sábado, 6 de octubre de 2012

Identidades ambientales, un caso comparativo entre el Trapecio amazónico y el Archipiélago de San Andrés.




Por: Pablo De La Cruz


Resumen:
Partiendo de la definición de identidad ambiental, el articulo compara los procesos de transformación identitaria en el Trapecio Amazónico colombiano y en el Archipiélago de San Andrés, como dos casos de redefinición histórica de la etnicidad con referencia al medio geográfico, al encuentro con la colombianidad, la agudización del discurso y las tensionalidades que los capitales y los agentes institucionales generan en torno a lo tradicional. Se analiza el creciente turismo, la influencia de las agencias de cooperación, y sus efectos en el desplazamiento de lo sagrado hacia una cultura teatral.
Palabras clave: Identidad ambiental, etnicidad, cultura, aislamiento, cultura teatral.

Environmental identities, a comparative case between the Amazonian Trapezium and the Archipelago of San Andrés.
Resume:
Based on the definition of environmental identity, the paper compares the processes of identity transformation in the Colombian Amazon and in the Archipelago of San Andrés, as two cases of historical redefinition of ethnicity with reference to the geographical environment, the encounter with the Colombianization, the exacerbation of discourse, and discussions about capitals and institutional agents generate around the traditional. It analyzes the growing tourism, the influence of cooperation agencies, and their effects on the displacement of the sacred into a theatrical culture.
Keywords: environmental identity, ethnicity, culture, isolation, theatrical culture.


En este artículo nos proponemos hacer una reflexión comparativa entre los procesos de transformación identitaria y su relación con el entorno natural de dos grupos disimiles en condiciones territoriales, pero con interesantísimas similitudes. Pondremos los sentidos en el Archipiélago de San Andrés, y el territorio correspondiente al Trapecio Amazónico. Este escrito se logra gracias a la experiencia de trabajo con la Universidad Nacional Sede Caribe en 2005, y con el Instituto Sinchi de 2009 a 2012.

1.         Estructuración política y ambiental.

A primera vista, el Trapecio Amazónico y el Archipiélago de San Andrés parecen no tener mucho en común, salvo que pertenecen a un mismo país: Colombia. Pero si los analizamos mas detenidamente, podemos encontrar interesantes afinidades históricas relacionadas a sus procesos de construcción de identidad ambiental, entendiendo esta como la trascendencia hacia una serie de reivindicaciones políticas y morales aceptadas como “justas” entorno al derecho de las “minorías étnicas” por apropiarse e interpretar su entorno inmediato y definir la relación entre el medio natural, y su cultura. Quizá por ser los dos extremos del territorio colombiano más alejados entre sí y del poder central, han sido regiones de construcciones identitarias propias, con características notablemente diferentes a la mayoría de la nación como el idioma, las costumbres, las creencias, la dieta, etc.

Por supuesto, todo esto tiene matices, y no solo eso, sino diferentes dimensiones. Las comunidades indígenas y raizales no solo se han hecho portadores de una identidad bastante definida y diferenciable de la cultura mestiza andina o costera, sino que también comparten su vida con colonos, militares, policías, viajeros y turistas. La migración y el continuo flujo de visitantes obedece a un proceso histórico de colonización, con diferentes fases, favorecido por políticas internas del gobierno, que han tratado de generar capitales populosas en las fronteras, como una estrategia de soberanía.

Estos territorios han sido también escenarios de disputas limítrofes. Y a diferencia de otras fronteras, son los únicos dos casos exitosos en que el Estado colombiano conservo su soberanía. En el Caribe, perdió territorio marítimo y terrestre con Venezuela y perdió la soberanía sobre el Istmo de Panamá. La soberanía sobre San Andrés la consiguió no solo por la decisión de los isleños, sino también, tras un juego de influencias con Estados Unidos de por medio.  La soberanía sobre el Archipiélago aún es reclamada por Nicaragua.

Al sur, la delimitación de la frontera amazónica estuvo marcada por  el avance y oportunismo brasilero, ante la ausencia de presencia colombiana en lo que en el papel se consideraba territorio nacional. Por su parte, la presencia peruana hacia la parte norte del rio Putumayo y hasta el Caquetá se vio favorecida por los empresarios peruanos que explotaron el caucho, lo que facilitó la avanzada del ejército peruano en 1932 y la posterior respuesta del ejército colombiano en 1934. Este conflicto constituye el principal hito histórico, en la definición de una identidad nacional en el Trapecio. 

Aunque tanto en el Trapecio como en el Archipiélago, la gran mayoría de la población se reconoce como colombiano o colombiana, el auto-reconocimiento identitario también se ve fuertemente influenciado por naciones vecinas, recurso que más de una vez ha sido empleado estratégicamente por los grupos étnicos para obtener reconocimiento, y más atención por parte del Estado. No en vano, por estos territorios han corrido fuertes rumores de separaciones y desconocimiento del poder central.

Al contexto político y a la historia económica de estas dos regiones, subyace también un elemento estructurante que los define como territorios especiales: su geografía.  Ambos son territorios rodeados de ricos ecosistemas. El mar Caribe es al Archipiélago, lo que la selva y los ríos son al Amazonas. A diferencia del habitante de la cordillera de cultura andina y agrarista, el nativo de estas dos regiones tiene a su alrededor la posibilidad de cazar o pescar. Y aunque la dependencia con los mercados es cada vez mayor, raizales e indígenas aun sostienen unas relaciones de unidad con el entorno (Guerrero; 2005: 8. ASOAINTAM; 2008: 25)

Para los ojos del foráneo, estas relaciones con el entorno se afianzan con la idea de una naturaleza salvaje. El mar y la selva son lo desconocido, territorios llenos de “demonios”, lugares de respeto y de contemplación, a donde los espíritus protectores de la naturaleza viven y gobiernan. Son extremos paganos para la “santidad” centralista. Territorios que por más de cien años desde la independencia fueron vistos como inhóspitos, poblados por pueblos “salvajes”, o en el mejor de los casos, comunidades evangelizadas por “infieles protestantes”.

Las crónicas de viajeros y exploradores reforzaron la imagen de una tierra lejana y difícil para la vida. Antes de que la aviación llegara a San Andrés, la travesía desde Cartagena estaba franqueada por el inmenso mar Caribe. Para llegar a Leticia, era aun más largo, las únicas opciones eran entrar por la desembocadura del rio Amazonas en Brasil, o desde el rio Putumayo. La selva es a la Amazonia lo que el mar al Caribe, la infinitud es imponente, no apta para todo el mundo, se requiere de valentía, y destreza para la supervivencia.
Tanto el Trapecio Amazónico como el Archipiélago de San Andrés pertenecen cada uno a una macro región de dimensiones continentales. La Amazonia suramericana, como el Caribe Insular transpasan fronteras de países, y en su interior se tejen relaciones que permiten definirlas como unidades geográficas con particularidades ecológicas y culturales comunes. Y aunque pueda pensarse que las relaciones de insularidad (Ratter, 2001: 25) solo aplican para la región Caribe, la Amazonia suramericana también funciona como una agregación de “islas”, salvo que en vez de estar distanciadas por el mar, las separa la selva, y los ríos han sido la principal vía de comunicación entre sus núcleos urbanos.    
  
A nivel del territorio nacional, la Amazonia es la región con área terrestre más grande, 477.374 km2, que representa un 41,8% del área terrestre total del país y con tan solo el 5,71% del total de la Amazonia continental (Acosta; García; Mendoza, 2008: 157). El Caribe insular es la región más pequeña con tan solo 44 km² de área terrestre, pero lo que al Caribe le falta en tierra, lo tiene en área marítima con 589.160 km², lo que corresponde a un 63% del área marítima. A pesar de estas diferencias cuantitativas en el espacio agregativo, en los dos hay una relación de aislamiento con relación a las principales ciudades del territorio nacional (Sinchi, 2007: 15; Sandner, 2003: 52). Esta sensación de aislamiento muchas veces ha sido suplida económica y culturalmente por otras metrópolis, como es el caso de Iquitos y Manaos en la Amazonia, y las ciudades del sur de Estados Unidos para San Andrés.

2.         Identidades históricas:

Mientras las islas del Caribe americano fueron escenarios de un trasplante cultural que no llega ni a los cuatro siglos, las culturas indígenas de la Amazonia tienen en el territorio, lo que tiene América de ser poblado. Es difícil asegurar que las culturas indígenas en la Amazonia ocupan actualmente sus territorios de origen, pues se sabe de los desplazamientos que estos han tenido antes y después de la llegada de los españoles. Mientras los Tikuna, la etnia mayoritaria en el Trapecio, tuvieron que esperar a que los españoles acabaran militarmente a la tribu guerrera de los omagua para poder ocupar la ribera del rio Amazonas, los colonos ingleses y las poblaciones africanas tomadas como esclavos, se asentaron después de que las enfermedades y el temor exterminaran a los indígenas Miskitos .

Desde la época de la conquista, las islas y la Amazonia han tenido que vérselas con visitas de conquistadores, aventureros, comerciantes y misioneros. A pesar que desde antes se conocía de la existencia de las islas por parte de navegantes, solo hasta 1629 se da la llegada de un grupo de puritanos ingleses a San Andrés. A mediados del siglo XVI Orellana baja desde el rio Napo hasta el rio Amazonas. La cercanía con el continente europeo y los avances en navegación, favoreció que las islas se convirtieran en lugares de asaltos y colonización. La actividad de piratas y corsarios españoles, holandeses, franceses, comerciantes de las potencias europeas fue más intensa sobre el Caribe, mientras que la penetración del Amazonas fue siempre una tarea más premeditada, a donde pocas veces ganaba el poderío militar, y más eficiencia demostraron las misiones evangelizadoras.

A mediados del siglo XVIII los españoles toman posesión de las islas, y a finales de este mismo siglo los indígenas de la Amazonia reciben las primeras visitas de buscadores de caucho. Durante el siglo XIX, mientras la naciente nación colombiana se conformaba y se veía envuelta en sus contradicciones políticas y sociales, los territorios amazónicos y del Caribe insular quedaron en su olvido, pero no en el de otros países que ya se asomaban con ínfulas imperialistas, como Brasil al sur, o Estados Unidos al norte. Este periodo puede describirse como un periodo de aislamiento para estos territorios. Ya en el siglo XX, los extremos del territorio colombiano, fueron objeto de políticas del gobierno para su control, convirtiéndose en teatros de abundante fuerza armada, y en territorio de mitos sobre conspiraciones brasileras, peruanas, o nicaragüenses. 

La necesidad de dinamizar la economía, hizo que se dieran un especial régimen de aduanas a los Puertos de San Andrés y Leticia, lo que generó un encuentro entre migrantes de diferentes caracteres marcados por su región de origen: una mezcla genética blanca, indígena y negra. Raizales y “pañas” en las islas; indígenas y colonos en el amazonas, son los grupos culturales que marcarían la pauta en el proceso de transformación identitaria que se empezó a vivir desde la segunda mitad del siglo XX con el avance del mestizaje.

A San Andrés migraron en su mayoría comerciantes urbanos, tras las ventajas que encontraban en las excepciones aduaneras de Puerto Libre que se instauraron desde 1954 durante la dictadura de Rojas Pinilla; al Amazonas migraron en su mayoría campesinos intrépidos, que en busca del sueño de poseer una porción de tierra, o un negocio propio, fueron empujados por sueños de “bonanza”, como las caucherías, las pieles, o la coca.   

Actualmente, estos dos grupos presentan notables diferencias y semejanzas en su relación con los pobladores llegados de otras regiones. El agudo conflicto entre la identidad raizal sanandresana y la continental, contrasta con las relaciones aparentemente más cordiales entre colonos e indígenas amazónicos. En ambos lados hay tensiones y luchas políticas. La migración descontrolada a las islas, generó un desplazamiento de los raizales del norte de la isla hacia el sur, abriéndole paso a la construcción de la ciudad. Actualmente, las tensiones entre raizales y pañas han llegado hasta el punto de proponer que se relocalice a mucha población venida del continente. Por su parte, muchos colonos que migraron al Amazonas, con el impulso patriótico de estar cumpliendo una misión de soberanía en un territorio inhóspito y difícil, también se hicieron dueños de extensas propiedades y negocios. Los valores de la colombianización, representaron alteraciones ecológicas y paisajistas importantes en el ecosistema amazónico e insular, estos valores no solo se han venido mezclando con las cosmovisiones locales, sino que también han sido el caldo de cultivo de agudos conflictos interetnicos.  

Las relaciones sociales y políticas entre una cultura mestiza (desblanqueada y desindigenizada), católica e hispanohablante, y las poblaciones de raizales sanandresanos e indígenas del amazonas varía según las relaciones de producción entre un estamento y otro. Por ambos lados nos encontramos con grupos sociales que vivieron en distinto grado la esclavización. Mientras en la Amazonia los indígenas vivieron por miles de años por fuera del sistema colonial y no fueron tan abruptamente deportados de su territorio, en las islas nos encontramos con una población de origen africano que padeció la esclavitud por los ingleses y los españoles. Los indígenas, aunque también han vivido la esclavitud bajo las caucherías, las características del territorio permitieron que grupos considerables pudieran mantenerse a salvo del sistema extractivista y colonial empleado por la casa Arana.

3.         Las luchas sociales por el reconocimiento y el territorio.

Hoy en día, la importancia de estas dos regiones radica principalmente en su riqueza y diversidad de recursos. Las políticas económicas y ambientales del gobierno, han visualizado estas regiones como áreas de conservación por un lado, y por otro, como reserva de recursos forestales, combustibles, minerales y pesqueros. Esta situación los ha hecho un constante escenario de objeto de políticas de conservación y explotación, contradicción que ha tenido su efecto sobre la economía y cultura de sus habitantes.

Actualmente, la Amazonia colombiana es la región con mayor número de hectáreas entre resguardos y parque naturales, y el archipiélago de San Andrés es reconocido como reserva Sea Flower de la Biósfera. Estas acciones conservacionistas apoyadas por protocolos internacionales son apenas recientes, pues históricamente los diferentes ciclos de la economía extractiva han sido la constante en la vida de los isleños y amazonenses. La entrada de grandes capitales e inversiones no se han traducido en inversiones locales, ni una mayor participación de la población local en la estructura económica. 

La población isleña e indígena, están en el meollo de una crisis existencial tras las continuas luchas por reconocimiento. En estos escenarios han tenido lugar procesos de construcción identitaria que la Constitución Política de 1991 consagra hoy en día como el derecho de los pueblos indígenas y comunidades negras, a forjar su destino con respeto a las diferencias. Las voces de reclamos al Estado no se han hecho esperar: reivindicaciones territoriales, políticas, culturales son instrumentos de lucha que muchas veces se convierten en estrategias deliberadas por atención y recursos.

El principal elemento de conflicto que ha enfrentado a las poblaciones locales con el poder central es el reconocimiento de su identidad. Si entendemos como identidad los elementos culturales que definen a una población como la lengua, la raza, y las creencias, vemos que las comunidades indígenas y raizales detentan una lengua diferente al español, conservan creencias propias y además, son territorios a donde a diferencia del resto del territorio nacional, la iglesia católica no es la más populosa, teniendo mayor presencia una diversidad de iglesias protestantes. Estos elementos han configurado culturas con un ethos y modos de actuar propios.

Pero la identidad, a la vez que se define como diferencia, también se recompone en un nuevo contexto. Los procesos actuales de recomposición y escisión identitaria (De La Cruz; 2012: 118) que han tenido lugar en el Archipiélago de San Andrés y el Trapecio Amazónico, se caracterizan por una agudización del discurso que busca afanosamente crear una frontera entre lo propio y lo de afuera. Esta necesidad no solo nace como consecuencia de mayores derechos contemplados por el Estado a las minorías, sino también hace parte de un proceso interno fundamental de todo pueblo a definir los códigos culturales sobre los cuales las comunidades deciden sobre su destino.

Estas redefiniciones de la identidad que se viven en estas regiones, también se erigen sobre una sociedad de mercado cada vez más invasiva. El discurso endogenista se vuelve muchas veces más un instrumento para lograr puestos políticos, o beneficios económicos. Esta etnicidad Gros y Ochoa (1998: 2) la definen como:

 “parte de la construcción de una identidad genérica que, lejos de reflejar un rechazo a la modernidad y un repliegue comunitario, se presentaría como un "recurso" accesible y fuertemente instrumentalizado, en pro de una integración en el corazón de las sociedades que recientemente han llegado a reconocer su carácter multiétnico y pluricultural”.
El Trapecio amazónico y las islas son escenario hoy en día de una creciente actividad turística. Este continuo contacto con personas que llegan de paso y quieren llevarse algún recuerdo de un lugar exótico, ha tenido efectos importantes en la cultura local. Los nuevos modelos del desarrollo vienen favoreciendo en las comunidades alternativas comerciales en la que lo cultural represente un mayor valor agregado: las artesanías, el ecoturismo, la música, el baile tradicional, la comida típica, entre otros, son algunos de los renglones que se estimulan. Estas actividades a pesar de constituir importantes alternativas para el desarrollo propio y una menor dependencia frente al mercado como mano de obra, trae contradicciones al interior de las comunidades, enfrentando la necesidad de mostrar y vender una cultura, a la necesidad de vivirla sin necesidad de dinero a cambio.

Vale la pena resaltar, que en estos escenarios, a donde la cultura teatral se viene abriendo paso, es también fuerte la presencia de proyectos promovidos por agencias internacionales. Los actores institucionales, en su afán de buscar alternativas productivas para las poblaciones locales y en proteger los sistemas tradicionales de producción, abren paso a una especie de fosilización discursiva de la cultura. Llama la atención como el concepto monolítico de cultura  se reproduce bajo la mirada de los proyectos de las organizaciones ambientalistas, académicas y ONG (De La Cruz, 2012: 4). La identidad como un campo cerrado, y claramente diferenciado de lo otro, ha hecho de la memoria un discurso que se predica con nostalgia e idealidad, pero que muchas veces no se practica en la vida cotidiana, resultando en un concepto fosilizado de cultura, que se gesta en las fronteras del poder político e ideológico.

A pesar de las muchas corrientes que tratan de redefinir lo “identitario”, sigue siendo algo que se asocia más al indio, al raizal, al aborigen. En la mente de muchos turistas que visitan estas regiones, la identidad no es más que un espectáculo que se consume, erosionando la sacralidad del ritual y remplazándolo por un acto teatral. En las comunidades indígenas y raizales, los procesos de construcción identitaria se han visto fuertemente influenciadas por esta apreciación de cultura fosilizada y mercantilizada, desplazando el real poder simbólico de la tradición.  

Algunos fenómenos tan aplastantes como la expansión de la sociedad de consumo, no pueden ser tampoco motivo de creer que el final de las comunidades de San Andrés y el Trapecio es el remplazo de un sistema cultural tradicional, sagrado, propio, por otro moderno, desespiritualizado e impostado. Afortunadamente la historia no es nunca lineal, y siempre sorprende con respuestas inesperadas. La identidad, no es un concepto abstracto que nace de la nada, sino algo vivo por las personas y comunidades. Como todo ser vivo, puede cambiar, mutar y adaptarse a nuevas circunstancias.

Los sanandresanos y amazonenses, sean indígenas, raizales, mestizo o blancos, a diferencia de otros tiempos en que imperaba un esencialismo antropológico, maniatado y poco realista, que hablaba de su vida como si fueran estereotipos, cuentan hoy con el privilegio de reconocerse y aceptarse como son. Para muchos que hemos tenido la oportunidad de vivir en estos territorios, podemos aseverar que son regiones más cosmopolitas y abiertas, que las mismas metrópolis que los sujetan económica y culturalmente. Para toda identidad siempre llega la oportunidad histórica de mirarse a si mismos, pero lo más importante es que no existe identidad sin voluntad, y solo cuando se entiende esto como una decisión, y no una imposición, el presente está a favor, y no en contra de su destino. 

Bibliografía:

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De La Cruz, P. (2012) “La crisis ecológica: entre lo apologético y lo apocalíptico del creer”. (Pendiente por publicar en la Revista Humanitas de la Universidad Javeriana)
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Guerrero L. M. 2005.  “Relaciones de producción y lógica productiva de los productores agropecuarios de San Andrés Isla”. Tesis de Grado. Universidad Nacional de Colombia. San Andrés.
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Ratter, B. 2001. “Redes Caribes, San Andrés y Providencia y las islas Caimán: entre la integración económica mundial y la autonomía cultural regional.” Universidad Nacional de Colombia. Ed. Unibiblos. Bogotá.
Sandner, G; (2003) “Centroamérica y el Caribe Occidental”. Universidad Nacional de Colombia. Sede San Andrés.