jueves, 29 de septiembre de 2016

No eramos clientes, eramos estudiantes.

Y ahora que acabo de ver una foto de M. Jeangros por el Facebook, quien se encuentra en la clínica por un problema de salud, me animo a contar una historia que pasó por allá en 1993 cuando cursaba mi primer sexto bachillerato. El Refous que me tocó, el de los años 90, no era el mismo del que escuchaba hablar sobre grandes excursiones al nacimiento del rio Magdalena, y a otros puntos de la remota geografía nacional, quizá por los múltiples conflictos de nuestro país que en esa década estaban en su mayor esplendor, o porque los estudiantes de esa época no éramos los niños de “buenas familias” de otras décadas (como Pombo o Peñalosa que acompañaban a M. Jeangros en la foto del face) y a M. no le parecía justo pedir grandes sumas de dinero para financiar esos viajes. Pero en fin, una tarde de esas M. nos mandó a llamar a dos salones para decirnos que en dos días haríamos una excursión a las montañas de cota, la emoción no se hacía esperar (quizá la misma que sentía un cubano cuando le decían que iba a salir del país). Para esa excursión M. dio las siguientes instrucciones: todos debíamos traer, en una bolsa plástica amarrada al pantalón, un bocadillo, un pan, una fruta y algo de tomar. Llegó el día de la excursión y nos formamos para salir, cuando M. empezó a revisar uno por uno que lo que lleváramos fuera, ni mas ni menos, lo que él había dicho, y como lo había dicho. Obviamente, muchos entendimos su instrucción de una manera metafórica, y las mamás para que su niñito no pasara hambre empacaron bonyures, sanduches, pollos asados, litros de gaseosas, y muchos otros productos que M. fue recogiendo en una canasta llenándola hasta el tope. La canasta, llena de las vanidades y apariencias que M. decía era más para hacer campaña política que para alimentarse fueron donadas inmediatamente a la escuela de Cota, recuerdo que yo llevaba exactamente lo que había pedido, pero la embarré empacándolo en una bolsa de tela, por eso perdí todo, y me fui sin nadita que comer. Algunos si lograron pasar el examen, mas o menos la mitad de los alumnos. Y así nos fuimos, con M. Jeangros a la cabeza, y cuando llegó la hora de comer nos dijo, los que quedaron con bolsita de comida júntense con los que no tienen, afortunadamente mi hermano, quien también venía, se había salvado, y compartimos la comida de su bolsita. Todos comimos, nadie quedo con hambre, ni se veía triste por haber perdido esos productos que más que alimentos eran símbolos de estatus que sirven para trasladar las diferencias de la sociedad al colegio, y es que si algo tenía el Refous es que nosotros éramos estudiantes, y no clientes, y nadie era tratado peor o mejor por lo que poseía o representara, quizá si habían diferencias lo eran por el rendimiento académico, o disciplinario, o por algún componente de la vida estudiantil. Parecerá una historia simple, pero para mí en ese momento significó mucho, seguramente porque sabía por amigos y conocidos, que en muchos otros colegios la dinámica era completamente distinta, que los estudiantes valían por su dinero, por su estatus social, y en muchos casos eran clientes de una institución que debía adaptarse a sus caprichos, y ese era el punto por el que muchos estudiantes y padres de familia no terminaban aguantándose el Refous, porque en algún momento sentían limitada su capacidad de imponer sus normas sobre las de un colegio que proponía unos valores muy diferentes a los que movían a la sociedad de consumo. Pero bueno, esas son mis interpretaciones, lo cierto es que vi en la foto del Facebook a M. Jeangros bastante viejo, y con ellos el pensamiento inevitable de que en cualquier momento se vaya para siempre, realmente agradezco haberlo tenido en el colegio mientras estuve. 

3 comentarios:

Unknown dijo...

Me permito corregir: NO eran grandes sumas de dinero las que se debían pagar para ir a una excursión; no había hoteles sino el piso de una escuela para dormir sobre plástico y periódicos, con el morral como almohada, interminables caminatas entre tupida vegetación o áridos desiertos; compartir con las comunidades de los caseríos o pueblos que se visitaban, cocinar nosotros mismos en hogueras o viejas estufas de carbón... En fin, eran una escuela de vida a costos realmente MUY bajos, que se vieron suspendidas en primera instancia por problemas de salud de M. Jeangros y luego por la situación de orden público, no de guerrillas pues éstas ya existían, sino de narcotráfico. Pido por favor aclarar, pues da a entender que los apellidos con sus fortunas como equipaje eran influyentes y eso NO ERA así y NUNCA lo fue en el Réfous.

Unknown dijo...

La maravilla del Réfous (aunque a mí no me tocó con tilde...) es precisamente que no importaba si Ud se apellidaba Pombo, Peñalosa o Pataquiva, el trato era el mismo siempre y cuando uno se sometiera a la disciplina y a las reglas del colegio. Le cuento una anécdota similar a la muy hermosa que Ud. relata. Alguna vez hace varias décadas, en una entrega de notas a los padres de familia, Monsieur permitió que estos votaran para que pudiéramos llevar almuerzo en lonchera, en lugar de quedar condenados a las "delicias" que nos servían desde la cocina de la señora Flor, como ese horror que era la remolacha con banano. En esa ocasión ganaron los de SÍ, y sin embargo al día siguiente Monsieur explicó por qué no aceptaba el resultado. Palabras más, palabras menos, dijo que en el colegio había estudiantes de distintos estratos y que a él no le parecía que mientras uno se estaba comiendo una presa de pollo, el de al lado se estuviera comiendo un banano magullado. Su lógica era tan aplastante que nadie chistó ni entuteló ni presentó demanda ante el Consejo de Estado. Sobre las excursiones le doy otro dato. En la época de F. Otero y la mía, las familias del colegio eran enormes: no era raro que hubiera niños de una misma familia en cinco, seis, siete cursos, y para todos todos había excursión. Mi experiencia es que cuando había algún niño de alguna familia que estuviera en peligro de no ir porque no alcanzaba la plata para que todos los hermanos fueran, los mismos compañeros de curso hacían una colecta para que el niño de la familia tal de ese curso también pudiera ir. Así que nadie se quedaba sin excursión. Si algo nos inclulcó M. Jeangros fue que la equidad no era un misterio, y que se podía lograr con medidas simples que formaban carácter y ciudadanía. Por eso es que ser refousiano es un privilegio, no fundado en el dinero sino en la capacidad de construir comunidad sin sacrificar la individualidad. Alguien escribió en twitter que "si hay un colombiano ilustre es ese suizo gruñón". Concuerdo completamente con esa apreciación.

è.castro dijo...

Que bonito texto Pablo, son demasiados recuerdos los que se vienen a la cabeza cuando uno piensa en el Refous y en Monsieur, creo que el común denominador en casi todos es la igualdad y equidad con que crecimos.
Sobre el comentario de Patricia, creo que pertenezco a un porcentaje muy bajo de personas que se comían todo el almuerzo del colegio con demasiado gusto, en realidad me gustaba, pero mi hermana no lo disfrutaba. Hoy en día cambié la ensalada de remolacha con banano por jugo de remolacha con banano y es delicioso!