miércoles, 31 de octubre de 2012

La leche condensada es sabrosa pero la aguapanela es fundamental.


La leche condensada es sabrosa
pero la aguapanela es fundamental,
que no se diga que no hay cosa
mas digna de ser elemental.
Porqué será que no me enseñaron
en las aulas de la refusianidad,
que el agua es al camarón
como el elogio a la vanidad.
Y si el mas sabio pasa
y el bruto pierde,
no entiende que una uva pasa
no se daña ni se pierde.
Si viejo te has de sentir,
el tiempo tiene su propio latir
no mires el reloj
de noche y de día lo has de pedir
La rima es lo de menos
lo que importa es el mensaje
no hay hambre si comemos
ni estrés con un masaje.
La leche condensada es sabrosa
pero la aguapanela es fundamental,
resumo en poco aquí la cosa
como algo personal.

Con la izquierda si es debido.


Como renunciar a la fe, por un montón de poses inertes y sin vida, como abandonar los sueños por irrealidades que ya no están escritas en el libro del camino, porque dejar de creer por la falta de un duro o por atender un compromiso, no hay razón para bajar la guardia, ni para entregar las armas de la buena batalla, lo mejor está por venir, estoy seguro que asi es, y de andar negando el sentimiento nada le aprovecha al alma, y si causa mucho dolor adentro. Voces que gritan en medio de la oscuridad, lamentos desesperados que me quieren consumir, espíritus perdidos, vidas sin destino, sálvame Dios de caer en sus camino, pues libre he sido creado, y ni un pensamiento adjudico a juicio mío, más bien venga adelante con majadería, que se venga quien se venga, lo atiendo con la izquierda si es debido. El desaliento que me alberga, el cansancio que no me deja, es un síntoma de la voz, un susurro que me invita a abandonar lo que me aprisiona por dentro, a las cadenas de las mentiras que me he creído, cuando todo ha mostrado que los colores se vienen una vez más, como desaprovecharlos, porque perderse tremendo carnaval, ni un segundo más a la desesperanza, que la maluquera se pasa y hay una misión para mañana.

Orgullo estéril sin sentido

Naturaleza fuerte, contradictoria y formante, de dos puntos se pasa al cuadrado y a la equidistancia, porque será que acaso, no resuelves cambiar de una vez por todas, porque será que la línea aparece trasmutada en un circulo sin centro. Así se vio aparecer aquella vez, era todo lo que se veía alrededor, sombras como las que habla Platon en la caverna, ojos que no ven, ni oídos que escuchan, para el que no sabe, no saber es saber, entonces creí que el mundo tenía que ser así, con problemas que dan vuelta en torno al mismo problema, sin ninguna solución, palabras bonitas y sueños de riquezas, un supuesto gran nombre lo envolvía todo, una tradición desaparecida y no mas que vivida en un orgullo estéril sin sentido, pero todos se sentían culpables y la cosa nada que avanzaba. La causa de toda fuerza se manifestó de repente, la había llamado por las noches, lleno de lagrimas y desesperado, conocí las filas del horror, la disciplina inerte y la conjeturologia sin fin, y nada, nada lleno el vaso, pues aun tenía un agujero y el agua aun se derramaba. Es como una sensación, o un espíritu que me visita de repente, es una prueba divina, una misión sellada genéticamente, la cual he superado, la cual debo seguir superando. En tres frascos hay tres elementos, cada uno es parte de un cosmos diferente, la gente del agua, de la tierra y el fuego se encuentra, y de un flechazo transmuta la sangre y la hace oro, pensaran que es oro que brilla, que tiene valor porque nadie lo tiene, en un acto inesperado, en un de repente y un naufragio, me esperan en la puerta, a disentir sobre lo que no tiene sentir, ya no siento nada, y no quiero estar mas acá, será pasajero, será volador, vendrá un nuevo atisbo, una oportunidad que me permita crecer, así será, no hay más remedio que sea así.  

alkahest transmutador....


Avísame de cuando debo hacer algo, porque no lo veo, y aunque lo siento por si mismo me es imposible saberlo, como la ultima vez, cuando la debilidad me tenia somnoliento, muriéndome del calor, y preguntándome sobre qué era lo que debía hacer. Así, saliendo del sueño, llegue a la casa de María a almorzar, y me contó los últimos acontecimientos sucedidos en estas tierras, a donde una especie de convulsión social, y de euforia en torno al tener lo que no se tiene, se apodero de sus habitantes por unos días, entonces hizo su aparición ese viejo conocido que le gusta discrepar sin razón, ese mismo del que huyo muchas veces pero que me persigue, pues es mi mismo maestro. Por alguna razón, he tenido que ver constantes conflictos entre gente que estimo: me sucedía de niño, cuando veía dos amigos dándose en la jeta; me sucede ahora, entre mi propia familia; y cuando llego a este selvático lugar me encuentro que entre personas que estimo no se estiman entre ellos. Siempre escapo, siempre he escapado de esa misma que siempre se manifiesta, pero ahora que lo veo en perspectiva, no es mas que una enseñanza que como buena enseñanza, se repite y se viene todo el tiempo, invitándome a participar, de la buena escuela de la reconciliación. Porque así como tal se ha repetido, las otras artes mágicas también se han aprendido, superar el miedo, es la misión, involucrarse sin involucrarse, proponiendo, con el ejemplo es seguramente lo mejor. Mañana alrededor del fuego tendremos que sentarnos, coger un pedazo de papel y escribir todas las cosas que se nos vengan a la cabeza, las que queremos que cambien, las que mejoren, las que deseamos para todos, encender un fuego, y con fe entregárselo a ese alkahest transmutador, para que la shejina nos proteja, para hacer de esta historia un buen cuento, lleno de aventuras, y momentos superados, y no esa cosa que se siente como violenta y dividida. 

sábado, 6 de octubre de 2012

Identidades ambientales, un caso comparativo entre el Trapecio amazónico y el Archipiélago de San Andrés.




Por: Pablo De La Cruz


Resumen:
Partiendo de la definición de identidad ambiental, el articulo compara los procesos de transformación identitaria en el Trapecio Amazónico colombiano y en el Archipiélago de San Andrés, como dos casos de redefinición histórica de la etnicidad con referencia al medio geográfico, al encuentro con la colombianidad, la agudización del discurso y las tensionalidades que los capitales y los agentes institucionales generan en torno a lo tradicional. Se analiza el creciente turismo, la influencia de las agencias de cooperación, y sus efectos en el desplazamiento de lo sagrado hacia una cultura teatral.
Palabras clave: Identidad ambiental, etnicidad, cultura, aislamiento, cultura teatral.

Environmental identities, a comparative case between the Amazonian Trapezium and the Archipelago of San Andrés.
Resume:
Based on the definition of environmental identity, the paper compares the processes of identity transformation in the Colombian Amazon and in the Archipelago of San Andrés, as two cases of historical redefinition of ethnicity with reference to the geographical environment, the encounter with the Colombianization, the exacerbation of discourse, and discussions about capitals and institutional agents generate around the traditional. It analyzes the growing tourism, the influence of cooperation agencies, and their effects on the displacement of the sacred into a theatrical culture.
Keywords: environmental identity, ethnicity, culture, isolation, theatrical culture.


En este artículo nos proponemos hacer una reflexión comparativa entre los procesos de transformación identitaria y su relación con el entorno natural de dos grupos disimiles en condiciones territoriales, pero con interesantísimas similitudes. Pondremos los sentidos en el Archipiélago de San Andrés, y el territorio correspondiente al Trapecio Amazónico. Este escrito se logra gracias a la experiencia de trabajo con la Universidad Nacional Sede Caribe en 2005, y con el Instituto Sinchi de 2009 a 2012.

1.         Estructuración política y ambiental.

A primera vista, el Trapecio Amazónico y el Archipiélago de San Andrés parecen no tener mucho en común, salvo que pertenecen a un mismo país: Colombia. Pero si los analizamos mas detenidamente, podemos encontrar interesantes afinidades históricas relacionadas a sus procesos de construcción de identidad ambiental, entendiendo esta como la trascendencia hacia una serie de reivindicaciones políticas y morales aceptadas como “justas” entorno al derecho de las “minorías étnicas” por apropiarse e interpretar su entorno inmediato y definir la relación entre el medio natural, y su cultura. Quizá por ser los dos extremos del territorio colombiano más alejados entre sí y del poder central, han sido regiones de construcciones identitarias propias, con características notablemente diferentes a la mayoría de la nación como el idioma, las costumbres, las creencias, la dieta, etc.

Por supuesto, todo esto tiene matices, y no solo eso, sino diferentes dimensiones. Las comunidades indígenas y raizales no solo se han hecho portadores de una identidad bastante definida y diferenciable de la cultura mestiza andina o costera, sino que también comparten su vida con colonos, militares, policías, viajeros y turistas. La migración y el continuo flujo de visitantes obedece a un proceso histórico de colonización, con diferentes fases, favorecido por políticas internas del gobierno, que han tratado de generar capitales populosas en las fronteras, como una estrategia de soberanía.

Estos territorios han sido también escenarios de disputas limítrofes. Y a diferencia de otras fronteras, son los únicos dos casos exitosos en que el Estado colombiano conservo su soberanía. En el Caribe, perdió territorio marítimo y terrestre con Venezuela y perdió la soberanía sobre el Istmo de Panamá. La soberanía sobre San Andrés la consiguió no solo por la decisión de los isleños, sino también, tras un juego de influencias con Estados Unidos de por medio.  La soberanía sobre el Archipiélago aún es reclamada por Nicaragua.

Al sur, la delimitación de la frontera amazónica estuvo marcada por  el avance y oportunismo brasilero, ante la ausencia de presencia colombiana en lo que en el papel se consideraba territorio nacional. Por su parte, la presencia peruana hacia la parte norte del rio Putumayo y hasta el Caquetá se vio favorecida por los empresarios peruanos que explotaron el caucho, lo que facilitó la avanzada del ejército peruano en 1932 y la posterior respuesta del ejército colombiano en 1934. Este conflicto constituye el principal hito histórico, en la definición de una identidad nacional en el Trapecio. 

Aunque tanto en el Trapecio como en el Archipiélago, la gran mayoría de la población se reconoce como colombiano o colombiana, el auto-reconocimiento identitario también se ve fuertemente influenciado por naciones vecinas, recurso que más de una vez ha sido empleado estratégicamente por los grupos étnicos para obtener reconocimiento, y más atención por parte del Estado. No en vano, por estos territorios han corrido fuertes rumores de separaciones y desconocimiento del poder central.

Al contexto político y a la historia económica de estas dos regiones, subyace también un elemento estructurante que los define como territorios especiales: su geografía.  Ambos son territorios rodeados de ricos ecosistemas. El mar Caribe es al Archipiélago, lo que la selva y los ríos son al Amazonas. A diferencia del habitante de la cordillera de cultura andina y agrarista, el nativo de estas dos regiones tiene a su alrededor la posibilidad de cazar o pescar. Y aunque la dependencia con los mercados es cada vez mayor, raizales e indígenas aun sostienen unas relaciones de unidad con el entorno (Guerrero; 2005: 8. ASOAINTAM; 2008: 25)

Para los ojos del foráneo, estas relaciones con el entorno se afianzan con la idea de una naturaleza salvaje. El mar y la selva son lo desconocido, territorios llenos de “demonios”, lugares de respeto y de contemplación, a donde los espíritus protectores de la naturaleza viven y gobiernan. Son extremos paganos para la “santidad” centralista. Territorios que por más de cien años desde la independencia fueron vistos como inhóspitos, poblados por pueblos “salvajes”, o en el mejor de los casos, comunidades evangelizadas por “infieles protestantes”.

Las crónicas de viajeros y exploradores reforzaron la imagen de una tierra lejana y difícil para la vida. Antes de que la aviación llegara a San Andrés, la travesía desde Cartagena estaba franqueada por el inmenso mar Caribe. Para llegar a Leticia, era aun más largo, las únicas opciones eran entrar por la desembocadura del rio Amazonas en Brasil, o desde el rio Putumayo. La selva es a la Amazonia lo que el mar al Caribe, la infinitud es imponente, no apta para todo el mundo, se requiere de valentía, y destreza para la supervivencia.
Tanto el Trapecio Amazónico como el Archipiélago de San Andrés pertenecen cada uno a una macro región de dimensiones continentales. La Amazonia suramericana, como el Caribe Insular transpasan fronteras de países, y en su interior se tejen relaciones que permiten definirlas como unidades geográficas con particularidades ecológicas y culturales comunes. Y aunque pueda pensarse que las relaciones de insularidad (Ratter, 2001: 25) solo aplican para la región Caribe, la Amazonia suramericana también funciona como una agregación de “islas”, salvo que en vez de estar distanciadas por el mar, las separa la selva, y los ríos han sido la principal vía de comunicación entre sus núcleos urbanos.    
  
A nivel del territorio nacional, la Amazonia es la región con área terrestre más grande, 477.374 km2, que representa un 41,8% del área terrestre total del país y con tan solo el 5,71% del total de la Amazonia continental (Acosta; García; Mendoza, 2008: 157). El Caribe insular es la región más pequeña con tan solo 44 km² de área terrestre, pero lo que al Caribe le falta en tierra, lo tiene en área marítima con 589.160 km², lo que corresponde a un 63% del área marítima. A pesar de estas diferencias cuantitativas en el espacio agregativo, en los dos hay una relación de aislamiento con relación a las principales ciudades del territorio nacional (Sinchi, 2007: 15; Sandner, 2003: 52). Esta sensación de aislamiento muchas veces ha sido suplida económica y culturalmente por otras metrópolis, como es el caso de Iquitos y Manaos en la Amazonia, y las ciudades del sur de Estados Unidos para San Andrés.

2.         Identidades históricas:

Mientras las islas del Caribe americano fueron escenarios de un trasplante cultural que no llega ni a los cuatro siglos, las culturas indígenas de la Amazonia tienen en el territorio, lo que tiene América de ser poblado. Es difícil asegurar que las culturas indígenas en la Amazonia ocupan actualmente sus territorios de origen, pues se sabe de los desplazamientos que estos han tenido antes y después de la llegada de los españoles. Mientras los Tikuna, la etnia mayoritaria en el Trapecio, tuvieron que esperar a que los españoles acabaran militarmente a la tribu guerrera de los omagua para poder ocupar la ribera del rio Amazonas, los colonos ingleses y las poblaciones africanas tomadas como esclavos, se asentaron después de que las enfermedades y el temor exterminaran a los indígenas Miskitos .

Desde la época de la conquista, las islas y la Amazonia han tenido que vérselas con visitas de conquistadores, aventureros, comerciantes y misioneros. A pesar que desde antes se conocía de la existencia de las islas por parte de navegantes, solo hasta 1629 se da la llegada de un grupo de puritanos ingleses a San Andrés. A mediados del siglo XVI Orellana baja desde el rio Napo hasta el rio Amazonas. La cercanía con el continente europeo y los avances en navegación, favoreció que las islas se convirtieran en lugares de asaltos y colonización. La actividad de piratas y corsarios españoles, holandeses, franceses, comerciantes de las potencias europeas fue más intensa sobre el Caribe, mientras que la penetración del Amazonas fue siempre una tarea más premeditada, a donde pocas veces ganaba el poderío militar, y más eficiencia demostraron las misiones evangelizadoras.

A mediados del siglo XVIII los españoles toman posesión de las islas, y a finales de este mismo siglo los indígenas de la Amazonia reciben las primeras visitas de buscadores de caucho. Durante el siglo XIX, mientras la naciente nación colombiana se conformaba y se veía envuelta en sus contradicciones políticas y sociales, los territorios amazónicos y del Caribe insular quedaron en su olvido, pero no en el de otros países que ya se asomaban con ínfulas imperialistas, como Brasil al sur, o Estados Unidos al norte. Este periodo puede describirse como un periodo de aislamiento para estos territorios. Ya en el siglo XX, los extremos del territorio colombiano, fueron objeto de políticas del gobierno para su control, convirtiéndose en teatros de abundante fuerza armada, y en territorio de mitos sobre conspiraciones brasileras, peruanas, o nicaragüenses. 

La necesidad de dinamizar la economía, hizo que se dieran un especial régimen de aduanas a los Puertos de San Andrés y Leticia, lo que generó un encuentro entre migrantes de diferentes caracteres marcados por su región de origen: una mezcla genética blanca, indígena y negra. Raizales y “pañas” en las islas; indígenas y colonos en el amazonas, son los grupos culturales que marcarían la pauta en el proceso de transformación identitaria que se empezó a vivir desde la segunda mitad del siglo XX con el avance del mestizaje.

A San Andrés migraron en su mayoría comerciantes urbanos, tras las ventajas que encontraban en las excepciones aduaneras de Puerto Libre que se instauraron desde 1954 durante la dictadura de Rojas Pinilla; al Amazonas migraron en su mayoría campesinos intrépidos, que en busca del sueño de poseer una porción de tierra, o un negocio propio, fueron empujados por sueños de “bonanza”, como las caucherías, las pieles, o la coca.   

Actualmente, estos dos grupos presentan notables diferencias y semejanzas en su relación con los pobladores llegados de otras regiones. El agudo conflicto entre la identidad raizal sanandresana y la continental, contrasta con las relaciones aparentemente más cordiales entre colonos e indígenas amazónicos. En ambos lados hay tensiones y luchas políticas. La migración descontrolada a las islas, generó un desplazamiento de los raizales del norte de la isla hacia el sur, abriéndole paso a la construcción de la ciudad. Actualmente, las tensiones entre raizales y pañas han llegado hasta el punto de proponer que se relocalice a mucha población venida del continente. Por su parte, muchos colonos que migraron al Amazonas, con el impulso patriótico de estar cumpliendo una misión de soberanía en un territorio inhóspito y difícil, también se hicieron dueños de extensas propiedades y negocios. Los valores de la colombianización, representaron alteraciones ecológicas y paisajistas importantes en el ecosistema amazónico e insular, estos valores no solo se han venido mezclando con las cosmovisiones locales, sino que también han sido el caldo de cultivo de agudos conflictos interetnicos.  

Las relaciones sociales y políticas entre una cultura mestiza (desblanqueada y desindigenizada), católica e hispanohablante, y las poblaciones de raizales sanandresanos e indígenas del amazonas varía según las relaciones de producción entre un estamento y otro. Por ambos lados nos encontramos con grupos sociales que vivieron en distinto grado la esclavización. Mientras en la Amazonia los indígenas vivieron por miles de años por fuera del sistema colonial y no fueron tan abruptamente deportados de su territorio, en las islas nos encontramos con una población de origen africano que padeció la esclavitud por los ingleses y los españoles. Los indígenas, aunque también han vivido la esclavitud bajo las caucherías, las características del territorio permitieron que grupos considerables pudieran mantenerse a salvo del sistema extractivista y colonial empleado por la casa Arana.

3.         Las luchas sociales por el reconocimiento y el territorio.

Hoy en día, la importancia de estas dos regiones radica principalmente en su riqueza y diversidad de recursos. Las políticas económicas y ambientales del gobierno, han visualizado estas regiones como áreas de conservación por un lado, y por otro, como reserva de recursos forestales, combustibles, minerales y pesqueros. Esta situación los ha hecho un constante escenario de objeto de políticas de conservación y explotación, contradicción que ha tenido su efecto sobre la economía y cultura de sus habitantes.

Actualmente, la Amazonia colombiana es la región con mayor número de hectáreas entre resguardos y parque naturales, y el archipiélago de San Andrés es reconocido como reserva Sea Flower de la Biósfera. Estas acciones conservacionistas apoyadas por protocolos internacionales son apenas recientes, pues históricamente los diferentes ciclos de la economía extractiva han sido la constante en la vida de los isleños y amazonenses. La entrada de grandes capitales e inversiones no se han traducido en inversiones locales, ni una mayor participación de la población local en la estructura económica. 

La población isleña e indígena, están en el meollo de una crisis existencial tras las continuas luchas por reconocimiento. En estos escenarios han tenido lugar procesos de construcción identitaria que la Constitución Política de 1991 consagra hoy en día como el derecho de los pueblos indígenas y comunidades negras, a forjar su destino con respeto a las diferencias. Las voces de reclamos al Estado no se han hecho esperar: reivindicaciones territoriales, políticas, culturales son instrumentos de lucha que muchas veces se convierten en estrategias deliberadas por atención y recursos.

El principal elemento de conflicto que ha enfrentado a las poblaciones locales con el poder central es el reconocimiento de su identidad. Si entendemos como identidad los elementos culturales que definen a una población como la lengua, la raza, y las creencias, vemos que las comunidades indígenas y raizales detentan una lengua diferente al español, conservan creencias propias y además, son territorios a donde a diferencia del resto del territorio nacional, la iglesia católica no es la más populosa, teniendo mayor presencia una diversidad de iglesias protestantes. Estos elementos han configurado culturas con un ethos y modos de actuar propios.

Pero la identidad, a la vez que se define como diferencia, también se recompone en un nuevo contexto. Los procesos actuales de recomposición y escisión identitaria (De La Cruz; 2012: 118) que han tenido lugar en el Archipiélago de San Andrés y el Trapecio Amazónico, se caracterizan por una agudización del discurso que busca afanosamente crear una frontera entre lo propio y lo de afuera. Esta necesidad no solo nace como consecuencia de mayores derechos contemplados por el Estado a las minorías, sino también hace parte de un proceso interno fundamental de todo pueblo a definir los códigos culturales sobre los cuales las comunidades deciden sobre su destino.

Estas redefiniciones de la identidad que se viven en estas regiones, también se erigen sobre una sociedad de mercado cada vez más invasiva. El discurso endogenista se vuelve muchas veces más un instrumento para lograr puestos políticos, o beneficios económicos. Esta etnicidad Gros y Ochoa (1998: 2) la definen como:

 “parte de la construcción de una identidad genérica que, lejos de reflejar un rechazo a la modernidad y un repliegue comunitario, se presentaría como un "recurso" accesible y fuertemente instrumentalizado, en pro de una integración en el corazón de las sociedades que recientemente han llegado a reconocer su carácter multiétnico y pluricultural”.
El Trapecio amazónico y las islas son escenario hoy en día de una creciente actividad turística. Este continuo contacto con personas que llegan de paso y quieren llevarse algún recuerdo de un lugar exótico, ha tenido efectos importantes en la cultura local. Los nuevos modelos del desarrollo vienen favoreciendo en las comunidades alternativas comerciales en la que lo cultural represente un mayor valor agregado: las artesanías, el ecoturismo, la música, el baile tradicional, la comida típica, entre otros, son algunos de los renglones que se estimulan. Estas actividades a pesar de constituir importantes alternativas para el desarrollo propio y una menor dependencia frente al mercado como mano de obra, trae contradicciones al interior de las comunidades, enfrentando la necesidad de mostrar y vender una cultura, a la necesidad de vivirla sin necesidad de dinero a cambio.

Vale la pena resaltar, que en estos escenarios, a donde la cultura teatral se viene abriendo paso, es también fuerte la presencia de proyectos promovidos por agencias internacionales. Los actores institucionales, en su afán de buscar alternativas productivas para las poblaciones locales y en proteger los sistemas tradicionales de producción, abren paso a una especie de fosilización discursiva de la cultura. Llama la atención como el concepto monolítico de cultura  se reproduce bajo la mirada de los proyectos de las organizaciones ambientalistas, académicas y ONG (De La Cruz, 2012: 4). La identidad como un campo cerrado, y claramente diferenciado de lo otro, ha hecho de la memoria un discurso que se predica con nostalgia e idealidad, pero que muchas veces no se practica en la vida cotidiana, resultando en un concepto fosilizado de cultura, que se gesta en las fronteras del poder político e ideológico.

A pesar de las muchas corrientes que tratan de redefinir lo “identitario”, sigue siendo algo que se asocia más al indio, al raizal, al aborigen. En la mente de muchos turistas que visitan estas regiones, la identidad no es más que un espectáculo que se consume, erosionando la sacralidad del ritual y remplazándolo por un acto teatral. En las comunidades indígenas y raizales, los procesos de construcción identitaria se han visto fuertemente influenciadas por esta apreciación de cultura fosilizada y mercantilizada, desplazando el real poder simbólico de la tradición.  

Algunos fenómenos tan aplastantes como la expansión de la sociedad de consumo, no pueden ser tampoco motivo de creer que el final de las comunidades de San Andrés y el Trapecio es el remplazo de un sistema cultural tradicional, sagrado, propio, por otro moderno, desespiritualizado e impostado. Afortunadamente la historia no es nunca lineal, y siempre sorprende con respuestas inesperadas. La identidad, no es un concepto abstracto que nace de la nada, sino algo vivo por las personas y comunidades. Como todo ser vivo, puede cambiar, mutar y adaptarse a nuevas circunstancias.

Los sanandresanos y amazonenses, sean indígenas, raizales, mestizo o blancos, a diferencia de otros tiempos en que imperaba un esencialismo antropológico, maniatado y poco realista, que hablaba de su vida como si fueran estereotipos, cuentan hoy con el privilegio de reconocerse y aceptarse como son. Para muchos que hemos tenido la oportunidad de vivir en estos territorios, podemos aseverar que son regiones más cosmopolitas y abiertas, que las mismas metrópolis que los sujetan económica y culturalmente. Para toda identidad siempre llega la oportunidad histórica de mirarse a si mismos, pero lo más importante es que no existe identidad sin voluntad, y solo cuando se entiende esto como una decisión, y no una imposición, el presente está a favor, y no en contra de su destino. 

Bibliografía:

Acosta L.; García I.; Mendoza D.; (2008) “Hacerlo amanecer: una experiencia participativa en la construcción de procesos de etnodesarrollo con pueblos indígenas en la Amazonia colombiana”. Revista Colombia amazónica. Numero 1. Sinchi.
Asociación de autoridades tradicionales de Tarapacá Amazonas, Asoaintam. (2008) “Plan de Vida de los Cabildos Uitoto, Tikuna. Bora, Kokama e Inga de Asoaintam”. Tarapacá.
Christian Gross y Ángela Ochoa. (1998) “Identidades indias, identidades nuevas. Algunas reflexiones a partir del caso colombiano”. Revista Mexicana de Sociología Vol. 60, No. 4. En: http://www.bdigital.unal.edu.co/7294/1/pablodelacruznassar.2012.pdf
De La Cruz, P. (2012) “La crisis ecológica: entre lo apologético y lo apocalíptico del creer”. (Pendiente por publicar en la Revista Humanitas de la Universidad Javeriana)
De La Cruz, P. (2012) “Reflexiones en torno al pensamiento ambiental y la crisis del racionalismo científico.” Revista Colombiana de Sociología Vol 35, N° 1.
Guerrero L. M. 2005.  “Relaciones de producción y lógica productiva de los productores agropecuarios de San Andrés Isla”. Tesis de Grado. Universidad Nacional de Colombia. San Andrés.
Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas SINCHI; (2007) “Conocimiento local y dialogo de saberes”. En: Plan Estratégico 2003 – 2017 “Investigación para la construcción del desarrollo sostenible en la Amazonia colombiana”. Documento rector de política con pueblos indígenas en la Amazonia colombiana. Leticia.
Ratter, B. 2001. “Redes Caribes, San Andrés y Providencia y las islas Caimán: entre la integración económica mundial y la autonomía cultural regional.” Universidad Nacional de Colombia. Ed. Unibiblos. Bogotá.
Sandner, G; (2003) “Centroamérica y el Caribe Occidental”. Universidad Nacional de Colombia. Sede San Andrés. 


jueves, 4 de octubre de 2012

La crisis ecológica: entre lo apologético y lo apocalíptico del creer.



Me siento trabajando para el bien y el mal”, nos dijo Federico, un ingeniero civil que trabaja haciendo los estudios previos para una hidroeléctrica que se construiría desviando el río Ranchería en el departamento de la Guajira (Colombia). “La consulta previa a los indígenas no lo permitirá, los Wayuu son pescadores… es obvio que no permitirán que eso pase, ojala no pase”, agregó Federico con el corazón constreñido, reflejando el mismo desasosiego que podría sentir un indígena Wayuu, o cualquier ciudadano al conocer la magnitud ecológica de lo que implica desviar un río. El proyecto es financiado por las multinacionales que detentan la explotación del Cerrejón, la mina a cielo abierto más grande del mundo.
“No quiero ser opositor a la construcción de la hidroeléctrica, pues traería beneficios, pero tampoco quiero ser partícipe de desplazar pueblos que necesitan del río para comer”. Federico aprovechaba para desahogarse, pues la mayor parte del tiempo prefiere no “pensar en voz alta”. Algo lo incomoda, una encrucijada lo confronta con sus valores, aspiraciones, e ideales.
Así por convicciones Federico renuncie a su trabajo, el capitalismo nunca será incrédulo, y siempre tendrá una empresa, o un profesional, dispuesto a vender su ingenio y su tiempo a nombre de un esperanzador “desarrollo”. ¿Por qué entonces Federico decidiría renunciar si alguien más vendría y haría su trabajo? ¿Cuáles son las manifestaciones del creer que subyacen a la crisis ecológica? ¿Cuál es el sentido escatológico de los discursos que vaticinan un colapso global? ¿Qué papel juega la economía verde, y las nuevas configuraciones de la identidad en los discursos apocalípticos y apologéticos sobre la crisis ecológica? ¿Cuál será la decisión de Federico?
En el presente ensayo reflexionaremos alrededor de la economía verde y las nuevas manifestaciones de la identidad como fenómenos sociales ligados a la crisis ecológica, configurados sobre discursos científicos o religiosos, en los cuales subyace una ideología que se puede analizar a la luz de lo apologético y lo apocalíptico del creer. En este terreno de opiniones, remolinos y trampas, hay un discurso ambiental o ecologista, que contiene también un tono revelacionista y que no se conforma con la racionalidad científica o las promesas por la vida eterna. La trascendentalidad de las promesas se confunde con las razones, provocando un choque de paradigmas que se debaten entre las corrientes apocalípticas y apologéticas. Las primeras asumen la destrucción de los recursos naturales como el camino que está llevando a la humanidad a una lucha de todos contra todos, y las segundas asumen que este es solo un ciclo que debe tener un punto de inflexión, cuando la revonversión tecnológica, o la toma de conciencia, generen el cambio para que la humanidad logre adaptarse y revertir esta situación.
Ambas corrientes configuran sus discursos sobre la crisis ecológica y cuestionan las posibilidades adaptativas del ser humano a ambientes degradados. Su origen está en la raíz de las preguntas existenciales, preguntas tan antiguas como la misma humanidad, y que en su escape y en su búsqueda  se obliga a la razón a creer en lo que no ve, y a la esperanza a sustentarse en lo visible. Es una cuestión que está volcando al ser humano en una búsqueda de respuestas, en donde es posible navegar entre el esoterismo y la ciencia sin restricciones. La naturaleza hoy más que nunca está siendo redescubierta, preguntada, sacralizada, en un terreno que cuestiona necesariamente la separación entre cuerpo y espíritu.
Esperanzas y desesperanzas ecológicas.
Es imposible reflexionar en la vida sin hacerlo en la muerte. Así mismo, para reflexionar sobre la esperanza es imperativo afrontar el pesimismo. En todas las culturas y civilizaciones que han constituido sistemas religiosos y de pensamiento, yace siempre una imagen sobre el fin de la vida, bien sea como un fin en sí mismo, o como el principio de la vida eterna. 
La situación ecológica del planeta, está acarreando para muchos fuertes visiones pesimistas hacia la viabilidad de la vida humana. Al parecer, el rol de los esperanzadores solo puede existir tras una revelación personal. Para que la “esperanza” sea ella misma, y no una impostora, debe aprender a creer en lo que no ve, porque los ojos ven ciudades contaminadas, bosques acabados, clases sociales opulentas consumiendo más de lo que necesitan, y personas mendigando en las calles. Esta situación no es fácil de afrontar para nadie, de alguna manera todos estamos inmersos en esta bola que llamamos Tierra, viviendo el mismo instante de tiempo. Nadie esta antes y tampoco después, “todos venimos y vamos para el mismo lado” dice el sabio adagio popular. 
Lo anterior parece una verdad revelada, pero por cautela epistemológica, prefiero asumir que la historia humana no es precisamente un constructo de “verdades”, y la verdad revelada solo puede estar en el espíritu que está en todo y en todos. Aquí hablaremos sobre discursos sociales, desde ahí, haremos un intento explicativo y comprensivo sobre las diferentes corrientes que mueven las mareas de la actual crisis ecológica, evidenciando los valores y recursos ideológicos que estos discursos bombardean al universo mediático.
Algunos de estos recursos se sumergen en lo profundo de las cosas del espíritu, justificándose en fuentes religiosas. Pueden ser tomados al pie de la letra, o tan solo prestados para referirse al calentamiento global como una señal del “fin de la humanidad” o el “día del Juicio”. Por su parte otros, en un estado de cierta rebeldía contra las verdades totalizadoras, prefieren confiar más en los métodos científicos para sacar  conclusiones: midiendo, contando y mostrando tendencias que se ajusten o no, a las hipótesis centrales que relacionan a la sociedad con los ecosistemas.
Pero en medio de estas dos tipologías opuestas entre religiosos y científicos, están todas aquellas que se construyen mediante prácticas sociales y configuran sus propias referencias explicativas, tejiendo un entramado social bastante amplio para asumir de algún modo las alarmas que la sociedad prende para alertar un desastre ecológico inminente. En este campo, preguntas a fenómenos sociales pueden responderse sobre principios universales, sin redundar mucho en la explicación sociológica o antropológica. O también las cuestiones espirituales son tratadas con lupa por los métodos científicos, como manifestaciones de la materia y la energía.
La vida cotidiana puede no tener mucho que ver con las grandes discusiones de los paradigmas, tan solo transcurre, y no se detiene a pensar porque pasa lo que pasa. Pero a la hora de explicarse el mundo que percibe como uno, necesariamente se pregunta quién es, de donde viene y para donde va. Estas preguntas sitúan a la naturaleza frente al hombre y al hombre frente a la naturaleza, van a constituir los habitus ecologicos, mueven intereses, crean realidades y se rutinizan sobre la cotidianidad del día a día.
La producción de sentido sobre la relación del sujeto frente a la naturaleza no es exclusiva de los discursos científicos, ni de los profetas ecológicos. Los valores que se consideran legítimos dentro de la vida social, son también relativizados y subvertidos dependiendo de sus contextos sociales, y pueden llegar a producir sus propias teorías. Las posiciones dentro del campo no están necesariamente ligadas a una figura universal, aunque puedan tomar de una y de la otra. Los discursos legítimos, aunque opuestos entre sí, operan como recursos de sentido social, o como referentes ligados a una filosofía escatológica de la historia, que según Bourdieu (1990; p. 58) da sentido, explica, o incluso pone orden y asigna fines.
En el artículo “Reflexiones ambientales entorno al pensamiento ambiental y la crisis del racionalismo científico” (De La Cruz; p. 2012), publicado en la Revista Colombiana de Sociología,  buscábamos llamar la atención sobre como desde otros discursos místicos, espirituales o esotéricos, “el mundo se inventa desde otros espacios con modos de hacer y pensar muy distintos a los formales, espacios donde confluyen naturalmente las sinergias suficientes para transformar el mundo más rápido de lo que se demora la ciencia tratando de explicarlo”, haciendo referencia a “fenómenos sociales ligados a una reecologización de la vida, que involucran a la naturaleza de manera más metafórica que racionalista”.  (De La Cruz, P, 2012, p. 26)  
Pero el despertamiento ecológico de la sociedad que se asume desde esta visión, no es tan revolucionario como lo quisieran los más idealistas. Esto puede obedecer también a una adaptación de las formas sociales a un “capitalismo ecológico”, o a una identidad ecológica como “una cosmovisión salvadora del mundo de la vida” (Rodríguez, R; 2010, p. 113). Lo ecológico se convierte en una matriz a donde se construyen las prácticas sociales, un referente sagrado que desplaza las esperanzas del mercado y el capitalismo salvaje.
Las contradicciones sociales dan cuenta de un espacio simbólico lleno de pluralismos, marcado por diferencias sociales que se disputan la legitimidad de sus “certezas”, un campo de poder y toma de posición (Bourdieu; 2005 p. 152). Esto es lo que Bourdieu analiza como una lucha donde se mezclan estratégicamente el interés por los “bienes temporales” y los “bienes espirituales”, donde la “analogía con la religión no es artificial: en efecto, en los dos casos, de la inmanencia de las luchas interesadas surge la mas indiscutible trascendencia con respecto a los intereses estrictamente temporales” (Bourdieu, 1988, p. 319), luchas que construyen un imaginario ecológico de discursos sociales que ligan al hombre y a la naturaleza con sus propios fines.
Lo apologético y lo apocalíptico:
En este campo, podemos diferenciar varios discursos, que se diferencian tanto en sus medios como en sus fines, discursos que pueden ser analizados a la luz de lo apologético y lo apocalíptico. Cuando nos referimos a una visión apologética hacemos referencia a un camino positivo, a una historia que se escribe como un encuentro triunfal, con diferentes grados de justificación hacia una “raza superior” o al encuentro del “reino de Dios”. Mientras tanto, lo apocalíptico es una historia que se escribe desde la visión del dominado, denuncia la injusticia y vaticina el “fin de la historia”, el colapso ecológico o el juicio final de una manera repentina.
Para la primera, no está pasando nada más que la misma evolución del universo, contra la cual la razón humana no puede hacer nada, ya que su curso obedece a las leyes de la evolución de la vida. Para estos, el calentamiento global no es el resultado de la acción del hombre sobre la naturaleza, sino mas bien, lo inscriben como un epifenómeno perfectamente concebible dentro de los ciclos de calentamiento y glaciación que ha tenido la tierra en ciclos de miles, y millones de años.
En contraste, las visiones apocalípticas tratan al hombre como dotado de libre albedrío y directo responsable del calentamiento global. Para estos, aunque el sentido profético está inscrito en un sistema más amplio de creencias, como el apocalipsis, el marxismo ecológico, o las profecías mayas, el fin último es inescrutable. Aquí, el problema ecológico es un asunto de “salvación”, que así no se realice a nivel colectivo, si puede ser individual y en pequeños grupos. En esta tipología se incluyen los que por ejemplo consideran el calentamiento global como  una consecuencia de las emisiones de gases por las actividades industriales[1].
Para Hervieu Legere (1982; p. 51), los movimientos comunitarios apocalípticos se apoyan a menudo sobre el trabajo de economistas o de especialistas de las ciencias ambientales, que ponen el acento en los callejones sin salida sobre los cuales la sociedad moderna se ha encerrado en el imperialismo del valor. Esta aproximación racionalizante agudiza aun mas su sentimiento de culpabilidad y transgresión, sentimiento que funda la conciencia propiamente apocalíptica de un inminente juicio ligado a la ruptura brutal del curso de la historia.
Esta dimensión tipológica, no pretende, en ningún momento, ser una categoría a priori de lo que es la realidad, sino por el contrario, busca dar cuenta sobre las diferencias y conexiones en la práctica que puedan tener distintos fenómenos sociales ligados a la ecologización del creer.
Aunque la necesidad de prender las alarmas es quizá una opinión compartida de las visiones apocalípticas y apologéticas, estas no se prenden de la misma forma. Según la teoría del caos, pequeñas alteraciones en los ecosistemas causa grandes cambios en fenómenos más amplios como el calentamiento de los océanos, pero para muchos científicos esto no puede ser tomado a la ligera. Para Pardo (2012) “es muy difícil probar hasta qué punto nuestras emisiones pueden provocar un aumento sostenido de la temperatura, incluso si se quemara todo el petróleo que queda en el mundo”.
Para Pardo (2012), “las actividades humanas por ahora no determinan las tendencias de la temperatura en el planeta”. Esas tendencias y variaciones en las temperaturas “responden a ciclos naturales que dependen de la actividad solar y ciclos locales a diferentes escalas. De hecho, la temperatura global ha sufrido un descenso desde el año 2000, y es probable que esta tendencia a la baja se mantenga”. Según Pardo “es un tema muy complicado, porque eso de ver el futuro en una bola de cristal está sujeto a modelos que, no han tomado todas las variables involucradas y tampoco se basan en series de datos lo suficientemente largas o de cobertura global. Disminuir la contaminación derivada del petróleo, no debe responder a algo tan vago, sino al hecho irrefutable de que estamos envenenando el aire, el agua y todos los ecosistemas, tanto con las emisiones como con los subproductos del petróleo. Lo otro es más político y esotérico que científico.”[2]
Para la sociología de la ciencia cualquier conocimiento debe ser tratado como conocimiento de investigación, según Merton (Citado por Bourdieu, 1997; p. 87) “la ciencia ha de plantearse en su relación con el cosmos social en la que está inmersa por una parte y por otra con el universo científico, mundo dotado de reglas de funcionamiento propias, que hay que describir y analizar”. Cualquier análisis que confronte las razones ambientales de la crisis ecológica resulta inoficioso si no se es honesto en hacer explicito cuales son las apuestas de los actores en cuestión, aquí la razón no es un asunto puramente lógico, sino también una posición subjetiva, donde el creer se confunde con el poder.
La vida como creación, evolución, parte de un espíritu o una cosmogénesis son referentes que permanecen como sentido de unidad. A pesar de esto, los discursos se atreven a contradecirse los unos a los otros. Pero ninguno es capaz de asumir que la crisis ecológica es un mero capricho sino, sea haciendo uso de las artes mágicas, de la ciencia explicativa o la chamanería, se intenta dar sentido manifiesto a un fenómeno natural o social.
El dilema quizá puede empezar cuando las contradicciones sociales generan fracciones tan diferentes, que se generan visiones opuestas, y esto es lo paradójico de la ecología, y la relevancia de la pregunta de si el ser humano es o no es parte de la misma naturaleza que comprendemos como el reino vegetal y animal. La teoría política y la economía marxista están llenas de estas disputas, pero quizá, en donde son más visibles es en el campo religioso. Una historia de las creencias ecológicas, solo podría justificarse si se logra demostrar que el creer traspasa la manera como nos relacionamos con la naturaleza y la transformamos, en un ejercicio reflexivo que busque desnaturalizar las creencias que justamente se viven como naturales.
Sanabria (2007; pág. 63) analiza como “las creencias sociales, aunque parezcan “certezas”, son más bien “ilusiones bien fundadas” (…), estas “certezas” logran movilizar ritos sociales que “consagran e instituyen a quienes de ellas participan, obligando a hacer lo que hay que hacer, lo que debe ser conforme a una función, a la entrada en un juego, a jugar el juego, a sostener la ficción”. Las ciencias ambientales, que con la bandera de la transdisciplinariedad prometen generar análisis objetivos, tarde o temprano tropiezan con esto, y sea por omisión o plena intención, siempre deben preguntarse por lo subjetivo. No pueden pasar por alto, que su acto científico también es un “acto de creer”, o una ficción social de consecuencias éticas.
Para nadie es un misterio que existe un combate por la definición del problema ambiental, lucha que se libra más en el campo de las opiniones que de las mismas ideas. Solo en los medios científicos más conservadores puede darse quizá una confrontación de hipótesis, modelos de probabilidad e inferencias que sea tomada como seria. En el campo de la opinión la cosa se toma de manera más “vulgar”, dejando la sensación de estar en un medio hostil y rapaz, donde la disputa por la legitimidad a usufructuar los millones de dólares que se destinan para la investigación y la reconversión tecnológica ha favorecido un cierto nihilismo científico.
Y no es para menos, si tenemos en cuenta los montos entregados por las organizaciones internacionales a diferentes organismos de cooperación para la ejecución de proyectos, la mayoría de ellos en los países llamados “subdesarrollados”. Lo ecológico se resuelve con no creer en nada, o más bien, creerlo todo, que es igual. Si en los mismos órganos científicos existen bifurcaciones infranqueables por la vía de la razón (o el creer), mas aun se ha de esperar en la organización política, para quienes los argumentos científicos no son más que un recurso accesorio, cómplices de su ideología, con el cual se negocia en una especie de centro comercial de los argumentos.
Economía verde o “verde que te quiero verde”.
Los discursos ecológicos de la economía verde varían según los que consideran que el curso natural del capitalismo será capaz de internalizar los costos ecológicos de producción y adaptarse a los ciclos naturales, y los que en cambio, consideran que el capitalismo como sistema es totalmente contrario a los sistemas ecológicos.  Mientras los primeros cuestionan principalmente la insostenibilidad de los procesos industriales, los segundos cuestionan el consumismo, como la raíz del problema y lo declaran incapaz de adaptarse a la inminente escasez de recursos naturales que se avecina.
La economía verde hace constante referencia a la “sostenibilidad” como referente de unidad, tótem sagrado hacia donde se deben dirigir todas las veneraciones de la nueva producción. O’Connor (2000) señala que la “sostenibilidad” es una cuestión ideológica y política, antes que un problema ecológico y económico, según este: “Esto lleva a muchas personas a hablar y escribir acerca de la “sostenibilidad”: la palabra puede ser utilizada para significar casi cualquier cosa que uno desee, lo que constituye parte de su atractivo.”
La sociedad de mercado vende la economía verde como la gran solución, hace suponer que manteniendo los mismos niveles de consumo pero con productos con sello verde es posible detener la contaminación por desechos sólidos. Sus principales estrategias están en la promoción y adopción de una “moda verde”, lo que en pocas palabras quiere decir que ayudar al medio ambiente es ser “el mismo”, pero vestido de “verde”, lo que parecen más bien síntomas de una sociedad que busca en el mismo consumo, pero ahora vestido de verde, la misma satisfacción siempre indeseada.
Para el cálculo económico nada es imposible de cuantificar. A donde se creyó que nunca llegarían la internalización de los costos de producción (como a los bienes y servicios ecológicos: acceso al paisaje, al aire limpio), estos ya llegaron. Lo que irónicamente hizo saber al mundo una reconocida tarjeta de crédito como: “Hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás existe Master Card”, será el lema que mejor explique porque el cálculo económico es capaz de internalizar los costos de producción y hablar de capitalismo “sostenible”, como dándole una satisfacción al medio ambiente, pero aun así, queriéndoselo devorar.
Todo indica que no solo el aire, el bosque, la tierra, el agua, la contemplación, la respiración, sino también la identidad, son aptos para ocupar las vitrinas de los centros comerciales. Pero seguramente la cuestión va más allá, y es más urgente de lo que parece, porque a pesar de ser conscientes del  problema, el estilo de vida occidental se sigue reproduciendo de manera insostenible. Los más pesimistas podrían pensar que la lógica del individualismo, la avaricia, (greed en inglés) está tomando ventaja sobre la ayuda mutua. Como en una película futurista en donde las dimensiones materiales del deseo han sometido a la conciencia de la vida; sea cual sea el resultado, los humanos están en medio, como luchando contra fuerzas suprahumanas. Menos mal eso solo pasa en las películas.
Pero quizá algo de estas películas si pueda estar de acuerdo con nuestra realidad, y es que los ecosistemas están evidenciando impactos ecológicos imposibles de revertir. A pesar de los esfuerzos de la economía ecológica por medir las externalidades de manera diferenciada y establecer medidas compensatorias, el avance de la destrucción ecológica se da de manera mucho más rápida de la que la ciencia y la economía se demoran en entenderla. La cuestión ecológica ya no es de retorica, aunque sí lo es, pues lo que se dice no es lo que es, y lo sabemos todos: no le estamos devolviendo a la naturaleza, ni a la vida, la misma cantidad de energía que tomamos de ella.
Identidades ecológicas y la fosilización de la cultura.
Los tiempos están cambiando, y como producto del mismo desencanto producido por la revolución tecnológica, se está asistiendo a una necesidad de encontrar lo perdido. Lo que Patricia Noguera (2004 , p. 22) describe como un reencantamiento del mundo, en “que la voz misteriosa del mundo como vida, como ser en despliegue, como perpetua aurora y crepúsculo, pueda ser escuchada”. Lo describe como un proceso a dejar de lado los esquemas rígidos de la ciencia, en un intento parecido como el que se empezó a vivir tras el renacimiento, cuando se desplazaron los centros de sentido que las instituciones religiosas monopolizaron durante años.
El siglo XXI, no solo representa un nuevo milenio en el calendario gregoriano, también se habla del comienzo de la edad de Acuario, del fin de un ciclo de 5132 años según el calendario Maya, del fin de la Historia y el comienzo de la posthistoria, donde se han abierto espacios para la circulación, intercambio, renovación y nuevas elecciones de creencias. Llama la atención el auge con el que emergen los nuevos movimientos comunitarios, entre los cuales se busca un sentido de pertenencia a través de una nueva espiritualidad, una recomposición identitaria, o una salvación ecológica. Fenómenos como la permeación creciente del espiritualismo oriental en occidente, y las expresiones ascéticas comunitarias del cristianismo primitivo, representados en movimientos rurales, donde la naturaleza mantiene su referente de pureza.
Los movimientos sociales que adoptan el ecologismo como parte de su identidad, relativizan los viejos valores, y buscan identificarse en un contexto donde se promueven nuevos creeres y se valora lo “tradicional”.  La identidad y la naturaleza se funden como esquemas inmutables, alrededor de un discurso endogenista que promueve la importancia de proteger los sistemas tradicionales de producción, y con esto, el conocimiento y la cultura indígena, campesina, o aborigen, porque se les considera sostenibles para el medio ambiente.
Desde los organismos gubernamentales y no gubernamentales, se sigue reproduciendo un concepto monolítico de la identidad, favorecido por la necesidad de las comunidades minoritarias de demostrar su diferencia, para acceder a derechos de igualdad. Esto obedece al interés de los movimientos ecologistas de revalorar la cultura tradicional como un sistema ideal de harmonía con la naturaleza, en contraposición a los valores de la sociedad industrial. Un concepto monolítico de cultura  que se reproduce bajo la mirada occidental de los proyectos de las organizaciones ambientalistas y académicas. La tendencia a considerar lo cultural como un campo cerrado, claramente diferenciado de lo “otro”, un concepto fosilizado de cultura, gestado en las fronteras del poder político, ideológico y científico.
Los procesos identitarios se construyen en universos simbólicos plagados de discursos: el calentamiento global, la crisis ecológica, la descentralización del poder, son, entre otros, influencias globales con manifestaciones locales. Pero más allá de esto, las manifestaciones sociales entorno a la crisis ecológica toman dimensiones casi religiosas. La adopción de lo ecológico como fuente de creencias asoma como respuesta al inconformismo producido por las grandes religiones y los grandes paradigmas de la ciencia, fuentes que agotaron su emanación mágica de sentido existencial, pero que también se renuevan en una diversidad de creeres y nuevas identidades.
La búsqueda del milagro, la visión espiritual, el dialogo con las plantas, el testimonio de lo mágico, muchas son las formas de definir esta búsqueda de identidad. Los nuevos paradigmas emergen en la actualidad desde visiones científicas, conocimientos ancestrales, ligados a un sentido de unidad, de Gaia, en un intento de volver a vivir por fuera de los monopolios del poder espiritual y material. Sin embargo, así como el dogma religioso o el evolucionismo, contaron con sus estrategias de reproducción para monopolizar los significados legítimos, así mismo en la actualidad los medios de comunicación han tomado su lugar, detentando gran parte el control sobre los códigos legítimos de producción de sentido en las nuevas “identidades ecológicas”.
Consideraciones finales:
En el presente ensayo esbozamos algunas de las manifestaciones sociales ligadas a la crisis ecológica como manifestaciones del creer. La economía verde y las identidades ecológica constituyen fenómenos que en distintos grados asumen la naturaleza en un sentido religioso, estas nuevas configuraciones del creer, al contrario de los grandes paradigmas y religiones, resaltan una creciente individualización. Lo que en palabras de Hervieu–Léger (2012), se puede ver como una emergencia en la que la religiosidad individual “permite a los individuos (independientes con relación a los grandes sistemas religiosos instituidos), ir al contrario y producir pequeños sistemas de creencias que los deja reunir, organizar y darle sentido a sus experiencias personales (…)”[3]. 
La naturaleza ha dejado de ser esa fuente de recursos inagotables, y se viene posicionando como un referente sagrado, que mueve procesos sociales de autonomía organizativa. Vale la pena preguntarse desde una sociología del creer cuales son los axiomas ideológicos que transforman las practicas ecológicas, su relación con las estructuras de la sociedad, y hasta qué punto el creer se alimenta de los imaginarios sociales. La critica a las manifestaciones sociales alrededor de la ecología establece los discursos dominantes y las tensionalidades con los agentes, problematiza y cuestiona la disputa por el dominio de los códigos legítimos sobre la crisis ecológica. 
No hace falta ser un apocalíptico para reconocer la catástrofe ecológica en la que estamos, y tampoco un apologético para creer en algún tipo de salvación. El ser humano esta aprueba, no solo los habitantes de los países desarrollados, supuestos culpables de la crisis ecológica. También lo están las culturas aborígenes e indígenas del mundo, tan inocentes como responsables en toda esta historia. La naturaleza habla en lo profundo de cada quien, sea vaticinando el fin, o saludando un nuevo comienzo, el misterio del futuro se combina con las acciones del presente. La historia lo dirá, aunque las decisiones más que volver sobre la historia recaen en las personas, quienes a fin de cuentas deciden que creer, y deciden, que hacer. 
Bibliografía:
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Weber, M. (1989). La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Ediciones Orbis.
Weber, M; (1983) “Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva”. Fondo de cultura económica. Bogotá.


[1] Como Al Gore (2006) lo intenta demostrar en su documental “An Inconvenient Truth”.
[2] Entrevista con Mario Pardo. 2012
[3] “El mundo sin religiones: una gran mentira” Entrevista con Danièle Hervieu–Léger a UN Periódico. Febrero 13 de 2010.