las tumbas egipcias andarán en manos de intérpretes que los descifren, junto con las inscripciones de columnas y planchas cuyo significado aterrorice a los teólogos y confunda a los sabios. ¿Quién conoce las posibilidades del porvenir?” (Pág. 35).
Mas de cien años después, los medios de comunicación y el cine se han encargado de popularizar los grandes secretos, que antes solo estaban para los buscadores. Solo hace falta prender la televisión en Natgeo, History Channel, o Discovery, para enterarse de los muchos misterios que el conspiracionismo promueve como cerrados a la humanidad. Pero queda la duda, que tanto estas grandes verdades, como las que tan pomposamente presenta el documental de Zeitgeist, representan verdaderamente el despertar de la conciencia que tanto se promueve en los círculos místicos como los Rainbow People. Al parecer es necesario analizar esta cuestión desde sus consecuencias, asociadas al comunitarismo, y a un nuevo sentido religioso de lo ecológico.

La búsqueda del milagro, la visión espiritual, el dialogo con las plantas, el testimonio de lo mágico, muchas son las formas de definir esta búsqueda que se vive en la actualidad, y quien podría ser ajeno a esto, cuando la búsqueda de sentido se ve contrariada cada vez más por una separación entre el alma y el cuerpo. Los nuevos paradigmas emergen en la actualidad desde visiones científicas, conocimientos ancestrales, ligados a un sentido de unidad, de Gaia, en un intento de volver a vivir por fuera de los monopolios del poder espiritual y material. Sin embargo, así como el dogma religioso o el evolucionismo, contaron con sus estrategias de reproducción para monopolizar los significados legítimos de la vida, así mismo en la actualidad los medios de comunicación han tomado su lugar detentando gran parte del control sobre la sociedad.

Atado a este afán de experiencias mágicas esta también un mercado espiritual y esotérico, de consumos y producción ilimitada de experiencias extáticas. El mundo espiritual no es ajeno a esta forma de vivir, y tiene sus representaciones en lo social. Sin tratar de decir que el auge mágico que se vive en algunos grupos sociales sea una consecuencia directa de los medios de comunicación, si es posible inferir que con la misma ligereza que el mercado mueve bienes y servicios, así mismo existe una economía de caminos de salvación. Darle al consumidor lo que quiere, “para todos los gustos”, el mercado espiritual también trafica con promesas, y cae en muchas veces en esa lógica que dice, “el cliente siempre tiene la razón”.

Bibliografía:

Blavatsky, H. P. (1877) “Isis sin velo”. Clave de los misterios de la ciencia y teología antigua y moderna. ELEVEN. Biblioteca del nuevo tiempo. Rosario, Argentina.

Darwin, C. “El origen de las especies”

Noguera, P (2004) “El reencantamiento del mundo”. Pensamiento Ambiental Latinoamericano. PNUMA, Universidad Nacional. Manizales, Colombia.

Beck, U. (1999). La sociedad del riesgo global. Madrid: Editorial siglo XXI.

Artaud, H. (2012) « Mer partagée, part maudite. La fabrique rituelle d’un horizon maritime : mer et sacré chez les pêcheurs Imrâgen (Mauritanie) », Revue des mondes musulmans et de la Méditerranée [En ligne], 130 | février 2012, mis en ligne le 21 février 2012, consulté le 09 d’octobre 2012. URL : http://remmm.revues.org/7384

Bourdieu, P; Wacquant, L (2005). “Una Invitación a la Sociología Reflexiva”. Siglo XXI Editores Argentina S.A.



[1] Luc. 12:24
[2] “El mundo sin religiones: una gran mentira” Entrevista con Danièle Hervieu–Léger a UN Periódico. Febrero 13 de 2010.