viernes, 5 de marzo de 2010

Miss Batalla de Tarapacá, otro episodio mas de la veneración virginal y vaginal de la historia nacional.


A punto de comenzar esta el reinado de belleza en Tarapacá, un reinado mas de los cientos que hay en este país, de los miles que hay en cada pueblo, de los millones que hay en cada hogar. Todas las mujeres quieren ser reinas, sentirse vistas y admiradas, por unos hombres que entre ternura y morbosidad pasan sus miradas apreciando la sublimidad afrodisiaca y los ungüentos de la diosa Venus. Con alguna virgensita colgada en el pecho y lo mas rspetable de la buricracia local siento que en todo esto hay una amalgama y extraña relación, entre religión y perversidad humana, que no siendo ajena a cada alma, en cualquier momento puede hacer de algo supuestamente inocente, el perfecto abrebocas de una aberrante prostitución infantil. La reina aprende a sonreír para encantar a manipular y hacer de su cuerpo un objeto de poder, una mercancía que se ofrece ante un público cómplice, entregando su espíritu a las llamas del juicio social, por algo tan vacío y vano como la belleza, que ofensa! Pero la cosa no solo esta ahí, esa es solo la manifestación de algo que comienza en la misma casa, de la noción de madre con la que nacemos, la protectora y la que se venera, oh María purísima, sin pecado concebido, todo es permitido si la madre así lo manda, la ley del padre se ha corrompido, pues ya no es ejemplo ni cabeza de su casa. Y sin ajustarnos a los discursos conformistas que seguramente nos dirían que tal no es más que expresión misma de la cultura nacional, prosigo de la manera menos fina y asevero que tales reinados son una forma de prostitución, pues ofrecen lo intocable a un precio que bien puede pagarse con un ascenso en la escala social, o un simple champu ante un ridículo jurado, siempre compuesto por lo mas prominente de la crema social: la jefe de enfermeras, el médico, el mayor de la base y alguna otra burócrata que como una Silvia Sherasi marca la carne con el sello de su glamour.
Anoche me comentaba Os, trabajadora social del Bienestar Familiar (malestar familiar diría yo), todos los casos que hay de denuncias por acoso sexual a menores de edad, están implicados profesores, el médico y muchos otros, y entonces llevan a la niña para que se reúna con la desventurada funcionaria, la niña rompe en llanto y su mama quiere la venganza, que caiga el peso de la ley y se castigue al infractor, así sucede, pero luego esa misma madre quiere que a su hija la reconozcan como la más pura y hermosa.., el reinado, la perfecta excusa por escalar algunos metros en la escala social o encontrar algún postor mas blanco que se lleve a la niña para Leticia o Bogotá. Y el padre, donde está el padre? Que carajos va decir pues muy seguramente él ya dio la primera puntada y está sucio, ahora solo le queda asegurar que su hija este lejos, tenga techo y un marido, para que la historia se repita y se reproduzca la depravación. Sin haber llegado siquiera a los 17 y con un hijo, la niña es vendida y ofrecida por la mano misma de la sociedad, movidos por la invisibilidad (o ignorancia) de eso que los antropólogos definen como cultura, que aunque diga Durkheim que haya que verla sin prejuicios, a mi me apesta esa cultura de la sensualidad exacerbada, y la exposición de la mujer como cosa y objeto de uso, trapo de cocina, o muñeca inflable. Y escribo esto con rabia porque así lo siento, que me perdone el crítico lector quien encontrará mucha inconsistencia en estas letras, pero a pocos metros de mi cuarto ocurre un evento que se llama: Miss Batalla de Tarapacá. A tan alto galardón les falto añadirle el Sor o el Santa, alguna de esas veneraciones virginales y vaginales de las cuales me sospecho, siendo suspicaz e investigador, que está en la base de toda esta prostitución y degradación de la mujer.

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