sábado, 2 de marzo de 2024

El detective del DAS

2008


La prueba evidenció cuántos días habían pasado desde aquel entonces. Las lágrimas aún reposaban sobre un frasco de cristal en la mesa de noche. Los cabellos de la víctima permanecieron agarrados a sus manos durante cuatro días, el tiempo que la policía se demoró en entrar al apartamento y descubrir el cuerpo de Graciela Torres.

Recibí la llamada de uno de mis colegas anunciándome del asesinato. "Otro asesinato más en este país", pensé, sin darme cuenta de que Graciela Torres iba a tener tanto que ver en mi destino como detective. Tomé, como de costumbre, la pistola que había cargado desde mi entrada al DAS y que nunca había disparado otra persona excepto yo, o al menos eso creí hasta esa noche.

Cuando llegué al apartamento de Graciela, me encontré con la noticia de que el detective llamado para investigar el caso era el principal sospechoso del asesinato, el calibre de la bala y los pelos encontrados en sus puños coincidían exactamente con los míos. Ahora me encuentro en un calabozo especial del DAS en la investigación más grande de mi vida. Han pasado tres meses tratando infructuosamente de demostrar mi inocencia, pero el juez se empeña en mantenerme como sospechoso sin atreverse a sentenciarme de una vez por todas.

Realmente no supe qué pensar cuando me encontré de frente con el cuerpo de Graciela en una posición tan extraña cerca de la mesa de noche. Su rostro me resultaba familiar, pero no lo suficiente como para poder reconocer quién era. Era la primera vez que iba a ese lugar en toda mi vida, y hasta ahora, no puedo entender cómo llegaron mis pelos a sus puños y las balas de mi pistola a su cuerpo. ¿Cómo desentrañar este enredo?

Mañana tengo derecho a una llamada en horas de la mañana. Sé que los detectives intervienen los teléfonos, pero no importa. Lo que tengo que decirle a Gustavo no tiene nada que ver con el caso, sino con otro asunto personal que estaba atendiendo cuando fui detenido por el DAS.

He trabajado con el DAS durante nueve años. Hace dos meses fui destituido oficialmente y ni siquiera recibí notificación al respecto. Durante esos nueve años, me dediqué a la investigación de crímenes, principalmente de mujeres que murieron por amantes psicópatas o maridos celosos. No he tenido ninguna compañera durante los últimos cuatro años. Prácticamente he vivido consumado en la investigación sin detenerme a pensar en la falta que me hace la compañía de una mujer.

Recuerdo el primer día que entré a la escuela de detectives del DAS. Se nos decía que el detective ejemplar era aquel que no se veía afectado por ninguno de los casos en los que estaba trabajando. Recuerdo perfectamente las palabras del coronel retirado del ejército que era director del DAS hace nueve años, el mismo que después de terminado su servicio fue asesinado por una de las prostitutas que frecuentaba en la avenida Las Américas.

Mis compañeros más cercanos se han mantenido alejados y han preferido dejarme solo por miedo a verse implicados en las acusaciones que caen sobre mí. Por parte de mi familia, tan solo recibo llamadas de mi madre, quien me encomienda al Divino Niño para que resista el juicio que se me viene. ¿Por qué tanta demora para sacarme culpable o inocente? No entiendo lo que pasa. Incluso me confundo cuando trato de sentar cabeza y escribir los pormenores anteriores a la noche en que fui detenido por un crimen que estoy seguro no cometí.

El cadáver fue descubierto cuatro días después del crimen. Ese día, yo estaba comiendo y pensando sobre Gustavo y su esposa. Recordaba las muchas veces que juntos nos vimos implicados en los mismos problemas desde la infancia, problemas que yo siempre decidía resolver mientras él prefería evitarlos. El carácter de mi mejor amigo y el mío eran totalmente antagónicos. A pesar de eso, nunca dejamos de estar cerca el uno del otro y de compartir todas las experiencias que nos pasaban.

Mañana tengo unos minutos para hablar con él y quiero preguntarle algo acerca de mi vida que estoy seguro siempre me ha ocultado. Ocurrió en una de las fiestas con los compañeros de su universidad. Esa noche bebimos mucho licor. Empecé a hablar con uno de ellos acerca de gustos y esas cosas. Estábamos borrachos y nos salimos de casillas hasta el punto de insultarnos. En un momento dado, desenfundé mi pistola y se la puse en la boca a este joven, quien quedó pasmado y mudo. Su novia estaba al lado gritando y aterrorizada. Entonces, la agarré a ella también y traté de besarla, hasta que sentí un golpe en la cabeza que me dejó tendido en el piso hasta el otro día, cuando amanecí en el apartamento de Gustavo, todo lleno de sangre y sin saber qué había pasado. Gustavo ni su esposa quisieron hablarme. Tan solo me recomendaron que tomara un taxi y me hiciera ver por un médico. Esa vez fue prácticamente la última vez que vi a mi amigo, que me retiró 20 años de amistad por tan violento accidente.

No hay comentarios: