2007
Cuando el cuento escarba sobre sí mismo —decías—, en el reino de las Cucunubainas, es cuando el cuento realmente trae cuento. Escarbando en páginas anteriores se abre ante mi mente un caos de ideas venidas desde ángulos que oscilan entre cero y trescientos sesenta grados. El cuento empieza entonces a transformarse en espejo de su propio cuento.
Es posible encontrar un sinfín de fugas que hacen pensar que aquí no hay escribiente, sino más bien un “destiniente”: alguien que nunca puede fugarse de la idea de que todo es parte del mismo cuento. Por lo tanto, y en conclusión, no existe cuento que no incluya y sea incluido en otro cuento.
El cuento al que refiere el escribiente no es más que aquel que se menciona en tierras caribeñas colombianas, de donde surgió su mito más reciente: Cien años de soledad. Se refiere al suceso como algo más del cuento, y por lo tanto, le pertenece.
La vida, al fin y al cabo, no es más que una serie de cuentos que remiten al mismo cuento. Es la metáfora viviente que nos convoca a todos a vivir, desde el mismo relato, nuestro propio cuento.