martes, 20 de octubre de 2015

Efectos misteriosos de la escritura

Un recurrente efecto de la escritura y de la oratoria, es el de emplear tácticas enunciativas que pongan en falta al emisor hacia algo abstracto, superior y profundamente interno, hacer sentir el llamado, crear la estrategia de producción de la creencia, bajo un esquema de signos dispuesto de forma tal, que la única forma de leerlos es leyéndose así mismo, personalizando la señal. Más le vale a un religioso o a un científico ser reconocido como profeta que como escritor, la realidad objetiva solo causa influencia cuando la información se transforma en simbolismo. Para el religioso no solo es importante contar una historia, ni para el científico es suficiente con un diagnóstico de resultados, el sentido de los hechos develan un misterio, anuncian tendencias o marcan caminos para actuar, como narrando una historia que se vive en el mismo momento. Este poder es bien conocido por los sacerdotes y estudiosos de las sagradas escrituras, es el poder que establece una matriz de creencias, capaz de reproducirse y adaptarse al curso del tiempo. Para algunos lo apocalíptico no es más que un estilo literario, estimulante y fuertemente adictivo, pero para otros, la misma escritura es el objeto de la adivinación profética, porque mientras se hace, se puede llegar a sentir que no es la razón, ni el pensamiento de la persona la que lo hace, sino un espíritu que llega y profetiza. como magistralmente terminó Gabriel Garcia Marquez en “Cien Años de Soledad”


“Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”   (Pág. 172).

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