martes, 30 de abril de 2019

A la hora de los brujos

Pestañeo, todo esta oscuro, al lado el vecino hace ruido, son las 2:30 am. Como sin querer que lo noten, el sueño se va, y quedo en medio de una habitación, con las lámparas prendidas, con el fuego acompañando. La hora de los brujos, de pararse de la cama y sentir lo que la luz, el día, el calor, los ruidos, los gritos de los niños no dejan sentir. El silencio, las cercanías, los cambios de presión en el cuerpo cuando está cerca, mis pensamientos, como siempre. Te asomaste a mi hombro esta mañana, jalas de mi espíritu y te lo quieres llevar, no te dejo, por eso decido bailar, mover el cuerpo para que tu alma perdida sepa que yo estoy de fiesta, alegre, y a quien sonríe no lo atrapas. ¿Escribir? Buena idea. ¿Qué más voy a hacer? 

Un método, un hacer, comunicar, materializar algo, eso es lo interesante, tal como lo dijo Harold. El arte, las escenas, la representación, el juego, el teatro, las matemáticas y la estadística son parte de este método. El propio es encontrar los motores creativos, hacer el juego, como las regletas, pero con el cuerpo. Trenificar brazos, encadenar articulaciones, enganchar piernas, brazos, así se descubre la geometría del círculo, del cuadrado, el triángulo, el cuadrilátero, la elipse, ver el movimiento, descomponerlo en formas abstractas. Se trata de averiguar cómo funciona el mundo, como se ve a través de la tuerca mientras gira alrededor del tornillo, en el humo que sale del aliento, en la canción que más gusta, en el giro y trayectoria del frisby. En todo hay arrastre y empuje, hay quinésica, desequilibrio de las fuerzas, transformación… ¿hasta dónde? Hasta que la simplificación no sea tan abstracta, sin ningún ancla en la realidad. La abstracción también es realidad, dice Lecoq. La exploración recochológica por si sola no tiene sentido, es una evasión de la realidad. Condensar la energía para que algo suceda.

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