2008
Y al final de la onda encantada todo queda sentadito, al paso soportable de la existencia humana. Recuerdo cuando estaba en el ejército y mis lanzas me decían: “Eso fresco, que la mocha llega porque llega”. Ese chistoso teatril que es el servicio militar enseña una cosa a la maravilla: la paciencia. Uno cuenta los días cuando está en el ejército, uno llora y extraña a la mamá, uno se arrepiente de lo mal que se portó. Muchas conjeturas atrapan la cabeza del soldado desertado, que sabe a ciencia cierta que ese momento es perfecto para aprender muchas cosas de la vida. La mayoría vienen por el lado dialéctico del opuesto, donde todo se percibe como ilógico y estúpido, pero con el tiempo uno se da cuenta de que lo lógico e inteligente se encuentra en el proceso espiritual de la experiencia.
En las noches, recuerdo, en el alojamiento del batallón de logística en San Cristóbal Sur, Bogotá, abría el ojo y se escuchaban voces hablando dormidas, ronquidos y respiros silenciosos. Alguna vez soñé que un teniente nos chimbeaba la vida y me desperté gritando: “¡Mi capitán!”. Se templa el espíritu, y lo más bueno es que se afina el mamerto que hay en uno. Una cosa es volverse hippie así nomás, y otra cosa es serlo desde su opuesto: desde el lado del soldado que contempla, en majestuoso silencio, la comedia de la cual es víctima.
Ahora más que nunca recuerdo esa noche en que se hizo la retirada temprano y sin gritar. La alegría de todos los soldados por dormir seis horas fue inmensa y rebosante. A las 9:30 p.m. se apagaron las luces del alojamiento por primera vez desde que el contingente uno del uno había llegado a la Escuela de Logística. Todo arrullaba en hermosa armonía, hasta que a eso de las 12:30 a.m. se oyó una voz: “Compañía, de pie”. Era el sargento viceprimero Acosta, parado en su pedestal, dispuesto a impartir la más dura lección de aceptación: “El aseo ha quedado mal hecho”, decía. Por eso tuvimos que tendernos y hacer flexiones de pecho, enanitos y todas esas cosas que, para mi esquelético cuerpo, eran torturas.
Luego nos hicieron tomar con las manos los elementos de aseo y mostrarlos a los dragoneantes, que se jactaban con sevicia de vernos cagados del susto y con la piedra afuera. Más tarde, a las 12:30 a.m., hicimos una diana como si fuera la de las 4:30 a.m. Pasó de todo: nos sacaron a trotar y volvimos a la cama, pero de nuevo se escuchó: “Compañía, de pie”. Era la segunda diana, esta vez a las 2:30 a.m. ¡Qué cosa jijuemadre la que nos tocó soportar al Batallón de Instrucción Uno del Uno durante los meses de febrero, marzo y abril de 2001!
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