jueves, 21 de diciembre de 2023

Lo que proyecta el juego

Si se escribe sobre juegos debe haber un juego, y un juego por lo general, no tiene la palabra juego. Los hexágonos del tablero se parecían cada vez más a un mosaico con vacas, chagras, potreros y parches de bosque sin madera ni animales, al verlo, Juan, hizo un ademán de una persona que hace un cálculo frío, luego miro a su alrededor, Orlando había acabado de cosechar su chagra, tenía madera, animales y plata, mucha plata, sabía que eran sus últimas cinco acciones y que estaba a dos pasos de llegar a la tienda para vender el oro. A su rastro, un río contaminado con mercurio había quedado. Juan y Orlando, jóvenes leticianos, hijos de migrantes paisas y santandereanos, se habían graduado del colegio de la Naval y esperaban hasta enero viajar a Medellín y empezar estudios de ingeniería y contaduría pública. Eran amigos, amantes del ajedrez. Juan llegó a la tienda, entregó el oro por cincuenta mil pesos, para su familia estaba más que asegurada la ración de pescado, carne, yuca, plátano, madera, y cacería, la llegada a casa prometía un festín. Al recibir el dinero, sintió este un confort personal que provocó en Orlando el siguiente comentario: “huy pero quien pidió pollo”. Y aunque una que otra vez se colaba un comentario de preocupación por el estado del territorio, lo importante para Orlando y Juan durante la partida fue tener comida en demasía, plata, y la sensación de gozar de un nivel de vida acorde a sus expectativas, y al nivel del otro.