martes, 20 de noviembre de 2012

Ensayo sobre Manon Lescaut de Abate Prevost.


Segundo puesto concurso juvenil de ensayo Norma. Colegio Refous. Año 2000.

Escrito por: Pi


V.P.V I



“Cuando Dios dijo la palabra amor, se le olvido decir como iba a ser,
 y el hombre pensando en su supuesta creación, lo interpreto a su propio parecer ...”



Los trágicos amores del Caballero de Grieux con Manon Lescaut, ponen a ‘ruedo de gallo’ la controversia entre el amor carnal y el amor a la virtud. Pero antes de profundizar en cada uno, vamos a referirnos a esa piedra que en medio del rió rompe la corriente en dos direcciones inevitablemente azarosas: La mujer.

La mujer durante siglos  ha sido vista por muchas culturas como un ‘pecadillo’ en medio del arrogante y débil hombre, su atractivo hedor, que pone al desnudo las inútiles armas del cuerpo, han sido la mojigatería para que ellas hayan sido encerradas entre velos y ropajes, conventos, cuartos oscuros y celosías, todo esto ayudado por las religiones y las guerras, propios excluyentes de su ‘Yo’ personal y generadores de tópicos para las sociedades actuales. Habrá sido un error del hombre, jamas descubrir en los ojos de una mujer lo que siempre busco: una respuesta.

Mal aventurada dicha la del Caballero de Grieux, un señorito noble de París, culto, sensato y de buenos sentimientos, llevado por las mejores riendas de la virtud, aparente honroso pensador no completamente perdido en la fantasía Manon Lescaut.[1] La balanza de valores y su camino ‘bien pensado’ se vieron trastornados en la más penosa y noble travesía amorosa. Perdería para ojos de la sociedad la brújula de su vida, pero para él ya tenia un Norte: la ingrata Manon Lescaut.

Hagamos referencia al envolvimiento emocional que representan los frentes del amor y la virtud en el Caballero de Grieux, quien a pesar del radical cambio producido por Manon, no pierde del todo su interés por la filosofía, las letras y la vida eclesiástica. Todas estas influencias cultivadas, hacen de él una persona completamente suseptible y favorable a los bruscos cambios de la vida vulgar a la cual se entregó. El Caballero de Grieux, es capaz de elevar un bello rostro como el de Manon y una gran ternura a la más grande y cósmica fusión, donde dos espíritus deciden unir sus corazones. El gran manejo de sentimientos que conforman la cabeza de nuestro noble Caballero, junto con la imposición social de su familia intolerante ante el decaimiento carnal en una mujer aparecida, crea la disputa entre el amor y la virtud. El Caballero de Grieux representante del primero y Tibergo, su amigo del alma, defensor del segundo.

El Caballero de Grieux se siente débil ante la ternura suscitada en él y su relación simbiótica. Decididamente, él se apoya en la realidad próxima de su felicidad, algo tangible para él, un logro capaz de hacerle soportar sus penas sin necesidad de la fe, medio para llegar al virtuosismo. El ama a Manon, a esta ingrata y lacaya mujer, amante del dinero e inquisidora de sentimientos ajenos. El Caballero de Grieux no cree en el flagelo del cuerpo para la salvación del alma, pero de cierta manera, su aferrada actitud de desgracia para con Manon y su objeto de conseguirla, son el sendero de flagelos que alimentan su felicidad. Contradicción propia de un señorito agobiado por la sensibilidad al amor, con rastrojos de virtud.[2]

Del incondicional Tibergo, encontramos una posición recta y muy bien cimentada, condena la vida mundana que está envolviendo a su amigo y mas aún lo contradictorio de su aceptación para con ésta. Enemigo de las apariencias y los sofismas que solo embriagan en la perdición y en la mentira a los hombres débiles y libertinos[3]. Tibergo con su intachable actitud jamás se le niega a tan desubicado amigo, siguiendo cada paso de su suplicio hasta irlo a encontrar a América en donde todo para el Caballero termina; continuando, así, los paso que de un principio le hubiesen ahorrado las lagrimas ardientes que le destrozaron su virgen corazón, que un día fué conquistado por la más estremecedora ternura.

La obra de Prévost, evoca a su modo la prosopopeyica Edad Media., donde el amor carnal siempre sucumbía, bajo la correcta mirada social, ante el amor espiritual. Pero en la obra de Prévost se demuestra que en la intimidad es claro vencedor el amor carnal: capaz de enloquecer el cerebro de la razón. A pesar de esta invocación medieval, no constituye en esta obra centralizar los amoríos de estos dos jóvenes como único y plano tema ‘rosa’ del siglo XVIII, el resultado de esta obra es aclarado por su propio autor, cuando en su ‘advertencia’ preliminar, explica el porqué un hombre como él, toma la pluma para escribir una obra de “fortuna y de amor”. Las acciones de los hombres bien nacidos que abstraen lo armonioso de la virtud y se alimentan entre ellos, son quienes, para realizar acciones, colocan un filtro de moral ante sus ojos, y en medio de tantas conjeturas, sus acciones se desgeneralizan de los demás hombres. Son propiamente ellos los llamados a ser de excéntrico proceder, hasta que algo, porfín, les hace mover el piso. La naturaleza de nuestras acciones, se jerarquizan por fuerzas que siempre son capaces de derrotar a la que creemos mas fuerte; la moral como ‘logos’  de las acciones siempre se rompe por su propia imposición.[4] Esta obra, es solo un ejemplo de la falta de ‘ordenadores’ universales  en la vida de los hombres, ni la moral ni el libertinaje, ni la religión y tampoco el sofisma del amor son confiables para la entrega total.

¿Ante que otras tentaciones, un hombre de la cuna del Caballero de Grieux, hubiese sido presa? Manon Lescaut es una de esas, sin diferencia alguna de las otras delicias de este mundo. Para nuestro protagonista, es ella quien roba la razón eterna de su existencia, y no como a muchos, le es tan fácil olvidar. Manon, es el catalizador mas claro para demostrar la sensatez del Caballero de Grieux, incanzable luchador de la mas sensata felicidad. Dolorosa y definitiva separación de su padre, dejándolo, por ir detrás de una desdichada mujer vista como ramera, pero sentida como un ángel; hasta América llegaron entre un mar de lagrimas y tormentosas injusticias...La muerte persiguió la desdicha de esta historia, hasta que porfin, se apodero de la más febril ternura. Diría yo, que fue la única verdad que vivió el manoseado caballero, algo como la muerte, también inexplicable y misteriosa  como lo fue el ‘origen del principio’.


“....su interpretación fue equivocada. A Dios no podríamos inculparlo en la creación del amor. Solo el hombre podia ser juez de su propia sensatez, aquí y ahora”


                                  
PI         


[1] “Me pareció tan encantadora que yo, nunca había pensado en la diferencia de los sexos, ni mirado a una muchacha con un poco de atención, yo, digo, de quien todo el mundo admiraba la prudencia y la moderación, me sentir entusiasmado de repente hasta el arrebato”.
[2] Pregunta el Caballero a Tibergo: “.......me responderás que el fin de la virtud es infinitamente superior al del amor?. No se trata de la fuerza que tienen, uno y otro, para hacer soportar las penas?. Cuantos desertores encontramos de la severa virtud, y cuán pocos encontrarías del amor?”
[3] Dice Tibergo a su desconsolado amigo:”....uno veía a muchos pecadores que se embriagaban con la falsa felicidad del vicio hasta preferirlo muy por encima de la virtud; pero que por lo menos se aferraban a imágenes de felicidad y que se dejaban engañar por las apariencias ; pero que reconocer, como yo lo hacia, que el objeto de mis afectos no iba sino hacerme culpable y desgraciado y continuar precipitandome  voluntariamente al infortunio y en el crimen, era una contradicción de ideas y de conducta”.
[4] Advierte el autor:”Ma engaño si la razón que voy a dar no explica bien esta contradicción de nuestras ideas y de nuestra conducta; es que,  como todos los preceptos de la moral son solo principios vagos y generales, es muy difícil aplicarlos al  detalle de las costumbres y de las acciones”. 

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