jueves, 4 de octubre de 2012

La crisis ecológica: entre lo apologético y lo apocalíptico del creer.



Me siento trabajando para el bien y el mal”, nos dijo Federico, un ingeniero civil que trabaja haciendo los estudios previos para una hidroeléctrica que se construiría desviando el río Ranchería en el departamento de la Guajira (Colombia). “La consulta previa a los indígenas no lo permitirá, los Wayuu son pescadores… es obvio que no permitirán que eso pase, ojala no pase”, agregó Federico con el corazón constreñido, reflejando el mismo desasosiego que podría sentir un indígena Wayuu, o cualquier ciudadano al conocer la magnitud ecológica de lo que implica desviar un río. El proyecto es financiado por las multinacionales que detentan la explotación del Cerrejón, la mina a cielo abierto más grande del mundo.
“No quiero ser opositor a la construcción de la hidroeléctrica, pues traería beneficios, pero tampoco quiero ser partícipe de desplazar pueblos que necesitan del río para comer”. Federico aprovechaba para desahogarse, pues la mayor parte del tiempo prefiere no “pensar en voz alta”. Algo lo incomoda, una encrucijada lo confronta con sus valores, aspiraciones, e ideales.
Así por convicciones Federico renuncie a su trabajo, el capitalismo nunca será incrédulo, y siempre tendrá una empresa, o un profesional, dispuesto a vender su ingenio y su tiempo a nombre de un esperanzador “desarrollo”. ¿Por qué entonces Federico decidiría renunciar si alguien más vendría y haría su trabajo? ¿Cuáles son las manifestaciones del creer que subyacen a la crisis ecológica? ¿Cuál es el sentido escatológico de los discursos que vaticinan un colapso global? ¿Qué papel juega la economía verde, y las nuevas configuraciones de la identidad en los discursos apocalípticos y apologéticos sobre la crisis ecológica? ¿Cuál será la decisión de Federico?
En el presente ensayo reflexionaremos alrededor de la economía verde y las nuevas manifestaciones de la identidad como fenómenos sociales ligados a la crisis ecológica, configurados sobre discursos científicos o religiosos, en los cuales subyace una ideología que se puede analizar a la luz de lo apologético y lo apocalíptico del creer. En este terreno de opiniones, remolinos y trampas, hay un discurso ambiental o ecologista, que contiene también un tono revelacionista y que no se conforma con la racionalidad científica o las promesas por la vida eterna. La trascendentalidad de las promesas se confunde con las razones, provocando un choque de paradigmas que se debaten entre las corrientes apocalípticas y apologéticas. Las primeras asumen la destrucción de los recursos naturales como el camino que está llevando a la humanidad a una lucha de todos contra todos, y las segundas asumen que este es solo un ciclo que debe tener un punto de inflexión, cuando la revonversión tecnológica, o la toma de conciencia, generen el cambio para que la humanidad logre adaptarse y revertir esta situación.
Ambas corrientes configuran sus discursos sobre la crisis ecológica y cuestionan las posibilidades adaptativas del ser humano a ambientes degradados. Su origen está en la raíz de las preguntas existenciales, preguntas tan antiguas como la misma humanidad, y que en su escape y en su búsqueda  se obliga a la razón a creer en lo que no ve, y a la esperanza a sustentarse en lo visible. Es una cuestión que está volcando al ser humano en una búsqueda de respuestas, en donde es posible navegar entre el esoterismo y la ciencia sin restricciones. La naturaleza hoy más que nunca está siendo redescubierta, preguntada, sacralizada, en un terreno que cuestiona necesariamente la separación entre cuerpo y espíritu.
Esperanzas y desesperanzas ecológicas.
Es imposible reflexionar en la vida sin hacerlo en la muerte. Así mismo, para reflexionar sobre la esperanza es imperativo afrontar el pesimismo. En todas las culturas y civilizaciones que han constituido sistemas religiosos y de pensamiento, yace siempre una imagen sobre el fin de la vida, bien sea como un fin en sí mismo, o como el principio de la vida eterna. 
La situación ecológica del planeta, está acarreando para muchos fuertes visiones pesimistas hacia la viabilidad de la vida humana. Al parecer, el rol de los esperanzadores solo puede existir tras una revelación personal. Para que la “esperanza” sea ella misma, y no una impostora, debe aprender a creer en lo que no ve, porque los ojos ven ciudades contaminadas, bosques acabados, clases sociales opulentas consumiendo más de lo que necesitan, y personas mendigando en las calles. Esta situación no es fácil de afrontar para nadie, de alguna manera todos estamos inmersos en esta bola que llamamos Tierra, viviendo el mismo instante de tiempo. Nadie esta antes y tampoco después, “todos venimos y vamos para el mismo lado” dice el sabio adagio popular. 
Lo anterior parece una verdad revelada, pero por cautela epistemológica, prefiero asumir que la historia humana no es precisamente un constructo de “verdades”, y la verdad revelada solo puede estar en el espíritu que está en todo y en todos. Aquí hablaremos sobre discursos sociales, desde ahí, haremos un intento explicativo y comprensivo sobre las diferentes corrientes que mueven las mareas de la actual crisis ecológica, evidenciando los valores y recursos ideológicos que estos discursos bombardean al universo mediático.
Algunos de estos recursos se sumergen en lo profundo de las cosas del espíritu, justificándose en fuentes religiosas. Pueden ser tomados al pie de la letra, o tan solo prestados para referirse al calentamiento global como una señal del “fin de la humanidad” o el “día del Juicio”. Por su parte otros, en un estado de cierta rebeldía contra las verdades totalizadoras, prefieren confiar más en los métodos científicos para sacar  conclusiones: midiendo, contando y mostrando tendencias que se ajusten o no, a las hipótesis centrales que relacionan a la sociedad con los ecosistemas.
Pero en medio de estas dos tipologías opuestas entre religiosos y científicos, están todas aquellas que se construyen mediante prácticas sociales y configuran sus propias referencias explicativas, tejiendo un entramado social bastante amplio para asumir de algún modo las alarmas que la sociedad prende para alertar un desastre ecológico inminente. En este campo, preguntas a fenómenos sociales pueden responderse sobre principios universales, sin redundar mucho en la explicación sociológica o antropológica. O también las cuestiones espirituales son tratadas con lupa por los métodos científicos, como manifestaciones de la materia y la energía.
La vida cotidiana puede no tener mucho que ver con las grandes discusiones de los paradigmas, tan solo transcurre, y no se detiene a pensar porque pasa lo que pasa. Pero a la hora de explicarse el mundo que percibe como uno, necesariamente se pregunta quién es, de donde viene y para donde va. Estas preguntas sitúan a la naturaleza frente al hombre y al hombre frente a la naturaleza, van a constituir los habitus ecologicos, mueven intereses, crean realidades y se rutinizan sobre la cotidianidad del día a día.
La producción de sentido sobre la relación del sujeto frente a la naturaleza no es exclusiva de los discursos científicos, ni de los profetas ecológicos. Los valores que se consideran legítimos dentro de la vida social, son también relativizados y subvertidos dependiendo de sus contextos sociales, y pueden llegar a producir sus propias teorías. Las posiciones dentro del campo no están necesariamente ligadas a una figura universal, aunque puedan tomar de una y de la otra. Los discursos legítimos, aunque opuestos entre sí, operan como recursos de sentido social, o como referentes ligados a una filosofía escatológica de la historia, que según Bourdieu (1990; p. 58) da sentido, explica, o incluso pone orden y asigna fines.
En el artículo “Reflexiones ambientales entorno al pensamiento ambiental y la crisis del racionalismo científico” (De La Cruz; p. 2012), publicado en la Revista Colombiana de Sociología,  buscábamos llamar la atención sobre como desde otros discursos místicos, espirituales o esotéricos, “el mundo se inventa desde otros espacios con modos de hacer y pensar muy distintos a los formales, espacios donde confluyen naturalmente las sinergias suficientes para transformar el mundo más rápido de lo que se demora la ciencia tratando de explicarlo”, haciendo referencia a “fenómenos sociales ligados a una reecologización de la vida, que involucran a la naturaleza de manera más metafórica que racionalista”.  (De La Cruz, P, 2012, p. 26)  
Pero el despertamiento ecológico de la sociedad que se asume desde esta visión, no es tan revolucionario como lo quisieran los más idealistas. Esto puede obedecer también a una adaptación de las formas sociales a un “capitalismo ecológico”, o a una identidad ecológica como “una cosmovisión salvadora del mundo de la vida” (Rodríguez, R; 2010, p. 113). Lo ecológico se convierte en una matriz a donde se construyen las prácticas sociales, un referente sagrado que desplaza las esperanzas del mercado y el capitalismo salvaje.
Las contradicciones sociales dan cuenta de un espacio simbólico lleno de pluralismos, marcado por diferencias sociales que se disputan la legitimidad de sus “certezas”, un campo de poder y toma de posición (Bourdieu; 2005 p. 152). Esto es lo que Bourdieu analiza como una lucha donde se mezclan estratégicamente el interés por los “bienes temporales” y los “bienes espirituales”, donde la “analogía con la religión no es artificial: en efecto, en los dos casos, de la inmanencia de las luchas interesadas surge la mas indiscutible trascendencia con respecto a los intereses estrictamente temporales” (Bourdieu, 1988, p. 319), luchas que construyen un imaginario ecológico de discursos sociales que ligan al hombre y a la naturaleza con sus propios fines.
Lo apologético y lo apocalíptico:
En este campo, podemos diferenciar varios discursos, que se diferencian tanto en sus medios como en sus fines, discursos que pueden ser analizados a la luz de lo apologético y lo apocalíptico. Cuando nos referimos a una visión apologética hacemos referencia a un camino positivo, a una historia que se escribe como un encuentro triunfal, con diferentes grados de justificación hacia una “raza superior” o al encuentro del “reino de Dios”. Mientras tanto, lo apocalíptico es una historia que se escribe desde la visión del dominado, denuncia la injusticia y vaticina el “fin de la historia”, el colapso ecológico o el juicio final de una manera repentina.
Para la primera, no está pasando nada más que la misma evolución del universo, contra la cual la razón humana no puede hacer nada, ya que su curso obedece a las leyes de la evolución de la vida. Para estos, el calentamiento global no es el resultado de la acción del hombre sobre la naturaleza, sino mas bien, lo inscriben como un epifenómeno perfectamente concebible dentro de los ciclos de calentamiento y glaciación que ha tenido la tierra en ciclos de miles, y millones de años.
En contraste, las visiones apocalípticas tratan al hombre como dotado de libre albedrío y directo responsable del calentamiento global. Para estos, aunque el sentido profético está inscrito en un sistema más amplio de creencias, como el apocalipsis, el marxismo ecológico, o las profecías mayas, el fin último es inescrutable. Aquí, el problema ecológico es un asunto de “salvación”, que así no se realice a nivel colectivo, si puede ser individual y en pequeños grupos. En esta tipología se incluyen los que por ejemplo consideran el calentamiento global como  una consecuencia de las emisiones de gases por las actividades industriales[1].
Para Hervieu Legere (1982; p. 51), los movimientos comunitarios apocalípticos se apoyan a menudo sobre el trabajo de economistas o de especialistas de las ciencias ambientales, que ponen el acento en los callejones sin salida sobre los cuales la sociedad moderna se ha encerrado en el imperialismo del valor. Esta aproximación racionalizante agudiza aun mas su sentimiento de culpabilidad y transgresión, sentimiento que funda la conciencia propiamente apocalíptica de un inminente juicio ligado a la ruptura brutal del curso de la historia.
Esta dimensión tipológica, no pretende, en ningún momento, ser una categoría a priori de lo que es la realidad, sino por el contrario, busca dar cuenta sobre las diferencias y conexiones en la práctica que puedan tener distintos fenómenos sociales ligados a la ecologización del creer.
Aunque la necesidad de prender las alarmas es quizá una opinión compartida de las visiones apocalípticas y apologéticas, estas no se prenden de la misma forma. Según la teoría del caos, pequeñas alteraciones en los ecosistemas causa grandes cambios en fenómenos más amplios como el calentamiento de los océanos, pero para muchos científicos esto no puede ser tomado a la ligera. Para Pardo (2012) “es muy difícil probar hasta qué punto nuestras emisiones pueden provocar un aumento sostenido de la temperatura, incluso si se quemara todo el petróleo que queda en el mundo”.
Para Pardo (2012), “las actividades humanas por ahora no determinan las tendencias de la temperatura en el planeta”. Esas tendencias y variaciones en las temperaturas “responden a ciclos naturales que dependen de la actividad solar y ciclos locales a diferentes escalas. De hecho, la temperatura global ha sufrido un descenso desde el año 2000, y es probable que esta tendencia a la baja se mantenga”. Según Pardo “es un tema muy complicado, porque eso de ver el futuro en una bola de cristal está sujeto a modelos que, no han tomado todas las variables involucradas y tampoco se basan en series de datos lo suficientemente largas o de cobertura global. Disminuir la contaminación derivada del petróleo, no debe responder a algo tan vago, sino al hecho irrefutable de que estamos envenenando el aire, el agua y todos los ecosistemas, tanto con las emisiones como con los subproductos del petróleo. Lo otro es más político y esotérico que científico.”[2]
Para la sociología de la ciencia cualquier conocimiento debe ser tratado como conocimiento de investigación, según Merton (Citado por Bourdieu, 1997; p. 87) “la ciencia ha de plantearse en su relación con el cosmos social en la que está inmersa por una parte y por otra con el universo científico, mundo dotado de reglas de funcionamiento propias, que hay que describir y analizar”. Cualquier análisis que confronte las razones ambientales de la crisis ecológica resulta inoficioso si no se es honesto en hacer explicito cuales son las apuestas de los actores en cuestión, aquí la razón no es un asunto puramente lógico, sino también una posición subjetiva, donde el creer se confunde con el poder.
La vida como creación, evolución, parte de un espíritu o una cosmogénesis son referentes que permanecen como sentido de unidad. A pesar de esto, los discursos se atreven a contradecirse los unos a los otros. Pero ninguno es capaz de asumir que la crisis ecológica es un mero capricho sino, sea haciendo uso de las artes mágicas, de la ciencia explicativa o la chamanería, se intenta dar sentido manifiesto a un fenómeno natural o social.
El dilema quizá puede empezar cuando las contradicciones sociales generan fracciones tan diferentes, que se generan visiones opuestas, y esto es lo paradójico de la ecología, y la relevancia de la pregunta de si el ser humano es o no es parte de la misma naturaleza que comprendemos como el reino vegetal y animal. La teoría política y la economía marxista están llenas de estas disputas, pero quizá, en donde son más visibles es en el campo religioso. Una historia de las creencias ecológicas, solo podría justificarse si se logra demostrar que el creer traspasa la manera como nos relacionamos con la naturaleza y la transformamos, en un ejercicio reflexivo que busque desnaturalizar las creencias que justamente se viven como naturales.
Sanabria (2007; pág. 63) analiza como “las creencias sociales, aunque parezcan “certezas”, son más bien “ilusiones bien fundadas” (…), estas “certezas” logran movilizar ritos sociales que “consagran e instituyen a quienes de ellas participan, obligando a hacer lo que hay que hacer, lo que debe ser conforme a una función, a la entrada en un juego, a jugar el juego, a sostener la ficción”. Las ciencias ambientales, que con la bandera de la transdisciplinariedad prometen generar análisis objetivos, tarde o temprano tropiezan con esto, y sea por omisión o plena intención, siempre deben preguntarse por lo subjetivo. No pueden pasar por alto, que su acto científico también es un “acto de creer”, o una ficción social de consecuencias éticas.
Para nadie es un misterio que existe un combate por la definición del problema ambiental, lucha que se libra más en el campo de las opiniones que de las mismas ideas. Solo en los medios científicos más conservadores puede darse quizá una confrontación de hipótesis, modelos de probabilidad e inferencias que sea tomada como seria. En el campo de la opinión la cosa se toma de manera más “vulgar”, dejando la sensación de estar en un medio hostil y rapaz, donde la disputa por la legitimidad a usufructuar los millones de dólares que se destinan para la investigación y la reconversión tecnológica ha favorecido un cierto nihilismo científico.
Y no es para menos, si tenemos en cuenta los montos entregados por las organizaciones internacionales a diferentes organismos de cooperación para la ejecución de proyectos, la mayoría de ellos en los países llamados “subdesarrollados”. Lo ecológico se resuelve con no creer en nada, o más bien, creerlo todo, que es igual. Si en los mismos órganos científicos existen bifurcaciones infranqueables por la vía de la razón (o el creer), mas aun se ha de esperar en la organización política, para quienes los argumentos científicos no son más que un recurso accesorio, cómplices de su ideología, con el cual se negocia en una especie de centro comercial de los argumentos.
Economía verde o “verde que te quiero verde”.
Los discursos ecológicos de la economía verde varían según los que consideran que el curso natural del capitalismo será capaz de internalizar los costos ecológicos de producción y adaptarse a los ciclos naturales, y los que en cambio, consideran que el capitalismo como sistema es totalmente contrario a los sistemas ecológicos.  Mientras los primeros cuestionan principalmente la insostenibilidad de los procesos industriales, los segundos cuestionan el consumismo, como la raíz del problema y lo declaran incapaz de adaptarse a la inminente escasez de recursos naturales que se avecina.
La economía verde hace constante referencia a la “sostenibilidad” como referente de unidad, tótem sagrado hacia donde se deben dirigir todas las veneraciones de la nueva producción. O’Connor (2000) señala que la “sostenibilidad” es una cuestión ideológica y política, antes que un problema ecológico y económico, según este: “Esto lleva a muchas personas a hablar y escribir acerca de la “sostenibilidad”: la palabra puede ser utilizada para significar casi cualquier cosa que uno desee, lo que constituye parte de su atractivo.”
La sociedad de mercado vende la economía verde como la gran solución, hace suponer que manteniendo los mismos niveles de consumo pero con productos con sello verde es posible detener la contaminación por desechos sólidos. Sus principales estrategias están en la promoción y adopción de una “moda verde”, lo que en pocas palabras quiere decir que ayudar al medio ambiente es ser “el mismo”, pero vestido de “verde”, lo que parecen más bien síntomas de una sociedad que busca en el mismo consumo, pero ahora vestido de verde, la misma satisfacción siempre indeseada.
Para el cálculo económico nada es imposible de cuantificar. A donde se creyó que nunca llegarían la internalización de los costos de producción (como a los bienes y servicios ecológicos: acceso al paisaje, al aire limpio), estos ya llegaron. Lo que irónicamente hizo saber al mundo una reconocida tarjeta de crédito como: “Hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás existe Master Card”, será el lema que mejor explique porque el cálculo económico es capaz de internalizar los costos de producción y hablar de capitalismo “sostenible”, como dándole una satisfacción al medio ambiente, pero aun así, queriéndoselo devorar.
Todo indica que no solo el aire, el bosque, la tierra, el agua, la contemplación, la respiración, sino también la identidad, son aptos para ocupar las vitrinas de los centros comerciales. Pero seguramente la cuestión va más allá, y es más urgente de lo que parece, porque a pesar de ser conscientes del  problema, el estilo de vida occidental se sigue reproduciendo de manera insostenible. Los más pesimistas podrían pensar que la lógica del individualismo, la avaricia, (greed en inglés) está tomando ventaja sobre la ayuda mutua. Como en una película futurista en donde las dimensiones materiales del deseo han sometido a la conciencia de la vida; sea cual sea el resultado, los humanos están en medio, como luchando contra fuerzas suprahumanas. Menos mal eso solo pasa en las películas.
Pero quizá algo de estas películas si pueda estar de acuerdo con nuestra realidad, y es que los ecosistemas están evidenciando impactos ecológicos imposibles de revertir. A pesar de los esfuerzos de la economía ecológica por medir las externalidades de manera diferenciada y establecer medidas compensatorias, el avance de la destrucción ecológica se da de manera mucho más rápida de la que la ciencia y la economía se demoran en entenderla. La cuestión ecológica ya no es de retorica, aunque sí lo es, pues lo que se dice no es lo que es, y lo sabemos todos: no le estamos devolviendo a la naturaleza, ni a la vida, la misma cantidad de energía que tomamos de ella.
Identidades ecológicas y la fosilización de la cultura.
Los tiempos están cambiando, y como producto del mismo desencanto producido por la revolución tecnológica, se está asistiendo a una necesidad de encontrar lo perdido. Lo que Patricia Noguera (2004 , p. 22) describe como un reencantamiento del mundo, en “que la voz misteriosa del mundo como vida, como ser en despliegue, como perpetua aurora y crepúsculo, pueda ser escuchada”. Lo describe como un proceso a dejar de lado los esquemas rígidos de la ciencia, en un intento parecido como el que se empezó a vivir tras el renacimiento, cuando se desplazaron los centros de sentido que las instituciones religiosas monopolizaron durante años.
El siglo XXI, no solo representa un nuevo milenio en el calendario gregoriano, también se habla del comienzo de la edad de Acuario, del fin de un ciclo de 5132 años según el calendario Maya, del fin de la Historia y el comienzo de la posthistoria, donde se han abierto espacios para la circulación, intercambio, renovación y nuevas elecciones de creencias. Llama la atención el auge con el que emergen los nuevos movimientos comunitarios, entre los cuales se busca un sentido de pertenencia a través de una nueva espiritualidad, una recomposición identitaria, o una salvación ecológica. Fenómenos como la permeación creciente del espiritualismo oriental en occidente, y las expresiones ascéticas comunitarias del cristianismo primitivo, representados en movimientos rurales, donde la naturaleza mantiene su referente de pureza.
Los movimientos sociales que adoptan el ecologismo como parte de su identidad, relativizan los viejos valores, y buscan identificarse en un contexto donde se promueven nuevos creeres y se valora lo “tradicional”.  La identidad y la naturaleza se funden como esquemas inmutables, alrededor de un discurso endogenista que promueve la importancia de proteger los sistemas tradicionales de producción, y con esto, el conocimiento y la cultura indígena, campesina, o aborigen, porque se les considera sostenibles para el medio ambiente.
Desde los organismos gubernamentales y no gubernamentales, se sigue reproduciendo un concepto monolítico de la identidad, favorecido por la necesidad de las comunidades minoritarias de demostrar su diferencia, para acceder a derechos de igualdad. Esto obedece al interés de los movimientos ecologistas de revalorar la cultura tradicional como un sistema ideal de harmonía con la naturaleza, en contraposición a los valores de la sociedad industrial. Un concepto monolítico de cultura  que se reproduce bajo la mirada occidental de los proyectos de las organizaciones ambientalistas y académicas. La tendencia a considerar lo cultural como un campo cerrado, claramente diferenciado de lo “otro”, un concepto fosilizado de cultura, gestado en las fronteras del poder político, ideológico y científico.
Los procesos identitarios se construyen en universos simbólicos plagados de discursos: el calentamiento global, la crisis ecológica, la descentralización del poder, son, entre otros, influencias globales con manifestaciones locales. Pero más allá de esto, las manifestaciones sociales entorno a la crisis ecológica toman dimensiones casi religiosas. La adopción de lo ecológico como fuente de creencias asoma como respuesta al inconformismo producido por las grandes religiones y los grandes paradigmas de la ciencia, fuentes que agotaron su emanación mágica de sentido existencial, pero que también se renuevan en una diversidad de creeres y nuevas identidades.
La búsqueda del milagro, la visión espiritual, el dialogo con las plantas, el testimonio de lo mágico, muchas son las formas de definir esta búsqueda de identidad. Los nuevos paradigmas emergen en la actualidad desde visiones científicas, conocimientos ancestrales, ligados a un sentido de unidad, de Gaia, en un intento de volver a vivir por fuera de los monopolios del poder espiritual y material. Sin embargo, así como el dogma religioso o el evolucionismo, contaron con sus estrategias de reproducción para monopolizar los significados legítimos, así mismo en la actualidad los medios de comunicación han tomado su lugar, detentando gran parte el control sobre los códigos legítimos de producción de sentido en las nuevas “identidades ecológicas”.
Consideraciones finales:
En el presente ensayo esbozamos algunas de las manifestaciones sociales ligadas a la crisis ecológica como manifestaciones del creer. La economía verde y las identidades ecológica constituyen fenómenos que en distintos grados asumen la naturaleza en un sentido religioso, estas nuevas configuraciones del creer, al contrario de los grandes paradigmas y religiones, resaltan una creciente individualización. Lo que en palabras de Hervieu–Léger (2012), se puede ver como una emergencia en la que la religiosidad individual “permite a los individuos (independientes con relación a los grandes sistemas religiosos instituidos), ir al contrario y producir pequeños sistemas de creencias que los deja reunir, organizar y darle sentido a sus experiencias personales (…)”[3]. 
La naturaleza ha dejado de ser esa fuente de recursos inagotables, y se viene posicionando como un referente sagrado, que mueve procesos sociales de autonomía organizativa. Vale la pena preguntarse desde una sociología del creer cuales son los axiomas ideológicos que transforman las practicas ecológicas, su relación con las estructuras de la sociedad, y hasta qué punto el creer se alimenta de los imaginarios sociales. La critica a las manifestaciones sociales alrededor de la ecología establece los discursos dominantes y las tensionalidades con los agentes, problematiza y cuestiona la disputa por el dominio de los códigos legítimos sobre la crisis ecológica. 
No hace falta ser un apocalíptico para reconocer la catástrofe ecológica en la que estamos, y tampoco un apologético para creer en algún tipo de salvación. El ser humano esta aprueba, no solo los habitantes de los países desarrollados, supuestos culpables de la crisis ecológica. También lo están las culturas aborígenes e indígenas del mundo, tan inocentes como responsables en toda esta historia. La naturaleza habla en lo profundo de cada quien, sea vaticinando el fin, o saludando un nuevo comienzo, el misterio del futuro se combina con las acciones del presente. La historia lo dirá, aunque las decisiones más que volver sobre la historia recaen en las personas, quienes a fin de cuentas deciden que creer, y deciden, que hacer. 
Bibliografía:
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[1] Como Al Gore (2006) lo intenta demostrar en su documental “An Inconvenient Truth”.
[2] Entrevista con Mario Pardo. 2012
[3] “El mundo sin religiones: una gran mentira” Entrevista con Danièle Hervieu–Léger a UN Periódico. Febrero 13 de 2010.