martes, 20 de noviembre de 2012

Ensayo sobre Bartleby de Herman Melville.




Escrito por: Pi

Primer puesto concurso de ensayo Colegio Refous. Año 2000.



Para  escribir un ensayo sobre Bartleby  habría que transportarnos  a un lugar donde ya no exista el Ser, y darle cabida razonada a la desaparición entre la gente, partiendo de una sociedad anónima capaz de desintegrar desde lo mas profundo las mínimas esencias del ser humano. Bartleby es el centro de una lucha posesiva entre el Ser y la nada,  entre el estoicismo propio de quienes jamás abrieron la boca ni para perturbar el curso normal del aire; sin dolor, sin angustia existencial, sin piedad, su enfermedad aquí no tiene cura, será mejor partir...........


La obra de Hermann Melville desarrollada a fines del siglo XIX, en una de las más pavorosas urbes existentes hoy en día, plantea un extraño caso de absoluta pasividad ante la iracunda vida cotidiana de una ‘polvorienta’ oficina de Wall Street, irrumpiendo la mecánica diaria con un extraño hombre de ‘preferencias’, capas de hacer ver en él un hipotético futuro de desconocimiento real y sentirse encartado con un cuerpo  rechazado por él mismo. En forma de espanto invadiría  pacíficamente  el opaco espacio de la oficina, y en medio de tan arraigada soledad, se negaría a desalojar dicho recinto tomándolo como propio y haciéndolo espacialmente insignificante, escogido entre la gran multitud para desvanecerse en aras de la voluntad.


Un viento de desolación y miedo se ve tras los ojos de quienes crecen entre el cemento, y estiran el cuello a la par de los grandes edificios; hay lugares donde mostrarse, donde hacerse famoso, pasar desapercibido, mendigar, perderse y hasta se puede no existir. Somos el reflejo de lo que construimos,  nuestro hábitat es el espejo de nuestro sentido vital, pero cuando vemos en él un “muro de ladrillo, negro por los años y por una eterna sombra” somos, de una manera u otra, presos de la desesperanza y vemos hacia dentro lo jamás visto por nadie, lo inentendible. Bartleby, el escribiente de Wall Street, recorre su vida entre túneles oscuros y grietas jamás transitadas, donde pocos se atreven a ver. Él es solo el parpadeo de un ojo, imagen fotográfica de los incrédulos testigos de su existencia, única prueba razonable de su fisiología concreta. Nuestro personaje de historia “desescrita”, es fiel reflejo de la humanidad que yace entre el anonimato y el desconocimiento del otro, cuyo breve proceder es tan siniestro y semejante a la destrucción de mensajes y deseos, propio de la oficina de Cartas Muertas, donde se dice que participó.


Para cualquier tipo de pregunta razonable sobre Bartleby desplazaríamos el uso del cerebro a territorios de la imaginación y la irracionalidad, donde tiene más salida lo inescrutable que la visibilidad de Bartleby. Podríamos hurgar muchas historias desgraciadas para este personaje, dándole razones psicológicas, sociológicas o, si se quiere, hasta podríamos entrar en sus sueños suministrando un exactísimo diagnóstico psicoanalítico sobre su extraña manera de actuar. Pero, para qué? Ni el mayor escrutinio sobre su proceder tendría la última palabra. Bartleby surge de entre el polvo y hace resonar en su interior los oídos sordos de las dolencias humanas y cuestiona la voluntad entre lo que se tiene que hacer, se debería, se preferiría, se supondría, o lo que jamás se hiciera. Se podría chocar con la misión de muchos en el mundo cuando las palabras se vuelven mudas y se difuminan en el aire, qué importancia tiene cualquier modalidad verbal entre los hombres, si ni siquiera se escuchan o se ven a los ojos.


El narrador, Secretario de Apelaciones del Estado de Nueva York, esperaba un empleado que cumpliera con sus requerimientos laborales, pero se encontró con un ambiguo hombre que aparentaba cumplir su trabajo reduciéndolo hasta la nulidad, y es en este trance cuando empiezan a chocar los más inexplicables sentimientos de compasión y rabia ante Bartleby, comienza así el análisis subconsciente por parte del narrador ante la actitud de su trabajador: el crecimiento de una relación inconclusa sin parámetros normales de comportamiento entre Bartleby y el narrador, donde el primero se limita a ‘preferir’ no actuar mientras que el otro no sabe que manera se le podría hablar. Recién llegado Bartleby, fue acomodado estratégicamente de tal manera que la mampara verde actuara como aislante. “Pudiera apartar a Bartleby por completo de mi vista, sin alejarlo de mi voz. Y así, de cierta manera, se combinaban el aislamiento con la compañía’ A lo largo de la historia, las relaciones humanas luchan por contar con los últimos medios de comunicación ¿Pero, para que? Si cada vez estamos más solos, combinando la soledad con la compañía de un escritorio ‘del que se busca liberarse del todo’. Es un duro golpe cuando la antirazón  empieza a invadir terrenos conscientes, la confusión y angustia del narrador son síntomas de la invasión a su vida y su espacio. Embriagado por las dudas, se adecúa para ser presa del lado oscuro del hombre social,  huyendo mezquinamente a la muerte reflejada por Bartleby,  miedoso de darse cuenta que, por accidente, el mundo construido es un exabrupto de la repetividad y la anulación del ser, para verse convertido en la ficha exacta de un lugar exacto y un quehacer exacto. Es la pavorosa muerte en vida, la causante del conflicto interno que lleva hacía la locura por la que Bartleby nunca encontró sentido, quizá porque los hechos que realizaba, solo constituían una estructura total firmada por nadie, allí, la personalidad ‘preferencial’ de Bartleby no encontró eco.

Una sociedad cada vez más ensimismada, fanática de sus logros, es la que más siente miedo ante su propio destino, la imaginación de Melville no saco un personaje ficticio para llevarlo a la literatura cotidiana. Valdría la pena reflexionar  ante lo que cada día nos esforzamos, y cuestionarse la ocupación del tiempo individual, quienes y como la están manejando. La perdida de la individualidad entre una sociedad que la defiende como base del desarrollo es algo duro de aceptar, mas, cuando toca afrontarla.

La calle de Wall Street debe su nombre, no a los enormes edificios que hoy la circundan, sino que así era llamada (calle del muro) por el inmenso muro que no permitía a los esclavos escaparse; de la errónea creencia sobre el nombre de esta calle y la real, no existe ninguna diferencia, tanto la gran altura de los muros como las oficinas de los rascacielos, fueron y son usados de igual forma: Para que los esclavos no se escapen.

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