viernes, 17 de febrero de 2012

Tarapacá.



Tarapacá es un corregimiento ubicado en el departamento del Amazonas, en la desembocadura del rio Cotuhé sobre el rio Putumayo a 150 km de Leticia. El corregimiento de Tarapacá cuenta con una extensión de 14.000 km2 y una  población total de 2407 habitantes, los cuales se distribuyen: el 51.3% en la cabecera corregimental y el 48.7% en el área de influencia. En su territorio se encuentra el resguardo indígena Cotuhé-Putumayo,  Uitiboc, y una parte del Parque Natural Nacional Amacayacu. Por el norte se extiende desde el Parque Nacional Puré hasta el sur, donde limita con el municipio de Leticia. Hacia el occidente comprende la zona limítrofe con el Perú y el corregimiento de Puerto Arica, y hacia el oriente con el Brasil.

El área de Tarapacá es un punto fronterizo estratégico en el territorio nacional, su doble frontera con Perú y Brasil y la abundante diversidad de recursos naturales como la madera, la pesca y el oro lo hacen un territorio atractivo para pobladores que se desplazan desde el interior de Colombia, Perú y Brasil. Tarapacá es además un puerto comercial importante para cargueros que hacen la ruta Leticia Puerto Asis. Es un punto estratégico para la soberanía nacional, es la puerta de entrada del país al rio Amazonas, y la única zona exitosamente defendida por el gobierno cuando fue ocupada por el Perú en 1933.

Tarapacá tiene calles pavimentadas, con una o dos motos, un tractor, un jeep, pocas bicicletas y mucha gente a pie. Los habitantes de Tarapacá provienen de muchos lugares, la etnia mayoritaria es la Tikuna, hay Boras, Huitotos, Cocamas, andoque y ocainas. A pesar de que el territorio que ocupa hoy en día el casco urbano es territorio tradicional indígena de la etnia Tikuna, Tarapacá como pueblo tiene una conformación reciente, desde los tiempos del conflicto con el Perú, cuando empezaron a llegar militares y policías, madereros, garimperos, y aventureros que decidieron quedarse. Tarapacá es un pueblo mestizo (que no me escuchen los indígenas), es una mezcla de indígenas, colonos colombianos, procedentes del Huila, Tolima, Meta, colonos brasileros de origen portugués, y una que otro gen alemán u holandés colado desde el Brasil. El que llegue a Tarapacá con la idea de encontrar una comunidad indígena con una lengua propia y tradiciones originales se desilusiona, pero si se deja sorprender encontrará algo mejor: un nuevo mundo.

Desde el casco urbano se puede ingresar caminando al resguardo UITIBOC, a donde se encuentran tres malocas, de las etnias Bora, Tikuna y Huitoto, en este territorio tienen las chagras muchas familias indígenas del casco urbano, durante todo el año hay frutas en cosecha: piña, chontaduro, uva caimarona, entre otras, también plátano, yuca, ñame, que no pueden faltar en la dieta local. Tarapacá ofrece dos rutas de exploración fluvial, la primera por el rio Putumayo y la segunda por el rio Cotuhé; sobre el Putumayo están las comunidades indígenas de Puerto Nuevo, Puerto Huila, Puerto Tikuna y Porvenir, hay también fincas de colonos como la de Don Casanare, Eliseo y Manuel Pulgarín, la última comunidad es la de Puerto Ezequiel, comunidad religiosa formada por habitantes de diferentes regiones del país. Por el rio Cotuhé están las comunidades indígenas más tradicionales a donde se puede escuchar el Tikuna en su gran mayoría, están las comunidades de Ventura, Santa Lucia, Nueva Unión, Caña Brava, Buenos Aires y Pupuña, esta ultima siendo la más reservada a la entrada del mundo occidental, y que por obvias razón no se debe visitar sino se tiene una justificación.  

Para llegar a Tarapacá se puede hacer en avión, con vuelos semanales de la empresa Satena, en barco por los ríos Amazonas, Solimoes y Putumayo, o caminando por tres o cuatro días desde la comunidad de San Martin hasta la comunidad de Buenos Aires, y después navegando por el rio Cotuhé. Tarapacá no es un destino turístico, a diferencia de Leticia a donde llegan miles de turistas extranjeros y nacionales todos los días. En cambio a Tarapacá si llegan funcionarios de bastantes instituciones departamentales y del Estado, lo que ha constituido una especie de turismo institucional, pues obviamente nadie es tan obtuso de aprovechar un viaje a esas lejuras solo para trabajar, todos quieren pasear y experimentar un lugar que existe en la mente de muy pocos, ubicado en una zona tan estratégica e importante para el planeta pues sus bosques están bastante conservados.

Tres hojas cuelgan de un árbol.


El mundo da la vuelta y vuelve a traer lo que paso, lo que fue anunciado se cumple, lo que se presiente luego se siente, y nada es por siempre. Vi tres hojas pender del árbol en el patio de la casa, una amarilla amenazaba con caer, pero no caía; la otra verde como un olivo, se veía fuerte pegada a la rama, pero se cayó; y la última estaba seca en el suelo. En el ángulo opuesto dormía Timoteo, mi perro de Chia, él gustaba mucho de no hacer nada, o al menos así se le veía en la casa todos los días, de vez en cuando ladraba, obviamente echado. Su lugar favorito para dormir era la primera sala de la casa, lo arrullaba la música clásica que ponía mi mama, y no lo espantaba Ultrageno. Timoteo tenía una doble vida, la del perro bueno de casa, con cara de guaimarón, amable, manso, le ladraba a los extraños, aunque no muy en serio. Su otra identidad era la de Pirulo, nombre que tenia en la mal llamada calle de los diablos, el sector mas humilde del barrio 20 de Julio de Chía, contaba con una numerosa descendencia, perros a quienes le había heredado su fisionomía asalchichada y sus colores dobermanescos.

En una colina del jardín hay un niño acostado, quien salió con su walkman a matar su solitaria tarde, escucha el Dynamo de Soda Stereo y parece perderse en ensoñaciones. En el otro cuarto se escucha un narrador de fútbol, o mas bien, la voz de un niño narrando un partido de futbol, “la lleva Zidane y se la pasa a Simeone, centra al Tino, y Goycochea no puede estirarse, que golazo, la Juventus tiene tres puntos mas en la tabla”. Mientras tanto en los otros tantos metros de una casa grande no pasaba mucho, pues lo espacios se consumían en la soledad de la vida de suburbio, a donde se duerme, pero no se permanece. De la cocina salen exquisitos olores, con dos mil pesos, los alquimistas del hogar hacen verdaderos milagros.

Tres formas dibuja el cielo en verano y otras tres lo hace en invierno. Cuando el sol es brillante se puede ver una circunferencia perfecta al medio día, una media luna en las horas de la tarde, y un resplandor caer sobre el rocío de la mañana. Llueve y lo ideal se transforma en realidad, la circunferencia se deforma en nubes amorfas de tonos grises, asemeja al fin del mundo hasta que por fin abre un hueco por la tarde, y es cuando se ve la segunda, el sol sale entre nubes proyectando su rayo sobre un área muy bien delimitada, como el cielo hablando, invitando a todos a subir, cae la tarde y se vuelve a cerrar, dejando la lluvia perderse en líneas perfectas que caen contra el pasto. En el jardín, en verano o en invierno. muchas cosas se pueden jugar; futbol, tirando centros por encima del tejado; guerra de pepas de mirto; se pueden construir laberintos y poner los gusanos del árbol de hojas moradas para que busquen la salida; jugar a las escondidas por las noches; guerra de capalobos; destrozar la casa vacía del vecino; subirse a un árbol; jugar a profesión peligro (yo interpretaba a la mona, la reconocida actriz porno, pues siempre me unía cuando los personajes estaban escogidos); acampar, hacer fogata, tomar trago, invitar a la amiga a pasar la tarde, soñar, como lo hago ahora, cuando las palabras traen del recuerdo lo que pasó, definitivamente el mundo da la vuelta.

Escapé por la ventana de mi cuarto, habían rejas, y un platillo volador me llevo a dar un paseo, subimos tanto que apenas pude distinguir como se encogía la Valvanera y la peña de Juaica. La energía misteriosa, seguramente proveniente de los glifos lemurianos me mostraron un televisor y un celular para decirme cada cosa que después del viaje me iba a pasar, vi el mundo, le di la vuelta, vi la selva, permanecí en ella, vi yogurt, y me lo comí, vi armas que no dispare; vi muñecos reír, sentí burlas y mi ego estallaba, solo reconocí la soledad en un mundo que creía estar burlándose de mi. Regresé molesto, inquieto, queriendo enfrentar lo que se me había presentado. El mundo dio una vuelta, otra y así siguió, trayendo lo que fue, lo anunciado sucedió y por alguna razón he empezado a ser liberado. Todo prosiguió y por simple mamera de contarlo entonces desperté, y antes que escribirlo preferí vivirlo. Las tres hojas del árbol ya no estaban, en cambio este se veía más grande y más fuerte, pero yo ya no estaba ahí.

Quizá un cuento encuentra su mejor materia prima de los peores momentos, una palabra puede ahogar a su escritor o rescatarlo, si este escoge morir entonces muy seguramente se llevara a sus lectores, aunque este resucite y encuentre la esperanza. Anécdotas hay muchas, sentimientos encontrados y conflictos internos, un amasijo de historias que se entretejen una con otra y en la cual nos encontramos, como futbolistas, espadachines, aventureros o hermanos. Las otras fuerzas que se mueven suspiran formas que no somos, especulaciones y sueños prestados, resignaciones y frustraciones, un montón de ataduras que no dejan el espíritu ser quien es, y lo obligan, como un dominio mal intencionado, a actuar como lo que cautivo a sus ojos tras el encuentro con el Tv cable o el canal MTV, a las gafas y al analista, quien no solo acierta a decir que todo es una porquería sino que además es parte de ella, pues nada hace por ser diferente. Falsos profetas diría la escritura, como ellos nos educamos y además nos lo creímos. Pero el mundo da la vuelta, por fortuna de todos, y la libre elección está siempre esperando a ser usada, cual será entonces la correcta decisión?