sábado, 12 de junio de 2021

Bon Voyage mon Amie

A los pocos días de llegar a Concepción, resulta que en esos merodeos en los que la vida lleva conoci a quien fuera quizá una persona que ya había conocido. Apareció de puras cosas del destino en la bandeja del Facebook, en el cuadrito de “quizá conozcas”, “Jane Jones”, “0 amigos en común”. Me pareció una mujer feliz, atractiva, sexy, y reflejaba en mi aquella mirada que reconozco de personas que están ya escritas en alguna página de mi vida. Le puse “agregar”.

La revelación terminó siendo conjurada cuando me enteré de un grupo de impro que se reunía en un centro cultural de la ciudad conocido como el C3. Fui. El primer día dos chicos me dieron la bienvenida, me presenté, y se presentaron, Hermes y Marco. A los pocos segundos una chica se quitaba un gorro negro elegante y me saludaba, Cony, rápidamente y sin mucha introducción, Marco dinamizó el momento, y entró al salón otra chica, de pelo negro y sonrisa, “holi, soy Fer”. Y empezó la impro. Para la segunda sesión Marco preguntó quién quería ir a un bar a improvisar, me sonó y no dude en ir, pues era lo que realmente yo quería, al escenario y sin trucos.

Semanas después me inscribí a un taller y clase magistral de teatro con el método de Jacque Lecoq. Lo hacía Lore, una mujer artista y campesina, graduada en "la Mancha" una de las universidades mas reconocidas del mundo en dramaturgia. Con Lecoq habíamos compartido hace poco en Tarapacá, leyendo el Cuerpo Poetíco. En ese taller aprendí de Lore que el movimiento del molino es uno de los movimientos base que dice Lecoq que componen todo el universo de los movimientos. Fer fué al taller, Lore vivía en la casa de Fer, al final cruzamos una conversación: “contactémonos por face” le dije “ya estamos… Jane Jones”. 

Lo que vino luego fueron los grandes momentos del Laboratorio de Improvisación. Un laboratorio de reacciones alquímicas, locuristicas y llenas de corazones fogosos. Una banda de guerreros y guerreras que se pusieron la camiseta por hacer de los Lunes un día divertido en Concepción, una ciudad que se caracteriza más por su bohemia e intelectualidad que por su espíritu jolgorioso. Fueron horas y horas de entrenamiento, presentaciones en el Lihuen, plazas, y hasta una en Casa de Salud. Vivimos momentos de conexión y mucha inspiración, otros de desconexión, pero siempre estuvimos ahí para el otro. El grupo era una explosión de jolgorio y grandes comedias, auspiciadas por el mismísimo inventor y comandante de la nave: Marco. Secundado por talentosos y fogosos improvisadores. Cada lunes había carrete porque había impro en el Lihuen, los miercoles había carrete porque había entrenamiento, el siguiente lunes igual, y el miércoles igual. La pasamos bien.

Pasaron los meses de gloria y vinieron las implosiones y explosiones correspondientes, normales quizá en la vida de cualquier grupo, pero no tan normales si son el estallido social de 2019 y la pandemia de 2020. La maquinización de la humanidad prendió motores, e hizo que mucho de nuestras vidas migrara a la irrealidad del internet. Al principio de la pandemia, tomé una posición desafiante frente a la idea de estar encerrado y cagado del susto porque nos vamos a morir. Había que hacer todo lo contrario, encontrarse a improvisar. La idea de improvisar tomaba un carácter revolucionario. Ahora más que nunca quise improvisar, hacer arte, teatro.

Si esta impro iba a resucitar era con Fer, volver a meterle enredadera a la cosa. Con Fer unimos fuerzas para encontrarnos y entrenar casi cada semana en la UdeC, las plazas de la remo y el apartamento de Fer, en medio de cuarentenas, control policial y la hecatombe correspondiente. Tuvimos bastantes sesiones de impro, aprendí mucho de Fer, recibí su sabiduría y conocimientos.  En algunas sesiones compartimos con Cony, Marco y Hermes. Sin pretender, ni esperar nada, con la certeza de saber que reunirnos a improvisar era un motivo suficiente. Me siento feliz de haber tenido la oportunidad de compartir con Fer esta última experiencia. Y ya que me ha dicho que se va a ir a viajar, no me queda más que recurrir a estas palabras para conjurar una despedida. Bon voyage mon amie.